
"Todavía no estoy segura si quiero que me respondas", agregó tras pensarlo un instante. Con su letra apretada y cursiva, Garmir garabateó en mí presurosa. Por la inclinación de sus letras y la presión con que sostenía el bolígrafo era fácil deducir qué pensaba.
"Dos veces rompí la barrera de lo posible. ¿O era de lo permitido?". Eso pensaba. Mientras ella escribía en mí, yo la leía. Aunque ahora tuviese otros lectores que nos distanciaban de manera cada vez más frecuente -e irritante-. En definitiva, yo los aborrecía con todos mis años.
Garmir me cerró con tal velocidad como si mi contenido fuese su aire y pudiese escaparse.
Garmir me cerró con tal velocidad como si mi contenido fuese su aire y pudiese escaparse.
- ¿Tampoco comes? -preguntó Arcí sentándose a mi lado.
Sentí que me ardían las yemas de los dedos. Me quemaban las palabras contenidas en ellos, la energía que esperaba ser consumida para alumbrar aquellas palabras.
- No tengo hambre -contesté pragmática.
Estábamos en una habitación que olía a humedad. Ese olor se pegaba a nuestros cuerpos igual que el polvo. Descubrí con cierto asombro que Luvny era alérgico a él, al hacer memoria sonreí. Jamás lo hubiese pensado. Fue extraño -y me alteró la primera vez- toparme de frente con sus ojos hinchados y su sucesión interminable de estornudos.
Después de dos semanas quería irse al otro extremo del mundo para evadir el polvo. Sin embargo, este hostal era el lugar más seguro en las cercanías. Afuera los enfrentamientos seguían, el hambre arreciaba, las muertes violentas se tornaron en "normales".
En particular, necesitaba organizar mis ideas. Avry podría darme una visión panorámica de la situación. Quizás incluso podría decirme qué camino tomar. Sin embargo, Avry era un comodín limitado.
- Necesito aire fresco. Saldré -le solté a Arcí pasando de largo frente a él. Casi choque con Luvny que venía al ático.
El hostal estaba a su máxima capacidad. Pese a que daba la impresión de que nos sepultaría de un momento a otro bajo su infraestructura deteriorada. El piso parecía dar graznidos con cada paso de los huéspedes.
"Aire fresco, precisamente, ¿qué significa eso?", divagué. ¿Alguien sabe en la actualidad cómo se distingue? ¿Siquiera existe? Creo que no. En los últimos tiempos, deduje que así llamamos al espacio. Es un eufemismo de uso colectivo. Una manera diplomática de decir: "no me dejas respirar".
Soplé mi rizo color miel. Ese que siempre caía sobre mi ojo derecho.
Cuando llevamos tanto tiempo solos, nos acostumbramos únicamente a la presencia de nuestras sombras. Dejamos de anhelar la compañía, el tacto, el ruido, el calor de otras almas. Mi historia entró en crisis en dos oportunidades; esta era la segunda. Yo era una ermitaña, Luvny y Arcí habían irrumpido en mi santuario de paz y silencio.
Caminé.
Caminé.
Caminé.
Anduve por los cuatro costados de la localidad. Se llamaba Rané. Sus casas estaban destartaladas, pero no a causa de los proyectiles. Más bien era por falta de recursos. En Rané la gente moría por el deterioro de los edificios o como daños colaterales: falta de comida por robos en otras comunidades, enfermedades infecciosas, faltas de suministros, etc. Para mí, Rané en una localidad dependiente y allí radicaba su problemática. De levantarse por cuenta propia sería un remanso de fertilidad y abundancia.
Era una lástima.
Regresé al hostal "Moretz" cuando el primer hilo de sudor bajaba por mis sienes. Me senté en la barra y pedí un plato rebosante de frijoles, tajadas y carne mechada. Todavía faltaba para la época de hambruna. Sentí dos miradas clavadas en mi nuca, eran los devoradores de secretos.
- Necesitamos hablar -exclamó Luvny.
- ¿Vas a romperme el corazón e irte con otra? -pregunté con desenfado antes de comer un bocado de frijoles.
Estalló en carcajadas.
- Así que tienes sentido del humor -consiguió articular tras mucho esfuerzo.
Arcí también sonreía, pero de forma más disimulada.
- Me gusta tu estrategia -soltó, mientras yo le miraba sin dejar de comer-. Supondré que te gusta armar planes, pues bien, necesitamos de uno.
En siete bocados terminé de comer. Tonteamos mientras subíamos al ático.
- Se dejan llevar por la improvisación -sostuvimos un acto hasta alejarnos de las miradas del resto de huéspedes.
Luvny se encogió de hombros.
- Digamos que tenemos nuestra cuota de experiencia en ciertas cosas, ¿no, Arcí?
El aludido asintió. Ahora con una sonrisa más explayada.
- Hablaremos sin rodeos... para evitarte la incomodidad -agregó con diplomacia.
- Les agradezco el detalle -respondí sentándome sobre la delgada colchoneta. Ellos imitaron mi gesto.
- El panorama es este: están llegando rumores sobre una niña que caminó hacia el tiroteo.
