jueves, 24 de agosto de 2017

El cuaderno de la cronista fantasma: Crónica #2

"Estoy en un foso, Avry. He acabado aquí con dos devoradores de secretos. Este par irrumpió en mi faena como zamuros hambrientos."
"Todavía no estoy segura si quiero que me respondas", agregó tras pensarlo un instante. Con su letra apretada y cursiva, Garmir garabateó en mí presurosa. Por la inclinación de sus letras y la presión con que sostenía el bolígrafo era fácil deducir qué pensaba.
"Dos veces rompí la barrera de lo posible. ¿O era de lo permitido?". Eso pensaba. Mientras ella escribía en mí, yo la leía. Aunque ahora tuviese otros lectores que nos distanciaban de manera cada vez más frecuente -e irritante-. En definitiva, yo los aborrecía con todos mis años.
Garmir me cerró con tal velocidad como si mi contenido fuese su aire y pudiese escaparse.
- ¿Tampoco comes? -preguntó Arcí sentándose a mi lado.
Sentí que me ardían las yemas de los dedos. Me quemaban las palabras contenidas en ellos, la energía que esperaba ser consumida para alumbrar aquellas palabras.
- No tengo hambre -contesté pragmática.
Estábamos en una habitación que olía a humedad. Ese olor se pegaba a nuestros cuerpos igual que el polvo. Descubrí con cierto asombro que Luvny era alérgico a él, al hacer memoria sonreí. Jamás lo hubiese pensado. Fue extraño -y me alteró la primera vez- toparme de frente con sus ojos hinchados y su sucesión interminable de estornudos.
Después de dos semanas quería irse al otro extremo del mundo para evadir el polvo. Sin embargo, este hostal era el lugar más seguro en las cercanías. Afuera los enfrentamientos seguían, el hambre arreciaba, las muertes violentas se tornaron en "normales".
En particular, necesitaba organizar mis ideas. Avry podría darme una visión panorámica de la situación. Quizás incluso podría decirme qué camino tomar. Sin embargo, Avry era un comodín limitado.
Resoplé.
- Necesito aire fresco. Saldré -le solté a Arcí pasando de largo frente a él. Casi choque con Luvny que venía al ático.
El hostal estaba a su máxima capacidad. Pese a que daba la impresión de que nos sepultaría de un momento a otro bajo su infraestructura deteriorada. El piso parecía dar graznidos con cada paso de los huéspedes.
"Aire fresco, precisamente, ¿qué significa eso?", divagué. ¿Alguien sabe en la actualidad cómo se distingue? ¿Siquiera existe? Creo que no. En los últimos tiempos, deduje que así llamamos al espacio. Es un eufemismo de uso colectivo. Una manera diplomática de decir: "no me dejas respirar".
Soplé mi rizo color miel. Ese que siempre caía sobre mi ojo derecho.
Cuando llevamos tanto tiempo solos, nos acostumbramos únicamente a la presencia de nuestras sombras. Dejamos de anhelar la compañía, el tacto, el ruido, el calor de otras almas. Mi historia entró en crisis en dos oportunidades; esta era la segunda. Yo era una ermitaña, Luvny y Arcí habían irrumpido en mi santuario de paz y silencio.
Caminé.
Caminé.
Caminé.
Anduve por los cuatro costados de la localidad. Se llamaba Rané. Sus casas estaban destartaladas, pero no a causa de los proyectiles. Más bien era por falta de recursos. En Rané la gente moría por el deterioro de los edificios o como daños colaterales: falta de comida por robos en otras comunidades, enfermedades infecciosas, faltas de suministros, etc. Para mí, Rané en una localidad dependiente y allí radicaba su problemática. De levantarse por cuenta propia sería un remanso de fertilidad y abundancia.
