Era de una naturaleza profundamente nostálgica, sin que esto fuese un estigma para mí. La copiosa lluvia dejó desiertas las calles, la gente se guareció en locales cercanos con la esperanza de que fuese pasajero. Sin embargo, tras tres horas el cielo seguía sin despejarse.
Aquello no logró alterar mi humor, ordené unos dulces hipercalóricos con la fusión de azúcar y toques de limón que tanto me gustaba. El mesonero dejó la caja completa junto al frapuccino con esa delicia llamada comúnmente "crema chantillí". El lugar bullía entre la exhaltación de unos y la impotencia de otros. El frío erizaba mi piel y aumentaba el gusto culposo del café. Mi pensamiento iba de mi agenda a divagar, sopesaba los nombres y pendientes escritos.
Hacía los cambios necesarios cuando a mi bolígrafo se le acabó la tinta: "nunca te alteras", "tu calma parece droga, todo te es indiferente". Me llevé a la boca una cuchara rebosante de chantillí, "¡me cansaste con tu burdo optimismo! ¡Sé realista!". Cerré los ojos por unos segundos, escuché sus voces tan nítidas como si fuese más que un recuerdo
Saqué de la cartera otro lapicero. A veces, la gente solo quiere que te ahogues; que te asfixies en egos y dramas. Porque olvidaron nadar, olvidaron que la vida es como la lluvia. Yo no podía olvidar.
Desnudé mi muñeca izquierda mientras le daba un mordisco a las rosquitas. Las imágenes se sucedían en mi piel como un video improvisado, mi abuela me abrazaba y hablaba de su amor por la lluvia.

Ese recuerdo era como el dulce en mi boca. Desencadenaba miles de asociaciones. Acaricié el rostro de mi abuela dibujado en mi piel, cada arruga que surcaba su rostro, su sonrisa tan tierna como no conocí otra. Su figura se fue desdibujando, era tiempo de revivir otro fragmento de mi pasado. Era similar a ver una foto pixelada, hasta desvanecerse.
Cubrí mi muñeca y di un largo sorbo al café. Es imposible olvidar cuando tu piel es un alhajero viviente de recuerdos.