Limpiaba la sangre en mi ojo. Me daba vergüenza mi cuerpo, la historia que contaba me quebraba. Era el quinto día consecutivo escuchando la misma voz, sentía mis tímpanos estallar. Necesitaba silencio. Me levanté del charco de sangre, perseguiría aquel cúmulo de quejas. Las callaría; conseguiría una manera.
Por primera vez, el bullicio del exterior quedaba en meros susurros. Tom, me seguía y lamía mis heridas cada tanto. Hallamos el origen de la voz.
Frente a nosotros, se erguía una casa en ruinas y penumbras. El lugar desentonaba con la ciudad con su perenne aire de fiesta e iluminada hasta en su último callejón. La música no cesaba, sin importar la hora del día ni el momento de la semana.
- Alguien olvidó pintar esta esquina -mi sarcasmo estaba en pleno apogeo.
Entrar fue sencillo, nunca es un reto para las ratas.

- Es difícil deshacerse de una vida, ¿eh? -exclamé frente a la montaña de escombros en la sala.
Se alzó su figura, con sus dos metros de altura, y manoteó el aire. Permanecí inmutable, la violencia me era familiar. El miedo abandona a lo conocido.
Sus pupilas se dilataron, perdí la curiosidad. Poco me interesaba si era por asombro, adrenalina u otro motivo. Intentó vociferar e hizo grandes ademanes. Tom le gruñó.
- ¿Tu vida es un asco? ¡Solo eres un engreído, un egocéntrico esperando que todos te entiendan! Quieres que los demás te escuchen, eres un monólogo con cuerpo de humano... Un monólogo disfrazado de gente.
Escuchaba. Era inevitable. Nací así, escuchando el alma de los otros. No sus pensamientos, no sus emociones, sino esa extraña aglomeración que los define y diferencia.
- Él no puede hablar... -dijo un niño atravesando el pasillo-. Tampoco sirve que escriba, mire.
Me entregó un diario con símbolos al azar en cada página. Alcancé a hojearlo antes que el hombre lo arrebatara de mis manos.
- Al principio, creímos que tendría lógica. ¿Sabe? Como un código secreto, incluso le pedimos escribir la misma frase varias veces...
- El resultado varió, ¿verdad? -clavé la mirada en el sujeto. Él asintió.
Fruncí el entrecejo.
Sin perder la consciencia, me desvanecí. La resistencia no hace la inmortalidad, en contraluz, pasaba desapercibido el torniquete que me hice y mi condición. Gael, el pequeño, buscó el botiquín de primeros auxilios mientras le indicaba cómo cambiarme el vendaje sucio. Los niños poseen un extraño y certero instinto. Me quedó claro, con su pregunta.
- Tú... tú, tienes una idea de qué le sucede.
- La tengo -suspiré.
Las voces, como la de aquel hombre, me desequilibraban. Sacaban la rabia contenida en mí, me sentía perseguida por ellas. Sin descanso, sin un resquicio de paz, me volvía un manojo de agresividad. Ahora, cerca de la fogata, extendí mis brazos. Magulladuras, costras, sangre seca, cicatrices mal curadas; era asquerosa.
Al contemplarme, por primera vez, él se agachó. Tendiéndome pan mientras hacía una seña a Gael. Nos quedamos en silencio, el niño no se atrevió a preguntar, se concentró en servirnos comida a Tom y a mí. No aparté mis ojos de la mirada del hombre, si me equivocaba, dejaría otra bestia suelta. Otra persona acabaría como yo.
- Su nombre es Adam... ¿y el tuyo?
- Atena -hice una pausa-. Nadie puede sacarte de tu condición, solo puedo explicarte qué sucede.
Hizo una mueca de escepticismo.
Suspiré, estaba tentando la poca paciencia que recién recuperé.
- Perdiste la capacidad de hablar; no la voz...
- ¿Qué no es lo mismo?
- No, Gael. En el caso de Adam, y según lo que escucho, él se encerró. Esta fogata no es fortuita, es un resumen de qué hizo con su vida.
Adam se levantó y volvió a manotear el aire con furia.
- ¡¡Deja tu testarudez o seguirás a..!! -Tom me lamió la mano. Respiré profundo-. Intento ayudar, ¿sí?
Gael estaba entre ambos, intentando mediar. Adam apretó los puños y resopló, antes de sentarse en el piso. Los muebles se hacían cenizas.
- No entiendo cómo llegaste a este límite, pero quien lo provocó: te dio la solución.
Arqueó la ceja.
- Escucha. Tan simple como eso.
Rió de mala gana; tensé los músculos. Mi tono fluctuaba a cada minuto.
- ¿Cómo lo ayudará? No entiendo, Atena.
- Escuchar significa que el otro te importa, tienes que separarte de la actitud de Narciso.