Era una lástima.
Regresé al hostal "Moretz" cuando el primer hilo de sudor bajaba por mis sienes. Me senté en la barra y pedí un plato rebosante de frijoles, tajadas y carne mechada. Todavía faltaba para la época de hambruna. Sentí dos miradas clavadas en mi nuca, eran los devoradores de secretos.
- Necesitamos hablar -exclamó Luvny.
- ¿Vas a romperme el corazón e irte con otra? -pregunté con desenfado antes de comer un bocado de frijoles.
Estalló en carcajadas.
- Así que tienes sentido del humor -consiguió articular tras mucho esfuerzo.
Arcí también sonreía, pero de forma más disimulada.
- Me gusta tu estrategia -soltó, mientras yo le miraba sin dejar de comer-. Supondré que te gusta armar planes, pues bien, necesitamos de uno.
En siete bocados terminé de comer. Tonteamos mientras subíamos al ático.
- Se dejan llevar por la improvisación -sostuvimos un acto hasta alejarnos de las miradas del resto de huéspedes.
Luvny se encogió de hombros.
- Digamos que tenemos nuestra cuota de experiencia en ciertas cosas, ¿no, Arcí?
El aludido asintió. Ahora con una sonrisa más explayada.
- Hablaremos sin rodeos... para evitarte la incomodidad -agregó con diplomacia.
- Les agradezco el detalle -respondí sentándome sobre la delgada colchoneta. Ellos imitaron mi gesto.
- El panorama es este: están llegando rumores sobre una niña que caminó hacia el tiroteo.
- ¿Niña? -aquello me crispó la paciencia.
Luvny animó a su compañero a continuar. Era evidente que se dividían el trabajo, parecía que dialogar era la especialidad de Arcí.
- Un comentario aquí y otro allá han sembrado "dudas razonables" -intercambiaron una mirada-. A estas horas, ni siquiera los tiradores están claros en qué vieron... -hizo una pausa-, pero nosotros lo sabemos.
Iba captando por dónde venía la conversación. Nos llegaban el ruido de copas al chocar y risas estruendosas, el tintineo parecía flotar en el aire como solapando nuestra charla.
- Si somos pragmáticos tenemos dos explicaciones probables: se trataba de una niña suicida o presenciaron una aparición -sonrió con complicidad.
Soplé de nuevo el rizo.
- ¿Pretenden... venderme? -inquirí clavando mis ojos en ambos.
Hubo un minuto de silencio. Tenso, agudo y penetrante.
Luvny dio fuertes palmadas en el suelo. Arcí permaneció inmutable. Parecía que la cabeza de Luvny fuese a estallarle la cabeza.
- Ni siquiera se nos ocurrió. Además, ¿quién pone precio a una mercancía que no conoce? -me guiñó el ojo. Me estaba devolviendo la pregunta de hace rato-. No. Pensamos algo diferente. Sea cual sea tu nivel de... ¿Cómo llamarlo? -preguntó a Arcí-. Sí, me parece bien. Sea cuál sea tu nivel de inmunidad la estabas usando para ayudarnos a escapar...
- Mi incomodidad se despereza, ve al grano, por favor -lo apuré.
Intercambiaron otra mirada. Arcí le hizo un gesto con la cabeza.
- Seremos tu coartada, si nos ayudas a salir de aquí... Le tengo miedo al polvo -agregó cambiando el aire formal y urgente que había estado usando.
"Avry, ¿en qué me he metido?", pensé. Sí, eso sería lo primero que escribiría cuando estuviese sola.

