sábado, 27 de agosto de 2016

Deformación

La creatividad es la hiperactividad del pensamiento. Es la necesidad de hacer, reinventarse y deshacerse para comenzar de nuevo. Acá las reglas se quedan en papel, la única que llevamos con nosotros es mantenernos en movimiento. Quietos, nos oxidamos y se nos extravían los ideales; el empuje de salir de nosotros de tantas formas como sea posible. Antes de presentarles un nuevo material, me gusta hacer una pequeña introducción. Entrar en el clima de confianza y cercanía que marca a Sinapsis. Hoy les traigo mi cuento más reciente, rompamos la rutina con él. ¡Feliz lectura!

La interpretación nos decodifica


Deformación

¿La costumbre te encasilla o te mata?, era la pregunta que atormentaba a Sofía cuando cerraba los ojos. Entonces, sacudía la cabeza y los abría, era su anestesia. Engulló otro bocado; la comida era mera necesidad.
            Observó una pareja en la mesa del lado. Se tomaban una foto tras otra, a petición de la chica. Su compañero hizo una mueca ante el décimo flash y se valió de una maniobra para distraerla con el menú. Sofía tocó su estómago y pidió para llevar lo que restaba en el plato.
            “Un teclado”, pensó mientras la camarera sonreía en su dirección y recogía la cuenta.
-      Oprimes una tecla y obtienes un sonido... –masculló, saliendo del local.
Andaba por inercia, como una nota más. Echó un vistazo a la torre del reloj en la plaza. Reconoció algunas siluetas entre las gentes que iban y venían por la calle principal. Zapatos desgastados, audífonos puestos y ruedos raídos, así los reconocía si olvidaba sus rasgos. Estaban entre la muchedumbre, pero no se confundían con ella. Sería suficiente con seguirlos, irían al centro del parque como cada miércoles a media tarde.
Los cuerpos caían como piezas de Tetris en su lugar, poco a poco se formó el semicírculo en el césped. Los recién llegados se acomodaban: algunos sacaban libretas, otros blocks de dibujos, había quien alistaba su cámara y el que afinaba su flauta. Sofía se quedó distanciada de todos ellos. Cada miércoles, en cada reunión y rodeada por las figuras de aquellos desconocidos; creía sentir.
Se masajeó las sienes; el protagonista acababa de entrar. Con andar pausado, distraído, y guitarra a cuestas se ubicó en el centro. Era inexplicable cómo sus ensayos se transformaron en algo más, pero se aferraba a la nueva dinámica. Sonrió al medio centenar de personas que lo rodeaban e hizo una ligera reverencia. Sofía cerró los puños.
-      ¿Cuándo funciona un despertador? –susurró. El muchacho comenzó a tocar, mientras ella seguía el movimiento de sus manos-. ¿Para qué sirven las cuerdas si el sonido es igual? –cuestionó, escéptica.
Bajó la mirada hacia los dibujantes, sus blocks estaban vacíos. Hizo lo propio con los fotógrafos aficionados; las pantallas de las cámaras estaban en blanco. Examinó a cada fracción del grupo, entendió que perdía el tiempo. Se iban desfigurando entre las notas del guitarrista.
Punzada.
Frente perlada.
Un flash la cegó. Allí estaba, la sensación de pérdida. Un recuerdo borroso, un sabor en el paladar, palabras sin significado. Era como armar el sueño de la noche anterior. Cayó de rodillas. La única nota llenaba el aire, mientras Sofía arañaba el suelo.
Se mordió el labio. Quería quedarse allí. Necesitaba...
-      ¿Qué... qué sucede? –escuchó un ritmo.
Estaba invadida en su cuerpo.
Su cuerpo la mordía. Tenía una serie infinita de imágenes en los párpados. Le faltaba el aire, aunque las copas de los árboles se mecían. Se obligó a abrir los ojos, a no parpadear.
-      ¿Estás bien?
-      No sucede nada con ella, no le hables.
Sofía alzó el rostro. Aunque escuchó la voz de dos hombres, solo reconoció una: era el guitarrista. Sintió que su cabeza explotaría, no se explicaba de dónde salió la otra voz. El semicírculo estaba de pie, el muchacho se detuvo en medio de la canción.
-      Siempre vienes por acá, todos te reconocemos. ¿Necesitas ayu... –la frase quedó sin terminar.
El guitarrista endureció el semblante y tensó los músculos. Sofía notó cómo se formaban arrugas a la altura de su cuello, pero el resto de las personas seguía al margen. Varios metros atrás de ellos.
-      ¡¡Lárgate antes que te rompa los dedos!! –soltó la voz de antes.
Sofía se estremeció, como si tuviese electricidad en los huesos. La imagen gris del césped, los rostros, el cielo y cada aspecto de su entorno se plagó de “fallas”. Parado tras el guitarrista estaba un retratista, con su block en mano. Sin reaccionar, Sofía notó cómo se descubrían poco a poco trazos en la hoja que antes estaba vacía.
Lentamente, fue incorporándose. Parpadeo tras parpadeo las “fallas”, esos puntos fuera de la escala de grises, se extendieron. El pasto reverdecía, ahora las ropas de las personas variaban no solo en forma, sino también en matices. Sofía estaba abrumada. El guitarrista discutía a viva voz con alguien frente a sí. Sin embargo, Sofía era la más próxima a él.
-      Tendría que estar aquí... Exactamente, donde estoy... ¿parada?
-      ¡¿Qué no ves lo confundida que está?! –peleó el guitarrista, atenazando el aire a la altura de su cuello.
Un sonido metálico crispó los nervios en el parque. Sofía diferenció una navaja en el aire, mientras que los contornos de su alrededor iban redefiniéndose. De aquellas figuras difusas que la confundían y le provocaban rechazo, se hacían formas con texturas, grosor y profundidad.
Los estímulos crecieron al ritmo que se levantaba la navaja.

-      ¡¡PARA AHORA!! –gritó. Parpadeando de nuevo, Sofía se descubrió a dos metros del guitarrista y, entre ambos, un muchacho corpulento con navaja en mano.
Las imágenes infinitas se detuvieron, comprendió porque perdió el tacto y porque sus sentidos estaban alterados. Desconocía cuánto tiempo tenía en esa situación. Sin pensar, le arrebató la navaja al segundo muchacho, al dueño de la otra voz.
-      Tu miedo se hizo realidad. Reaccioné, escapé de tu iris monocromático.

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