Miró de refilón mis cicatrices, mi ojo hinchado y mi complexión lastimera.
Silencio.
Así dormí, sin mediar otra palabra.
Abrazando a Gael, con Tom acurrucado a mis pies. La fogata se apagó, el piso estaba frío y yo demasiado sensible. Sin embargo, era mi noche más agradable en mucho tiempo.
Los primeros rayos de sol atravesaron las ventanas, el día le sentaba bien a las paredes.
Permanecí quieta, a la defensiva. Adam estaba de pie, en la otra esquina.
- Escuchar, ¿dices? No te ves muy bien que digamos, eso de escuchar -desvió la mirada-, suena a tortura.
Gael agarró mi brazo con fuerza, estaba despierto. Sentí sus uñas clavarse en mi piel. Quedé muda; había dolor en la expresión de Adam. Las almas también entienden de estaciones; entrábamos en verano.
- Él no puede hablar... -dijo un niño atravesando el pasillo-. Tampoco sirve que escriba, mire.
Me entregó un diario con símbolos al azar en cada página. Alcancé a hojearlo antes que el hombre lo arrebatara de mis manos.
- Al principio, creímos que tendría lógica. ¿Sabe? Como un código secreto, incluso le pedimos escribir la misma frase varias veces...
- El resultado varió, ¿verdad? -clavé la mirada en el sujeto. Él asintió.
Fruncí el entrecejo.
Sin perder la consciencia, me desvanecí. La resistencia no hace la inmortalidad, en contraluz, pasaba desapercibido el torniquete que me hice y mi condición. Gael, el pequeño, buscó el botiquín de primeros auxilios mientras le indicaba cómo cambiarme el vendaje sucio. Los niños poseen un extraño y certero instinto. Me quedó claro, con su pregunta.
- Tú... tú, tienes una idea de qué le sucede.
- La tengo -suspiré.
Las voces, como la de aquel hombre, me desequilibraban. Sacaban la rabia contenida en mí, me sentía perseguida por ellas. Sin descanso, sin un resquicio de paz, me volvía un manojo de agresividad. Ahora, cerca de la fogata, extendí mis brazos. Magulladuras, costras, sangre seca, cicatrices mal curadas; era asquerosa.
Al contemplarme, por primera vez, él se agachó. Tendiéndome pan mientras hacía una seña a Gael. Nos quedamos en silencio, el niño no se atrevió a preguntar, se concentró en servirnos comida a Tom y a mí. No aparté mis ojos de la mirada del hombre, si me equivocaba, dejaría otra bestia suelta. Otra persona acabaría como yo.
- Su nombre es Adam... ¿y el tuyo?
- Atena -hice una pausa-. Nadie puede sacarte de tu condición, solo puedo explicarte qué sucede.
Hizo una mueca de escepticismo.
Suspiré, estaba tentando la poca paciencia que recién recuperé.
- Perdiste la capacidad de hablar; no la voz...
- ¿Qué no es lo mismo?
- No, Gael. En el caso de Adam, y según lo que escucho, él se encerró. Esta fogata no es fortuita, es un resumen de qué hizo con su vida.
Adam se levantó y volvió a manotear el aire con furia.
- ¡¡Deja tu testarudez o seguirás a..!! -Tom me lamió la mano. Respiré profundo-. Intento ayudar, ¿sí?
Gael estaba entre ambos, intentando mediar. Adam apretó los puños y resopló, antes de sentarse en el piso. Los muebles se hacían cenizas.
- No entiendo cómo llegaste a este límite, pero quien lo provocó: te dio la solución.
Arqueó la ceja.
- Escucha. Tan simple como eso.
Rió de mala gana; tensé los músculos. Mi tono fluctuaba a cada minuto.
- ¿Cómo lo ayudará? No entiendo, Atena.
- Escuchar significa que el otro te importa, tienes que separarte de la actitud de Narciso.
Miró de refilón mis cicatrices, mi ojo hinchado y mi complexión lastimera.
Silencio.
Así dormí, sin mediar otra palabra.
Abrazando a Gael, con Tom acurrucado a mis pies. La fogata se apagó, el piso estaba frío y yo demasiado sensible. Sin embargo, era mi noche más agradable en mucho tiempo.
Los primeros rayos de sol atravesaron las ventanas, el día le sentaba bien a las paredes.
Permanecí quieta, a la defensiva. Adam estaba de pie, en la otra esquina.
- Escuchar, ¿dices? No te ves muy bien que digamos, eso de escuchar -desvió la mirada-, suena a tortura.
Gael agarró mi brazo con fuerza, estaba despierto. Sentí sus uñas clavarse en mi piel. Quedé muda; había dolor en la expresión de Adam. Las almas también entienden de estaciones; entrábamos en verano.
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