Fin de la crónica #2

martes, 22 de agosto de 2017

El cuaderno de la cronista fantasma

Ella estaba absorta como acostumbra. Me encantaba que estuviese así, vaciaba todos sus sentidos con aquella naturalidad de quien respira o del pez que nada. Se afanaba de tal manera como si el sol se fuese a apagar en cuestión de segundos; llevándose todo rastro de vida con él.
Así era. Mientras que yo gozaba acaparando sus pensamientos, siendo lo más parecido al eje que pudiese tener o conociese. Incluso yo le temía a los cambios, les rehuía. Ambos lo hacíamos queríamos estancarnos, quedarnos tal cual estábamos sin interrupciones.
Interrupciones.
Así podrían calificarse el tronar de los disparos que volaban sobre su cabeza. Ella parpadeo, algo entró en su campo de visión alejándola de mí: aborrecí ese instante.
Ella, Garmir, levantó la mirada de mí: su cuaderno. Dos muchachos la habían alcanzado. Lo cierto es que Garmir estaba sentada sobre el capó de un viejo carro, sumergida totalmente en su faena mientras las detonaciones se sucedían.
Ambos se detuvieron en seco al verla. Su humor dio un giro brusco con un movimiento limpio y preciso bajo del carro y caminó hacia un local cercano. Seguía siendo dueña de sí, dominándose y con ese toque excéntrico que la adornaba más que cualquier maquillaje o arreglo externo. Sin embargo, ella los arrastró con una fuerza magnética tras sus pasos. Sin ni siquiera notarlo.
Entró en varios locales. El miedo cegaba a las personas, en la ciudad se respiraba hostilidad, miedo, dolor. Era una ciudad negra. Si Garmir fuese amiga de los mapas los teñiría todos de azabache; la violencia es una polilla que devora a la humanidad. Ella lo sabía.
Nadie detenía su mirada en ella. Excepto el par de muchachos que la seguían. Arrancó una y otra de mis hojas, hacía origami y los dejaba esparcidos como una estela de papel a su paso.
Volvió a la intemperie cuando caí al suelo.
- ¡¡Cuidado!! ¡¿Estás loca?!
Me quité la mano que había cubierto mi cabeza. Sacándola del rango de los disparos.
- ¡Lo estoy! ¿Tienes algún problema con eso? - respondí irascible.
- ¡Casi te vuelan la cabeza!
- Y a ti, ¿a cuenta de qué te importa eso? -pregunté.
El muchacho se quedó plantado delante de mí. Abría la boca pero no conseguía hablar de la rabia. Su compañero alternaba su mirada entre ambos. Luego, miró al suelo y recogió un objeto: mi cuaderno. Sentí que un corrientazo me recorrió el cuerpo, cuando quise agarrar el cuaderno algo me detuvo. Había demasiada tranquilidad en su semblante.
Resoplé.
- Sí, estoy loca. Me autodiagnostiqué locura severa hace años. Ahora, en lugar de preocuparse por alguien fuera de sus cabales, tengan sentido común y vayan a refugiarse o terminarán en la morgue.
El primer muchacho arqueó la ceja. El otro pasó las páginas del cuaderno a la velocidad precisa para no leer su contenido.
Excepto que no había contenido que leer.
Me tendió el cuaderno en silencio. Al momento de tomarlo, me sostuvo un instante por la muñeca. Era peculiarmente perceptivo, noté cómo sus ojos se detenían en las manchas de tinta negra en mi mano izquierda.
- No sé nada de psicología, pero sí que eres una persona peculiar. Busquemos un refugio, cuando cesen los tiros cada cual podrá irse a donde prefiera.
Asentí.
Trataba de controlarme. Aunque siempre tomaba la decisión demasiado tarde.
El perceptivo nos llevó a un almacén abandonado al que entramos por la puerta trasera. Parecíamos animales escondiéndose del arremeter de algún fenómeno natural. Me molestaba lo oscuro del escondite, era tan escasa la luz que no podría escribir. Tuve que mirarlos y centrarme en qué rayos hacían para matar el tiempo.
El muchacho con quien discutí se llamaba Luvny. Calculaba cuántas personas o armas podrían haber afuera, aunque confesaba que sus estimaciones podían ser inexactas. Quería que saliésemos mientras recargaban cartuchos o si el sonido de los disparo se escuchaban lejanos.
