Estamos en una cultura del iceberg, una tendencia a quedarnos en la superficie de cuanto nos rodea. A no profundizar, al temor a involucrarnos, a tener relaciones sin sustancia, sin peso, sin compromiso. Abordemos ejemplos, que suelen ser más didácticos o esclarecedores, ¿cuántas veces al día escuchamos? Con cuánta frecuencia, dejamos de lado nuestro afán por responder, por tener las riendas de la conversación y escuchamos. En mi cuento más reciente titulado "A oídos disconformes, retrato mudo", resalto la importancia y la diferencia que marca un acto tan cotidiano. Manoseamos lo rutinario. Es decir, desgastamos su auténtica relevancia porque lo damos por sentado. Porque lo tenemos cerca y nos parece trivial. Porque estamos en continuo contacto con ello.
Sigamos con los ejemplos, ¿qué simboliza para nosotros una mesa en el comedor? Puede parecer una preguntar absurda, quizás nuestra mente quede en blanco. Una mesa debería ser símbolo de unión, de que nos sentaremos juntos a compartir, a charlar, a estar para el otro. Entonces, explotan en nuestra memoria risas, anécdotas, una mesa con nuestros familiares y amigos. En muchos casos, es símbolo de una familia. Nos recuerda que no estamos solos o, quizás, evoque algunos secretos grupales.
Ahora, profundicemos porque el post de hoy, quiere romper con ese iceberg.
Soy humana. Hasta aquí, nada raro ¿no? Todos lo somos. Entonces, pregunto, ¿qué nos hace humanos? La respuesta sencilla y, que por hoy no viene al caso, son los defectos. Me detendré aquí un momento, porque los defectos también se trabajan. Se liman como una aspereza más, como una imperfección que nos distrae de las virtudes y bondades tanto propias como ajenas; nos distrae de nuestro potencial. A veces, nos exigimos estándares imposibles, que nos mantienen en inacción. Sin trabajar en nosotros. Terminado el inciso, volvemos a la cuestión de ser humanos. En la actualidad, nos concentramos más en parecer humanos: que en serlo. En reiteradas ocasiones, se dice que no es madre quien da a luz. En lo personal, digo que no es mujer o hombre quien tenga la anatomía, sino quien dé la talla como tal. Vamos a lo complejo, a lo profundo. Porque somos lo que hacemos, aunque sea tocar llagas. No siempre se tocan las llagas por malicia, quizás el otro -e inclusive nosotros, ¿por qué no?- ignoramos ciertas realidades que nos atañen, realidades incómodas. La consciencia de ellas, nos permite trabajarlas, ponernos en movimiento.

Recientemente, escuché sobre las altas temperaturas en Europa, las necesidades que pasaban las personas sin techo y los inmigrantes, sin comida, sin refugio, sin nada. ¿Allí hay humanos? ¿Hay humanidad? Usé un ejemplo al otro lado del planeta adrede. Nos enfocamos en lo que queremos, encontramos un trampolín para examinarnos o levantarnos el dedo para juzgar, nosotros tenemos la última palabra. Esa situación actual y con infinitas replicas o adaptaciones, nos cuestiona: ¿qué tan humanos somos?