Érase una vez... No, no es así como iniciará esta brecha a la memoria. No como algo usado y desgastado, sino como algo pequeño e ignorado. Una historia que comparte lo sobreviviente con una flor que crece entre las rendijas que dejó el asfalto.
-Tenme paciencia, te pido. Porque soy una fuente herrumbrosa y cubierta de moho, porque mi manantial de recuerdos me resquebraja la piel.
-Déjate de rodeos. Quiero saber cómo un ser tan diminuto -¡qué digo diminuto, ínfimo!- Llegó acá.
Estremezco mi cabeza, intentando darle cuerda a los eventos.
-Si me niego, ¿no tendré una nueva burbuja?
- Exacto... y te ahogarás.
Un escalofrío me eriza hasta el cuero cabelludo. Asiento.
-Mi fuerte no es el ordenar las ideas, te lo advierto. Pero empecemos porque no soy un "ser", sino una emoción pérdida... desechada -añadí con pesar, volviéndome un ovillo-. Nací en los confines de una niña, ¡vaya que se vuelven laberintos humanos cuando crecen! Era tan vivaracha en sus primeros años, tan enérgica como si fuese inmortal.

- Está bien, está bien. Ya entendí -le interrumpo, hace ademán con las aletas de calmarse-. Solo puedo explicarte hablándote de ella, pobre mi pequeña -dije con un dejo de melancolía.
El sol se alzaba sobre nuestras cabezas. Tenía escasas horas para resumirle toda una vida a mi amigo nadador, antes que el calor rompiese mi refugio.
Atropellé sílabas, palabras y oraciones en un acto de desespero. Mi humana creció rodeada de incontables personas, tenía una personalidad magnética, franca y a ratos implacable. Ajena al llanto, el derrotismo o la violencia quemaba con carreras extenuantes todo lo que le oprimía el pecho, fuese cual fuese la preocupación. Estos rasgos las hicieron cercana a las personas más dispares que se relacionaban con ella.
Su rechazo visceral a las comparaciones hacia que nunca recurriese a ellas en su vida privada. Lo que se tornaba en miel para sus amigos. Sin embargo, pronto eso se volvería en su contra. Las demás emociones y yo comenzamos a alarmarnos.
Primero, yo quise restarle importancia al asunto. No obstante, mis "compañeras de cuarto" como las llamaba, no eran tan optimistas. Insistían en que una niebla estaba cubriendo el juicio de nuestra humana, a sus 15 se mostraba esquiva con su propia vida.
-Desinterés, lo nombré en ocasiones. Aunque mi favorito era altruismo -explico.
-¿Qué decían las otras?
-Estaban en crisis, cada día eran como bombillos que nunca se apagan. Pensaban que se extinguirían, pero más allá de eso, sentían que teníamos una situación más seria entre manos. Me negué a escucharlas, aunque yo misma acumulase polvo y tuviese el cuerpo entumecido.
Mi amigo betta me rodea con ojos ávidos y perspicaces.
-¿Por eso eres casi transparente? Casi miro a través de ti.
Asiento en silencio.
-Yo desentonaba con mis compañeras, sus pieles eran azúcar morena. Entre más definidos eran los rasgos de ellas, los míos tomaban la apariencia de una garabato o un simple bosquejo. Era presa de una hambruna singular, una hambruna que me pertenecía solo a mí...
Cierro los ojos. Pensar me cuesta. Recordar me duele, yo vivía de las migajas que me dejaban las emociones hermanas que pertenecían a otros humanos. Solo por ello no desaparecí. Mis compañeras trataban que nuestra humana reparase en mí, se acordase de que existía, que estaba en el fondo de ella. No obstante, todos los intentos eran vanos.
Mi vida era como los resquicios de una fogata bajo una tempestad inclemente. Era cuestión de tiempo para que quedasen apenas las cenizas. Miraba en las otras sus diminutos cuerpos atléticos, sus pieles rosadas y sus energías inagotables -aunque ellas dijesen lo contrario-.
Entonces, llegó ese instante tan temido. Por algún motivo el instinto de cada una se fundió haciéndose compartido. No pude levantarme, el blancuzco de mi tez pasó a gris. Me sentía adherida a mi cama en el cuarto empolvado y carcomido por el abandono.
Mis compañeras lloraron día y noche en el umbral de mi puerta o a los pies de mi cama. De vez en cuando, nuestra humana lagrimeaba "sin motivo". La verdad es que notaba a duras pena el caos que llevaba dentro, cada día se avocaba más en quienes la rodeaban. Pero cada noche, cuando se quedaba sola le parecía oír susurros, eran mis gritos de auxilio.
A pesar de mis esfuerzos, lo único que logré fue que abusase de las bebidas energéticas y el ejercicio: que buscase todos los medios para evadir al sueño.