Por su parte, Arcí parecía el más calmado de los tres. Estaba pensativo. Los observé minuciosamente por espacio de un minuto o dos. "Sí, serviría", me dije. Me levanté del piso polvoriento tras examinarme por un momento.
- Salgan hacia la izquierda. Corran el próximo kilómetro, por favor, no sean tan idiotas como para hacerlo en línea recta o una bala les atravesará la cabeza.
Estiré mis músculos mientras ellos se incorporaban.
- ¿Tú qué harás? -inquirió Luvny.
- Necesito estar sola y regresar a mi faena. Ahora, ¿quieren salir o no?
Intercambiaron una mirada.
- ¿Qué tan grave es tu locura? -preguntó Arcí con semblante serio.
"Este chico es muy extraño", pensé. Incluso Avry estaría de acuerdo con ello.
- Incurable. Estoy en estado crítico y no me interesa curarme, ¿te satisface esa respuesta?
Tuvo la osadía -y la singularidad- para pensárselo.
- Está bien. Esperamos tu señal.
Llevé el ritmo con los pies, como si fuese una canción. Un, dos, tres, cuatro, pausa.
- ¡Ahora!
Luvny abrió la puerta trasera. Salí corriendo hacia la derecha, ya no volvería la vista. Recorrí el tramo donde las detonaciones se escuchaban más fuertes, hubo gritos de un lado y otro. Hubo maldiciones, exclamaciones y escuché muchos pasos que salían a la carrera. Me detuve con absoluta calma. El río de los acontecimientos seguía su cauce... o eso creía.
Las ventanas de toda la cuadra estaban rotas. Había proyectiles incrustados en las paredes de las fachadas hasta donde alcanzaba mi mirada. Charcos de sangre en aceras, en el pavimento, en los árboles.
- Sí, la polilla está devorando y dejando su rastro aquí también.
Me senté en la calle. Saqué mi cuaderno y busqué la página en que me había quedado. Regresé a mi faena.
- Así que se trataba de eso... -escuché la voz justo en mi oído. Nítida, inconfundible... e inoportuna.
Esto no debía ocurrir.
- Nos mandaste en una dirección mientras venías a encontrarte con las balas -Luvny parecía un huracán por arremeter.
- ¿Qué con eso? -dije por toda respuesta.
- Nada en absoluto. Solo es curioso -terció Arcí que había hablado a mi oído-. Es solo que no percibí miedo en ti. Estabas molesta, pero no te preocupaba tu vida. Aún así, tenías planes. Por eso, descarté que tuvieses inclinaciones o afanes suicidas.
Cerré el cuaderno. Me levanté y di media vuelta en cuestión de un segundo. Los quería lejos, y los quería lejos ahora.
- No le temías a la muerte porque tú no puedes morir. ¿Cierto?
Le reviré los ojos.
- Reconozco que la idea de Arcí es descabellada, pero tu actitud fue como una aparición para los delincuentes. Literalmente, los espantaste.
Aborrecí aquello. Primero, Avry. Ahora este par molesto siguiéndome las huellas.
- ¿Se creen sabuesos detectives o qué pasa con ustedes? ¿A cuenta de qué les incumbe si vengo o no a donde está el conflicto?
Arcí avanzó hasta estar cara a cara conmigo. Sus ojos verdes brillaban con la luz de un poste cercano que, curiosamente, aún estaba intacto. Le calculé cerca de 1,85 cm, en otras palabras, me llevaba 15 centímetros. Se inclinó para quedar a mi altura y mientras señalaba mi cuaderno exclamó:
- La primera impresión no siempre es la correcta. De hecho, casi me engaña ese cuaderno tuyo. Por un momento me creí que estaba en blanco. Pero no, apenas alejas o detienes el bolígrafo absorbe toda la tinta haciendo creer que está nuevo. Cuando en realidad...
El rostro de Luvny se llenó de astucia y picardía. Fue una mezcla que terminó en satisfacción cuando agarrando mi pulgar derecho lo presionó contra una de las hojas. La tinta apareció lentamente revelando mi letra cursiva, apretada e incluso poco legible.
Hice una mueca. Me habían descubierto.

