jueves, 21 de noviembre de 2013

Un café para la conciencia

Somos parte de un efecto dominó eterno aunque participemos en él de manera inconsciente. Nuestros actos repercuten en la sociedad en que vivimos; en el país. Lo aceptemos o no, toda decisión trae sus consecuencias y muchos tragos amargos son el resultado de malas elecciones.
Miles de venezolanos optaron, esta semana, por reportarse enfermos, faltar a la jornada laboral o cambiar guardia con algún amigo para apostarse a las afueras de los distintos comercios a nivel nacional. Colas interminables caracterizan estos días, en que los ciudadanos, paralizan sus vidas por adquirir productos con descuentos pasajeros. Sin embargo, poco tiene de efímero el daño que le provocará a Venezuela.
Según la teoría de las 10 mil horas, es necesario dedicar 10 mil horas para sobresalir en un área. Si aplicamos esta hipótesis a esta realidad específica ¿no perdió Venezuela más horas de las mencionadas en todo su territorio? Lejos de lo que se pueda pensar, nos hundimos más en el conformismo y, por ende, en la mediocridad.
Nos escandalizamos si se detiene por 24 horas la industria petrolera, pero ¿pasamos por alto si se para la actividad en un sinnúmero de sectores? Considero que debe alarmarnos de igual o mayor manera. A fin de cuentas, ambos hechos frenan abruptamente los esfuerzos por progresar.
El éxito de unos pocos será insuficiente para acallar las voces que tildan a Venezuela de tercermundista. Hay que aceptar la cuota de responsabilidad que descansa en cada cual, la dedicación y persistencia que ponemos en desempeñar nuestros roles, marcan la diferencia entre el país que tenemos y el que necesitamos. Atravesamos un momento en que aumentan a diario las personas que emigran por falta de oportunidades, porque se topan con un "techo" profesional.
Aprovecho para manifestar mi indignación ante los saqueos y los intentos de ellos. Asimismo, aplaudo a los valientes que plantaron cara ante los saqueadores, aquellos que elevaron su voz ante los robos descarados. Incluyo a los vídeo aficionados, porque ese material es suficiente para que las fuerzas policiales hagan su trabajo. Sería fácil, con la disposición suficiente de los últimos.
El café humea delante de nosotros, espera que alguien dé el primer paso y lo beba.


lunes, 18 de noviembre de 2013

Tolerancia todoterreno

La sociedad es como un salón donde los alumnos son las diversas culturas, la clase es la vida y los profesores nuestros paradigmas. En un aula confluyen maneras muy distintas y hasta opuestas de pensar, se forman diversos grupos con tal facilidad que puede parecer hasta inconsciente o instintivo, pero de igual manera pueden separarse.
Hoy quiero usar este ejemplo para abordar el tema de la diversidad y la tolerancia necesaria para aprovecharla. En lo particular, me gusta apreciar la dinámica que surge en un salón donde el docente que figura como facilitador y la participación de los estudiantes empiezan a encajar como piezas de rompecabezas. La sociedad es tan amplia, tan rica, que no podríamos aprovechar lo que tiene para ofrecernos encasillados en nuestra manera de pensar. Cuando comprendemos esto, se vuelve un hábito la escucha activa del otro. Escuchar, no solo oír y pensar "¿cuando acabará? Quiero hablar".
En nuestras relaciones es clave querer escuchar al otro, comparar su percepción y opinión con la nuestra. Escuchar a los demás nos permite tener un mapa más amplio del mundo que nos rodea, produce una retroalimentación que nos nutre tanto como lo permitamos.
Me alarma contemplar la susceptibilidad y el rechazo que poco a poco surge en mi país hacia otras culturas y formas de pensar. ¿Por qué? Porque creo en la tolerancia, en cultivarla y enseñarla; volver su práctica parte de la vida diaria.
Recuerdo que en mi niñez estudié con alumnos de ascendencia muy diversas: indígena, asiática, siria, libanesa, portuguesa. No hacíamos de las diferencias una barrera. Aún en la actualidad, sigo rodeada de personas de países, culturas, ascendencia y pensar muy distinto a los míos; sin ir muy lejos, una de mis mejores amigas es de ascendencia alemana.
Las diferencias no son una desventaja en sí mismas; nosotros elegimos convertirlas en eso. Recientemente, un amigo me preguntó por qué me gustan los dramas asiáticos. Respondí sin pensarlo mucho que me gusta observar la diferencia de las tramas, en comparación con historias latinas, aprendo un poco más sobre esa cultura que me llama poderosamente la atención, además que entreno la vista para darme cuenta que los asiáticos no son iguales entre sí.
Somos capaces de convertir las diferencias en una ventaja. Si todos fuésemos iguales, nos estancaríamos sin remedio alguno. Cada cual puede dar su aporte a la sociedad, es cuestión de que le dejemos hacerlo.