-¿Qué sucedió después? -pregunta mi amigo betta, Cecil, desplegando sus aletas con interés.
El calor incrementa poco a poco, noto que estoy respirando con dificultad. Él lo ignora, está acostumbrado a las temperaturas altas y le gustan.
-Una madrugada pude levantarme. Mi humana estaba despierta y la razón nada tenía que ver con mis súplicas. Aunque fueron respondidas... estaba apelando a mí, sin saberlo. Los meses que siguieron mi piel se hizo canela mientras que ella estaba distraída y ausente. Enfermó por los excesos y estaba inusualmente callada.
Ninguna de nosotras estaba clara a qué atenerse. Entonces, una tarde sin nada de extraordinaria, alcé mi dedo y señalé a un extranjero que se había mudado al mismo barrio de nuestra humana. Tras constantes reflexiones, noté que él siempre estaba presente cuando yo me sentía más fuerte. Él provocó el insomnio y ese cúmulo de rarezas en nuestra humana.
-Por segunda vez fui ingenuamente optimista.
De manera inconsciente, se me escapa un suspiro.
El extranjero se iría en dos semanas, mientras dentro de nuestra humana yo padecía fuertes convulsiones. Mi estado se hizo crítico. Lloraba, me dolía el pecho, me fallaba el habla y mi cuerpo crujía desde adentro. Guardaba dentro de mí demasiado, era una represa a un paso de romperse.
Nuestra humana no estaba mucho mejor. Sufría cambios de humor, entristecía con facilidad y se mostraba cada día más solitaria. Deshizo el grueso de sus hábitos más arraigados. Él la buscó y ella lo evadió. A mis compañeras y a mí nos constaba que le era imposible pensar.
El tiempo fue inmisericorde y las dos semanas se cumplieron. Él tomaría el primer vuelo a otro continente. Ella se rehusó a despedirlo, aunque antes se volvieron realmente íntimos. El resto de amigos se aglomeraría en el aeropuerto.
Como si de electricidad se tratase, yo sentía corriente en el cuerpo que me hacía convulsionar. Ella se arrepintió a último momento. Tomó el primer taxi que encontró para alcanzarlo. Llegó poco antes que él abordase el avión...
-¿Qué le dijo? Porque tuvo que decirle algo...
Abrazo mis piernas mientras clavo la mirada en Cecil.
-Me estás mintiendo -exclama casi herido.
Las palabras no me salen, pero él interpreta mi silencio. Mi humana no logró hablar. Allí estaba el extranjero a unos metros de otro destino y ella anclada al suelo, presa de un silencio que no comprendía.
-Mi humana es la persona más triste que jamás conocí. En el instante que el avión despegó lo entendí, ella me selló dentro de sí...
Hicimos un minuto de silencio. Nos dolía pensar. Finalmente, Cecil habló:
-¿Por qué dices que te selló?
-Porque, amigo mío, ella me veía en otros. Pero era incapaz de sentirme en su pecho. Ignorarme, aunque ella no lo supiera, era como vivir sin piel. Era quedar expuesta de la manera más cruda y profunda posible. Cuando regresaba del aeropuerto, se detuvo sobre un río a gritarle al vacío... allí me perdió. Salí por su voz y, perdóname la comparación, ambas quedamos como peces fuera del agua.
Escuchamos un sonoro "plop". La burbuja explota, me dejo consumir por la idea del vacío que vendría. Es como si compartiese el futuro de mi amada humana, mi entrañable humana.
Entonces, percibo mi propia consciencia. Siento que todavía estoy completa. Abro los ojos atónita, Cecil me rescató ahora de manera intencional.
-Me mentiste. Tú no eres una emoción -brama con tono de reproche.
Le dedico una sonrisa triste. Lo descifró.
-Para ella lo fui. Mi humana me minimizó, ahora sin mí, ha perdido al amor... Estará como un reloj sin tiempo.
Cierro los ojos.
Añado en un susurro apagado entre las olas:
-Al menos hasta que retorne a ella.
Cierro los ojos. Pensar me cuesta. Recordar me duele, yo vivía de las migajas que me dejaban las emociones hermanas que pertenecían a otros humanos. Solo por ello no desaparecí. Mis compañeras trataban que nuestra humana reparase en mí, se acordase de que existía, que estaba en el fondo de ella. No obstante, todos los intentos eran vanos.
Mi vida era como los resquicios de una fogata bajo una tempestad inclemente. Era cuestión de tiempo para que quedasen apenas las cenizas. Miraba en las otras sus diminutos cuerpos atléticos, sus pieles rosadas y sus energías inagotables -aunque ellas dijesen lo contrario-.