Fin de la crónica #1  

miércoles, 9 de agosto de 2017

El legado del jardín

"Si estás leyendo esto... es porque hiciste realidad lo que para todos era un imposible.
Si estás leyendo esto, significa que creíste en mí hasta el final. Significa que te impusiste ante tus dudas, miedos y ante la rabia misma. Significa que me conociste lo suficiente para permanecer fiel a todo cuanto te dije, aunque a ratos no lo comprendieses.
Finalmente, quiere decir que te conozco lo suficiente para estar orgullosa de ti, como nunca lo estuve o estaré de nadie. Porque esperaste, porque confiaste, ahora mereces respuestas. O, mejor dicho, una explicación de las respuestas abstractas que ya encontraste y tienes ante ti."
La miraba llorar. Mirar cómo las lágrimas de esa muchacha impasible, me resultaba perturbador. Era como imaginar una noche perfectamente oscura con el sol en todo su resplandor, simplemente no me cabía en los sentidos.
A ciencia cierta, nosotros no éramos nada. Nos encontramos mientras dábamos tumbos por la vida, yo necesitaba oxígeno. Tomé el primer trabajo a distancia que conseguí -y podía mantener- para luego poner tierra de por medio con una multitud de voces que, de haberlas dejado, me llevarían al mismo precipicio donde yace inerte la cordura.
Tras descansar en varios pueblos con cero de atractivo o carentes de las condiciones mínimas para cumplir mi trabajo, terminé acá. En apariencia era una población normal, quizás un poco insípida, pero lo que yo necesitaba era una desintoxicación radical. Me había hartado de las medias tintas.
Di con ella cuando buscaba alojamiento. Aunque siendo totalmente sincero, pude quedarme en cualquiera de las casas deshabitadas del lugar. Según mis cálculos, producto de la peligrosa mezcla de mi aburrimiento ligado con mi curiosidad, por cada 10 casas 3 estaban desocupadas. Después de mis primeras averiguaciones, supe que no eran muy receptivos con los extraños.
Aunque sea un mero eufemismo.
-Aquí nadie hospeda a forasteros ni turistas, muchacho.
-Entonces, ¿qué sentido tienen las posadas? Tienen mínimo media decena de ellas -repliqué.
-Son para alojar a los mercaderes. A la gente que nos trae comida, enseres o cualquier artículo de necesidad. No para gente como tú -respondió con aire despectivo.
Después de una "amistosa charla" fui sacado como un animal portador de la peor peste, mientras entre gritos el posadero decía:
-¡Quizás, la chica roca te reciba!
Así inició nuestra convivencia; por escuchar los gritos iracundos de un viejo con el rostro colorado de amargura. En ese momento, no pude imaginar que empezaría la etapa más anecdótica de mis 29 años. Su piel era color arena, brillante y luminosa. Su nariz pequeña me hizo pensar que respiraría solo "hilos de aire", tenía múltiples perforaciones en las orejas pero distaban de darle una apariencia vulgar. Su voz ligeramente ronca me recordó a varias cantantes reconocidas. Jugaba constantemente con su cabellera de un castaño claro.
Después de su apariencia, su actitud me dejó totalmente pasmado. Se abstuvo de hacer preguntas molestas. En cambio, me enumeró los beneficios que podía tener en su casa de dos plantas y cinco habitaciones. Entre ellas privacidad total.
La primera semana comía solo en mi habitación del piso superior. Sin embargo, desde la segunda quincena bajé a desayunar con ella. Noté que la mención de su nombre la hacía aún más distante, como si hablase de alguien ajeno o desconocido. Por ello, terminé llamándola Arena. Le pareció curioso, pero no dijo nada más. Solo me dedicó una sonrisa gentil, entre ausente y empolvada.
A los 21 días de nuestra convivencia, entendí que mi joven casera vivía entre peculiaridades. Esos días, yo sufría de un insomnio atroz fue entonces cuando la atrapé en la cumbre de su rareza. Desde el principio su jardín me pareció fuera de serie: no tenía ni una flor, solo césped en pleno verdor, podado y atendido con esmero. Además de eso, sólo tenía rocas.
Piedras enormes que ningún hombre, a excepción quizás de un fisicoculturista o un grupo de ellos, podría levantar. Para mí era un misterio cómo acabaron allí, superaban la veintena incluso restringían el acceso a la vivienda. Descarté la coincidencia o que fuese algo aleatorio. Sin embargo, la actitud de Arena hacia ellas era todavía más extraña opacando las rarezas de las rocas en sí misma. En ese lapso, noté que se levantaba con cierta religiosidad a regarlas a las 5:00am. Por dos días continuos pensé que era una alucinación o un sueño mío.
-Tal vez esta casa se me torna demasiado pacífica y mi cerebro necesita hallarle algo fuera de lugar: loco, enfermo o sinsentido.
Por eso, el día 24 de mi residencia dormí 4 horas aquella tarde. De esa manera estaría completamente descansado, con la mente fresca y despierta. Hice algunas llamadas telefónicas y seguí una rutina mortalmente aburrida, insípida del todo pero convencido hasta la médula de que ese riego matutino era cuestión de una imaginación aturdida entre el trabajo y la monotonía.
El agua caía por inercia mientras Arena murmuraba versos con voz queda.

Riego tu recuerdo,
riego la belleza perenne de tu amor,
riego la melodía en tu voz,
riego tus días,
tus sueños,
los insomnios que poblabas.

