miércoles, 24 de abril de 2019

La perla del corazón humano

En medio de una conversación profunda y sincera con una amiga, pensé en lo hermoso que sería ser una "aprendelotodo". Optar por ser esa persona que no tiene miedo de ser pequeñita -de ser necesario tamaño bolsillo- que reconoce que tiene mucho por aprender. Optar por ser esa persona con una capacidad de asombro siempre renovada que busca más aprender de los otros que jactarse de lo ínfimo que sabe.
Ha pasado un año o más desde esa conversación. Pero como diría mi padrino hay conversaciones que te dejan algo, te hacen crecer. Por eso son difíciles de olvidar.
Este post surge como una perla. Recientemente, estuve en una "clase magistral" donde surgió el tema de las perlas. Nos explicaron que las perlas finas no se consiguen en la orilla, sino en las profundidades del mar. También nos comentaban que para el molusco la formación de las perlas implicaba dolor. Porque se trataba de una enfermedad, donde un residuo entraba al interior de la concha. El molusco en su intento de deshacerse de él hacía una variedad de cosas, por último lo "atacaba" con nácar.
Así después de algún tiempo, se formaba una preciosa perla. En el centro permanece esa arena o residuo que causó el dolor al molusco, pero ahora recubierto con nácar.
En la profundidades
¡Con cuánta frecuencia parecemos veletas! O tenemos "complejo de ola": vamos y venimos. La oscilación es la única constante de nuestra vida. Sin embargo, cuánto cuesta hacer un alto y mirarnos. Hacernos frente para preguntarnos qué hay en mí, qué hay en mi corazón por qué actúo de tal o cuál manera.
Bien es cierto que el mundo actual nos insta a movernos de manera desenfrenada. Así estamos desde que amanece hasta que nuestras energías están agotadas por completo. No obstante, un ritmo acelerado se torna en muchas ocasiones en un escudo de nosotros. Así buscamos evadirnos, no vernos al espejo, no mirar dentro de ese mar agitado de nuestros pensamientos o sentimientos.
Caminar sin rumbo es una gran elección si buscamos perdernos. Nos queda mucho que aprender de Hansel y Gretel ese par de hermanitos alemanes de la pluma de los Hermanos Grimm. Ellos tenían claro de dónde venían, aunque quisieron perderlos ellos astutamente marcaron el camino. A pesar de ser niños, siempre consiguieron la forma de regresar a casa.
¿Y nosotros? ¿Somos capaces de regresar a nosotros? No me refiero a un retorno egoísta, un replegarse en uno como si fuésemos el centro del universo. Sino a un zambullirse en nuestra realidad, a sentir nuestra piel para poder salir hacia el otro.
Discernir es una palabra que a veces se reserva para la elección de la carrera o las decisiones más importantes de la vida. Sin embargo, ¿acaso la vida no está compuesta por infinitas pequeñas decisiones? ¿acaso no está conformada por cómo elegimos vivir cada segundo?
Creo que dejar el discernimiento para momentos especiales, como si fuera un perfume, sería tan ilógico como comer solo en momentos especiales.
El discernir sobre por qué actuamos de una forma u otra es parte de zambullirse en uno. Es parte necesaria para comprender qué buscamos, qué eventos nos han marcado y cómo lo han hecho. Es que como diría el dicho "Roma no se construyó en un día", tampoco en un día se definió nuestra identidad. En un pestañear, sin antecedentes ni dudas las personas no descubren su vocación.
¿Por qué dejar la orilla?
Cuando algo no tiene raíces, se marchita: sin importar qué tipo de relación o realidad sea. Es fácil ser voluble y abandonar cuando las cosas se complican. Sin embargo, esta se alza como la única opción cuando somos incapaces de contestar los porqués a la vida.
Hoy, viendo la película "Bailarina" me llamó la atención la insistencia de Odette en preguntarle a la protagonista el por qué bailaba. Felicia, la niña protagonista, evadió la pregunta tanto como pudo. Estaba clara que su pasión era bailar, deseaba con todo su corazón ser una bailarina pero le era imposible responder el por qué. Sin embargo, de esta aparentemente sencilla pregunta emanaba la raíz de toda la pasión que daba vida a cada uno de sus pasos.
Para conseguir estas respuestas, es necesario hacer silencio. Vivir el silencio. Perder el miedo de encontrarnos con nosotros. Es cierto, puede ser complejo. En mi caso en particular, a veces me centro tanto en entender cómo se sienten los otros que me abstraigo. Entonces, esta manera de actuar, sentir y pensar se va tornando tan natural como respirar. Cambiar de perspectiva, volver el foco hacia el interior es como dirían los memes de las redes sociales "desactivar la respiración automática". En otras palabras, hacer algo de manera consciente que hasta ese instante era casi instintivo.