Entonces, llegó ese instante tan temido. Por algún motivo el instinto de cada una se fundió haciéndose compartido. No pude levantarme, el blancuzco de mi tez pasó a gris. Me sentía adherida a mi cama en el cuarto empolvado y carcomido por el abandono.
Mis compañeras lloraron día y noche en el umbral de mi puerta o a los pies de mi cama. De vez en cuando, nuestra humana lagrimeaba "sin motivo". La verdad es que notaba a duras pena el caos que llevaba dentro, cada día se avocaba más en quienes la rodeaban. Pero cada noche, cuando se quedaba sola le parecía oír susurros, eran mis gritos de auxilio.
A pesar de mis esfuerzos, lo único que logré fue que abusase de las bebidas energéticas y el ejercicio: que buscase todos los medios para evadir al sueño.
-¿Qué sucedió después? -pregunta mi amigo betta, Cecil, desplegando sus aletas con interés.
El calor incrementa poco a poco, noto que estoy respirando con dificultad. Él lo ignora, está acostumbrado a las temperaturas altas y le gustan.
-Una madrugada pude levantarme. Mi humana estaba despierta y la razón nada tenía que ver con mis súplicas. Aunque fueron respondidas... estaba apelando a mí, sin saberlo. Los meses que siguieron mi piel se hizo canela mientras que ella estaba distraída y ausente. Enfermó por los excesos y estaba inusualmente callada.
Ninguna de nosotras estaba clara a qué atenerse. Entonces, una tarde sin nada de extraordinaria, alcé mi dedo y señalé a un extranjero que se había mudado al mismo barrio de nuestra humana. Tras constantes reflexiones, noté que él siempre estaba presente cuando yo me sentía más fuerte. Él provocó el insomnio y ese cúmulo de rarezas en nuestra humana.
-Por segunda vez fui ingenuamente optimista.
De manera inconsciente, se me escapa un suspiro.
El extranjero se iría en dos semanas, mientras dentro de nuestra humana yo padecía fuertes convulsiones. Mi estado se hizo crítico. Lloraba, me dolía el pecho, me fallaba el habla y mi cuerpo crujía desde adentro. Guardaba dentro de mí demasiado, era una represa a un paso de romperse.
Nuestra humana no estaba mucho mejor. Sufría cambios de humor, entristecía con facilidad y se mostraba cada día más solitaria. Deshizo el grueso de sus hábitos más arraigados. Él la buscó y ella lo evadió. A mis compañeras y a mí nos constaba que le era imposible pensar.
El tiempo fue inmisericorde y las dos semanas se cumplieron. Él tomaría el primer vuelo a otro continente. Ella se rehusó a despedirlo, aunque antes se volvieron realmente íntimos. El resto de amigos se aglomeraría en el aeropuerto.
Como si de electricidad se tratase, yo sentía corriente en el cuerpo que me hacía convulsionar. Ella se arrepintió a último momento. Tomó el primer taxi que encontró para alcanzarlo. Llegó poco antes que él abordase el avión...
-¿Qué le dijo? Porque tuvo que decirle algo...
Abrazo mis piernas mientras clavo la mirada en Cecil.
-Me estás mintiendo -exclama casi herido.
Las palabras no me salen, pero él interpreta mi silencio. Mi humana no logró hablar. Allí estaba el extranjero a unos metros de otro destino y ella anclada al suelo, presa de un silencio que no comprendía.
-Mi humana es la persona más triste que jamás conocí. En el instante que el avión despegó lo entendí, ella me selló dentro de sí...
Hicimos un minuto de silencio. Nos dolía pensar. Finalmente, Cecil habló:
-¿Por qué dices que te selló?
-Porque, amigo mío, ella me veía en otros. Pero era incapaz de sentirme en su pecho. Ignorarme, aunque ella no lo supiera, era como vivir sin piel. Era quedar expuesta de la manera más cruda y profunda posible. Cuando regresaba del aeropuerto, se detuvo sobre un río a gritarle al vacío... allí me perdió. Salí por su voz y, perdóname la comparación, ambas quedamos como peces fuera del agua.
Escuchamos un sonoro "plop". La burbuja explota, me dejo consumir por la idea del vacío que vendría. Es como si compartiese el futuro de mi amada humana, mi entrañable humana.
Entonces, percibo mi propia consciencia. Siento que todavía estoy completa. Abro los ojos atónita, Cecil me rescató ahora de manera intencional.
-Me mentiste. Tú no eres una emoción -brama con tono de reproche.
Le dedico una sonrisa triste. Lo descifró.
-Para ella lo fui. Mi humana me minimizó, ahora sin mí, ha perdido al amor... Estará como un reloj sin tiempo.
Cierro los ojos.
Añado en un susurro apagado entre las olas:
-Al menos hasta que retorne a ella.