Riego la tierra fértil
que me vio nacer,
que me permitió echar raíces,
que con sus vitaminas
y el agua de su alma
me vio alzarme,
alejarme del suelo...

Me había acercado para escucharla. Bajo esa luna amarilla y gigantesca, entre ese mar de palabras estaba dejando fluir sus emociones.
-Es como la niebla mañanera -exclamó sin volverse hacia mí.
Sentí que se me erizaba la piel. Supo que estaba allí observándola. Como un mosquito atraído por la luz, su halo de misterio me era irresistible. De pronto me embargó la súbita certeza de que Arena era un ser excepcional. Ciertamente, al amanecer la casa estaba rodeada por la niebla que para algunos podría resultar deprimente pero, para mí, constituía todo un espectáculo. Sin embargo, al igual que otros sucesos naturales este duraba muy poco.
Más adelante la acompañaba en aquel ritual suyo. Tomaba mi café sentado en las escaleras que daban a la casa mientras le escuchaba recitar. Me enteré que tenía un número reducido de acciones en locales familiares de poblaciones vecinas e inclusive en una ciudad a algunos kilómetros. Los negocios eran prósperos en sus ambientes y le permitían mantenerse sin recurrir a los excesos.
-Además del alquiler estacional de las habitaciones -comentó con un aire de confesión.
Las palabras de Arena cobraron un nuevo significado cuando al cumplirse el mes desde mi llegada desperté al escuchar vidrios rompiéndose alrededor. Me incorporé en la cama sudando frío pensando que había sobrevivido a una pesadilla.
Me costaba creer que las pesadillas pueden salir de los dominios de Morfeo y catapultarse hacia nosotros. Alargar sus garras como si deseasen despellejarnos vivos, sin que la luz o el amanecer les queme las entrañas mismas del miedo. Era una lección que tendría que aprender.
Bajé a la cocina donde compartíamos nuestras comidas y nos alternábamos preparándola. Bajé entre pisotones y una subida de adrenalina que me consumía. Ella se irguió al verme, había estado recogiendo cristales de las ventanas y los fragmentos de cerámica de nuestras tazas con las manos desnudas.
Su mirada fue sobria y directa. Alzó la silla que yo solía usar y la puso al lado del marco de la puerta.
-Siéntate, Carlos -me dijo con calma-. Los cristales no te alcanzaron, por lo visto...
Un nuevo escalofrío serpenteó en la piel. Sus gestos escondían un mensaje obvio y atroz. Me costó un minuto recuperar el habla.
-Estás acostumbrada a esto, ¿no es así?
Ella asintió.
La miré largamente animándola a hablar.
-Ninguno de mis inquilinos superan el mes en esta casa. El cronograma es así: en la mañana destrozan cada vidrio que tiene la casa. A media mañana sueltan los perros más agresivos en el jardín, si se abre alguna puerta o estás afuera puedes terminar gravemente herido. Al mediodía rodean la casa con basura, huevos o alimentos podridos que hace nauseabundo el respirar. A las 3:00pm, cesan mientras nos ahogamos en la inmundicia o tratamos de limpiarla. A las 6pm falla "misteriosamente" el agua y la luz, siempre por circunstancias que "escapan de sus manos". A partir de las 8pm y por 12 horas la calle parece un manicomio con ruidos mezclados que soy incapaz de distinguir por sí mismos.
Palidecí.
Cuando terminó de limpiar, no dejo que la ayudase en ningún momento, ella me guió hacia el sótano. Estaba ambientado como si funcionase como un apartamento. Divisé en una esquina un contenedor grande repleto de ventanales con las mismas características de los que se habían hecho trizas. Me había dejado allí entregándome la llave y con la puerta -que se cerraba solo por dentro- acuñada.
-Tienes un lugar completamente equipado aquí con cocina, un puf y un sofá cama -le dije a modo de cumplido. Estaba sinceramente sorprendido.
-Podrás irte alrededor de las 10am. Esta es la única forma de mantenernos ilesos de momento -dijo abriendo unas cajas y posteriormente una pequeña nevera, mientras extraía los ingredientes de nuestro desayuno.
Arena durmió en el sofá cama después de la comida y hasta que la llegada de los perros. Parecían tan atronadores los ladrillos que se incorporó en el acto, como si jamás hubiese dormido. Aunque trató de disimularlo envolviéndose en una mullida sábana, advertí que había cierto nerviosismo en ella. Sentí que estaba en negación absoluta, tan arraiga que ni siquiera ella lo percibía.
-Cuéntame, ¿cómo sigue aquel poema de cuando riegas?
Ella me dedicó una de sus sonrisas tenues que de manera inexplicable me hacía pensar en la espuma del mar. Sí, quizás todo en ella era irresistible para mí: ese es el peligro de los enigmas. Aún estaba aturdido frente a lo que vivíamos. Comprobé por cuenta propia que nadie en el pueblo la trataba. Salía escasamente de casa y cuando lo hacía era tratada como si fuera una peste andante. Cualquier contacto con los vecinos parecía que era semejante a echarle sal a una herida abierta.
  
