Abstenerme de escribir
es dejar plantada a la inspiración,
es dejar de recorrer el camino del conocimiento,
es el homicidio del arte naciente.
Privarme de escribir
sería censurarle la curiosidad al niño,
empujar los sueños al precipicio de la rutina,
encasillar al alma tras los barrotes del prejuicio.
Abandonar la escritura
sería pedirle al águila que se resigne a caminar,
abandonando el placer de volar,
obligar al vegano a convertirse en carnívoro,
querer que el pacifista se una a la guerra.
La inspiración seguirá encontrándome
en cada esquina de la vida,
en sus recovecos,
en sus calles ciegas,
en el café que me despierta.
Aquel que supera a cualquier musa,
transformará mis pensamientos en poemas,
mis sentimientos en capítulos de una novela sin nombre;
haciendo llover en el desierto.
Me perderé en jardines de recuerdos,
rúas empapadas de olvido,
cafeína plagada de insomnio
y palabras a la espera de cobrar vida.