Como ocurre con las perlas de gran valor: no están en la orilla. Tampoco aquellas cosas que son más valiosas para nosotros, aquello que le da sentido a nuestras vidas. Tras un abanico de conversaciones "casuales" con amigos noté un hilo conductor que dio raíz a este post, la importancia de conocerse a fondo; de "bucear" en nosotros.
Puede ser porque estemos ante una oferta laboral, como en el caso de una amiga. Las decisiones se toman con mayor facilidad cuando sabemos qué nos importa, si conocemos qué esperamos y adónde nos dirigimos. Puede ser escoger un nuevo rumbo para nuestra vidas, irse o quedarse de un lugar. Para acertar, tenemos que hacer un balance no solo de las circunstancias externas (del entorno) sino de las circunstancias internas. ¿Con qué puedo vivir y con qué no? ¿Qué me hace auténticamente feliz? Puede ser quedarse o alejarse de alguien, ¿cómo manejo mis emociones? A veces los silencios nos dan la oportunidad de atesorar mejor cada momento. Nos permiten poner cada emoción y sentimiento en su sitio. Saber que el amor más allá de un sentimiento empalagoso, es una decisión consciente y perseverante: es un continuo donarse sin miedo a sufrir en el proceso.
Encontrar la perla
Como ocurre con la luz y el prisma, en ocasiones es necesario descomponer la realidad. No me refiero en una descomposición como cuando los alimentos se dañan. Sino a una similar a la descomposición de la luz. Descompongamos nuestra realidad, cada evento que a simple vista no entendemos. ¡Es que la superficialidad tiene tan poco que ofrecer, tan poco que darnos!
Para esos eventos que parecen superar toda comprensión, para esos momentos en que no entendemos ni al otro ni a nosotros hay que ir desde lo general a lo específico. Primero, colgar los guantes de boxeo y desechar las pretensiones de volvernos jueces. Las miradas inmisericordes tampoco tienen nada que aportar, al contrario será necesaria una visión justa y misericordiosa.
La convivencia implica fricciones, roces, cercanía y encontronazos de vez en cuando. En múltiples ocasiones la falta de comprensión que tenemos con nosotros, el desconocimiento de nuestra persona, nos lleva a la agresividad en sus variadas formas. Al descomponer la realidad, podemos ir comprendiendo los posibles motivos del otro para actuar de una u otra forma. Aunque no tengamos el rompecabezas completo, podemos ir haciéndonos una idea de sus motivaciones reales.
¿En qué nos ayuda? Nos sirve para quitarnos el lastre de que el otro tiene algo contra nosotros. También nos facilita ser más críticos con nuestras reacciones. Poco a poco, nos permite crecer en empatía, manejar las crisis sabiendo que simplemente están allí para ayudarnos a crecer. Entonces, las pequeñas tormentas de la vida no podrán arrancarnos de raíz o desesperarnos. Porque tendremos mayor dominio de nuestras emociones restándole poder o influencia a aquellas cosas que se escapan de nuestras manos.
Encontrar la perla en las profundidades de nuestras realidades implica muchas cosas. Reconocer que como todos, tenemos heridas y es normal. No se fabrican lápices sino para que escriban, para ello hay que sacarles punta sino serían inútiles. Encontrar la perla es reconocer que podemos alejarnos de ciertas cosas o personas, sin que pierdan su valor para nosotros. Es tener la humildad, o procurar ejercitarse en ella, para reconocer que hemos fallado. Es saber que el orgullo de nada nos sirve y a nada nos lleva si realmente el otro nos importa. A veces por descuido nos distanciamos de personas que hacen increíble nuestras vidas.
Acá está el reconocer sin miedos que cierta actividad o grupo nos permite crecer. Es entender qué y a quiénes amamos y dejarnos guiar por ello, reitero, lejos de una visión deformada del amor. Encontrar la perla también es llamar por su nombre a nuestras emociones, sentimientos y realidades. Reconocerlos tal cual son.
Atesorarla
Hace años, me hablaron de cómo actuaríamos si tuviésemos un tesoro en casa. Decían que si fuese así, estuviésemos a diario e inclusive varias horas al día comprobando que está allí. Es lo que nos toca hacer al tener esa perla preciosa entre manos, nadie la sacaría para dejarla extraviada por allí. Sino se aseguraría de saber dónde está. Es así como tiene sentido actuar con esa amistad preciosa, esa relación, nuestra vocación o el trabajo que tanto nos encanta. Es el tiempo propicio de revisar el estado de las perlas que tenemos en nuestras vidas.
-
PD: Gracias a todas las perlas que con sus conversaciones y cercanía inspiraron este post.