 Riego la tierra fértil
que me vio nacer,
que me permitió echar raíces,
que con sus vitaminas
y el agua de su alma
me vio alzarme,
alejarme del suelo...

Me fui elevando sobre ella,
fui acariciando las nubes hechas de espuma,
fui dejando el peso atroz
en el pasado:
hasta que se volviese el olvido.

Allí en ese ambiente de exilio, de guerra y miedo su voz aportó un calor agradable. Ambos sentimos un matiz de paz ante una arremetida de violencia. Me explicó que la primera vez que aplicaron ese asedio su madre sufrió un infarto muriendo en el acto. Ella no puedo socorrerla, no puedo sacarla porque le había desecho los nervios.
Arena hablaba de manera pausada como si se refiere a los resultados de un partido de fútbol. Al indagar más, aprovechándome de la ausencia de lágrimas, me enteré que su mamá advirtió durante meses que el tanque de agua central de la ciudad tenía filtraciones.
-Fue muy insistente. Tanto que hasta a mí me resultó molesto -hizo una pausa-...pero tuvo razón. Una avería en las tuberías nos dejó sin agua por dos semanas, semanas en que el poblado no tuvo nada de agua. La gente podía matar por una taza de agua. Por eso, nos escondimos aquí. Ella tomó todas las previsiones, al momento lo consideré paranoia, pero nunca estuvo más cuerda.
Siguió detallándome cómo murieron varios niños, pero cuando intentaron socorrerlos la gente se arremolinó alrededor de ellas y el agua se desperdició. Estaban presas de un frenesí colectivo.
-Fueron días donde la violencia era lo único que se respiraba arriba. Mamá temió por mí y decidió que nos escondiésemos aquí. Días antes del primer asedio, trajeron las rocas en camiones de construcción.
Me miró con seriedad, estaba por confesarme qué había detrás del riego religioso e inusual de rocas.
-Ellos dijeron que esas rocas son del tamaño de su rabia hacia nosotras. Tenía apenas 12 años cuando las trajeron, la casa estaba rodeada por los vecinos que gritaban enfurecidos que "cuando se partan esas piedras de forma natural" ellos nos perdonarían. Hasta entonces solo somos parásitos. Fue peor que cualquier pesadilla, solo superada por la muerte de mi madre.
No dijimos nada por un rato. Un olor fétido se colaba en la habitación, sin que pudiese detectar cómo entraba. Arena se levantó y puso una maceta con plantas aromáticas entre ambos, era cuanto podía hacer aún persistían en la lejanía los ladridos de los perros.
-Mientras estaba en shock, mamá había entrado a la casa y salido con una regadera. La observé sin comprender. No obstante, desde su muerte las riego aunque nada pueda florecer. Han pasado 15 años, ¿sabes?
Recordé la tinta indeleble con que escribieron en las rocas "mueran", "váyanse", "parásitos", "zorras" en letras apretadas que hacían incomprensibles los demás insultos. Era tinta roja como si con ello, reclamasen su sangre. Recordé a Arena regándolas, el escepticismo y la curiosidad que me embargó desde el inicio. Casi "miré" el agua resbalando de ellas, como si fuesen impermeables. ¿Será el odio impermeable?
Todavía no tengo claro si dormimos o perdimos la consciencia, mi pensamiento estaba sobresaturado para asimilar nada más. Sin embargo, me acuerdo palabra por palabra lo que me diría más tarde Arena: "me levanté sintiendo que algo se desgarró en mí".
Un sonido estridente llegó hasta nosotros, cuando intercambiamos una mirada ambos habíamos "saltado" ella del sofá cama y yo del suelo. No sabíamos a qué atenernos, pensamos que se habían radicalizado hasta el punto de demoler la casa misma con nosotros en ella. Impulsados y manejados por la adrenalina dejados nuestro refugio y salimos al exterior.
