Somos, entre muchas cosas, seres emocionales. Seas de quienes se ahogan en la tristeza o hagas del optimismo tu marca personal. Hallamos una botella de endorfinas en un buen abrazo, en una reunión con viejos y buenos amigos, en una salida fuera de la rutina.
La vida es ese cúmulo de pequeños momentos, en que caemos en cuenta (o recordamos) que estar vivos es más que respirar.
Hace poco, conversando con mi hermano, y cambiando de tema como si fuese zapping. Hablamos sobre las personas kinestésicas, aquellas que asimilan en mundo en un código de sensaciones.
¡Con qué facilidad te hablarán del restaurante de la esquina, donde se reunió la familia entera llenando casi todas las mesas! De las cotufas (pop corn) frías de la sala del cine y los efectos de la película, de los giros en la trama o la escena tras los créditos.
¿Recuerdas por qué aquella o esta canción no sale de tu cabeza? Allí la ciencia avala la emocionalidad de nuestro ser, revivimos el sentimiento que nos transmite. Hasta rayar la pista en nuestra testa. También a esto, apela Facebook al poner a un clic de distancia nuestras antiguas publicaciones.

Nuestra emocionalidad está ahí para traer lo mejor de nosotros. Porque si olvidamos qué nos ha hecho lo que somos... ¿tiene sentido averiguar adónde vamos? Quizás, necesitemos que Lewis Carroll a través del gato de Cheshire nos diga: Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes.
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