Nos costó abrir la puerta que daba al jardín porque estaba taponada con bolsas y bolsas de basura. La mañana no había clareado, así que entre una cosa y otra no podíamos ver hacia fuera. Empujé la puerta varias veces, al décimo intento la basura cedió. Supe en ese instante lo fuerte que era mi instinto de supervivencia.
Lo que encontramos fue insólito. Los vecinos compartían nuestro miedo y preocupación, apagaron los equipos de sonido para buscar qué produjo aquel estruendo. La oscuridad lo dificultaba todo, escondiéndolo con su manto de negrura, cuando el sol se alzó caí sentado y sin habla.
Todos estábamos tiesos, mudos, absortos como estatuas.
Las piedras todas y cada una de ellas estaban partidas por la mitad.
Arena caminó hacia la más grande que le llegaba hasta la espalda alta y acarició las grietas, las palabras no le salían. Hacía el intento de hablar, lo sé, lo noté. Pero nada salía de su boca. Tras un esfuerzo monumental, pude acercarme a ella.
Arqueé la ceja.
-Arena, hay algo debajo de la roca... -extraje una bolsa plástica de esas que se utilizan para guardar alimentos y están cerradas al vacío. Se la tendí. Sin recuperarse del asombro, lo abrió y extrajo un sobre.
"Si estás leyendo esto... es porque hiciste realidad lo que para todos era un imposible.
Si estás leyendo esto, significa que creíste en mí hasta el final. Significa que te impusiste ante tus dudas, miedos y ante la rabia misma. Significa que me conociste lo suficiente para permanecer fiel a todo cuanto te dije, aunque a ratos no lo comprendieses.
Finalmente, quiere decir que te conozco lo suficiente para estar orgullosa de ti, como nunca lo estuve o estaré de nadie. Porque esperaste, porque confiaste, ahora mereces respuestas. O, mejor dicho, una explicación de las respuestas abstractas que ya encontraste y tienes ante ti."
Lloró. Lo hizo de tal manera que le quité la carta con suavidad, mientras lloraba con el cuerpo entero como solo puede hacerlo quien se negó el derecho a sentir. Quien se guardó todo su dolor y lo sepulto en lo más hondo de su memoria. Leí para ella la carta.
"Cuando las piedras se partan tu amor se habrá impuesto al odio. El hilo de la furia se habrá cortado y secado de raíz. Mi querida hija, no somos dueños ni poseedores de los corazones ajenos. Sinceramente, nunca lo seremos. Sin embargo, déjame decirte que solo existe una manera de acabar con tanto caos: ofreciendo algo mejor.
Quizás durante este tiempo el verdadero reto no era que se partiesen las piedras. Mi reto como madre era enseñarte a nunca abrigar rocas en tu alma. Mi amadísima hija, cada vez que regabas las rocas regabas tu vida, tu futuro, tus sueños, lo que harías de ti. Ahora que las piedras han cedido, haz aprendido a perdonar. Haz aprendido que es un proceso lento y puede parecer tortuoso. Donde esté te amaré, hazme llegar tu amor a través de quienes tengas cerca. Mis oraciones han sido escuchadas, ahora tu vida puede germinar... Ahora el miedo queda atrás.
Posdata: Las semillas que acompañan esta carta son la promesa de tu futuro a construir, no podías acceder a ellas ni a ti misma, mientras odiases. Solo sembrándolas descubrirás qué flores esconden. El documento que está en el sobre son las escrituras del pueblo, mi familia paterna lo fundó. Al mudarse se llevaron las escrituras, por eso, cuando uno de nosotros volvió pasadas cinco generaciones, nadie lo recordaba. En este momento, tienes la sabiduría suficiente para tomar las decisiones correctas. Recuerda a través de ellos recibiré tu amor...Sé feliz."
Conforme avanzaba en la lectura, alcé la voz hasta que cada vecino escuchó el contenido de la carta.