- ¿Niña? -aquello me crispó la paciencia.
Luvny animó a su compañero a continuar. Era evidente que se dividían el trabajo, parecía que dialogar era la especialidad de Arcí.
- Un comentario aquí y otro allá han sembrado "dudas razonables" -intercambiaron una mirada-. A estas horas, ni siquiera los tiradores están claros en qué vieron... -hizo una pausa-, pero nosotros sí lo sabemos.
Iba captando por dónde venía la conversación. Nos llegaban el ruido de copas al chocar y risas estruendosas, el tintineo parecía flotar en el aire como solapando nuestra charla.
- Si somos pragmáticos tenemos dos explicaciones probables: se trataba de una niña suicida o presenciaron una aparición -sonrió con complicidad.
Soplé de nuevo el rizo.
- ¿Pretenden... venderme? -inquirí clavando mis ojos en ambos.
Hubo un minuto de silencio. Tenso, agudo y penetrante.
Luvny dio fuertes palmadas en el suelo. Arcí permaneció inmutable. Parecía que la cabeza de Luvny fuese a estallarle la cabeza.
- Ni siquiera se nos ocurrió. Además, ¿quién pone precio a una mercancía que no conoce? -me guiñó el ojo. Me estaba devolviendo la pregunta de hace rato-. No. Pensamos algo diferente. Sea cual sea tu nivel de... ¿Cómo llamarlo? -preguntó a Arcí-. Sí, me parece bien. Sea cuál sea tu nivel de inmunidad la estabas usando para ayudarnos a escapar...
- Mi incomodidad se despereza, ve al grano, por favor -lo apuré.
Intercambiaron otra mirada. Arcí le hizo un gesto con la cabeza.
- Seremos tu coartada, si nos ayudas a salir de aquí... Le tengo miedo al polvo -agregó cambiando el aire formal y urgente que había estado usando.
"Avry, ¿en qué me he metido?", pensé. Sí, eso sería lo primero que escribiría cuando estuviese sola.
Cuando llevamos tanto tiempo solos, nos acostumbramos únicamente a la presencia de nuestras sombras. Dejamos de anhelar la compañía, el tacto, el ruido, el calor de otras almas. Mi historia entró en crisis en dos oportunidades; esta era la segunda. Yo era una ermitaña, Luvny y Arcí habían irrumpido en mi santuario de paz y silencio.
Caminé.
Caminé.
Caminé.
Anduve por los cuatro costados de la localidad. Se llamaba Rané. Sus casas estaban destartaladas, pero no a causa de los proyectiles. Más bien era por falta de recursos. En Rané la gente moría por el deterioro de los edificios o como daños colaterales: falta de comida por robos en otras comunidades, enfermedades infecciosas, faltas de suministros, etc. Para mí, Rané en una localidad dependiente y allí radicaba su problemática. De levantarse por cuenta propia sería un remanso de fertilidad y abundancia.
Era una lástima.
Regresé al hostal "Moretz" cuando el primer hilo de sudor bajaba por mis sienes. Me senté en la barra y pedí un plato rebosante de frijoles, tajadas y carne mechada. Todavía faltaba para la época de hambruna. Sentí dos miradas clavadas en mi nuca, eran los devoradores de secretos.
- Necesitamos hablar -exclamó Luvny.
- ¿Vas a romperme el corazón e irte con otra? -pregunté con desenfado antes de comer un bocado de frijoles.
Estalló en carcajadas.
- Así que tienes sentido del humor -consiguió articular tras mucho esfuerzo.
Arcí también sonreía, pero de forma más disimulada.
- Me gusta tu estrategia -soltó, mientras yo le miraba sin dejar de comer-. Supondré que te gusta armar planes, pues bien, necesitamos de uno.
En siete bocados terminé de comer. Tonteamos mientras subíamos al ático.
- Se dejan llevar por la improvisación -sostuvimos un acto hasta alejarnos de las miradas del resto de huéspedes.
Luvny se encogió de hombros.
- Digamos que tenemos nuestra cuota de experiencia en ciertas cosas, ¿no, Arcí?
El aludido asintió. Ahora con una sonrisa más explayada.
- Hablaremos sin rodeos... para evitarte la incomodidad -agregó con diplomacia.
- Les agradezco el detalle -respondí sentándome sobre la delgada colchoneta. Ellos imitaron mi gesto.
- El panorama es este: están llegando rumores sobre una niña que caminó hacia el tiroteo.
- ¿Niña? -aquello me crispó la paciencia.
Luvny animó a su compañero a continuar. Era evidente que se dividían el trabajo, parecía que dialogar era la especialidad de Arcí.
- Un comentario aquí y otro allá han sembrado "dudas razonables" -intercambiaron una mirada-. A estas horas, ni siquiera los tiradores están claros en qué vieron... -hizo una pausa-, pero nosotros sí lo sabemos.
Iba captando por dónde venía la conversación. Nos llegaban el ruido de copas al chocar y risas estruendosas, el tintineo parecía flotar en el aire como solapando nuestra charla.
- Si somos pragmáticos tenemos dos explicaciones probables: se trataba de una niña suicida o presenciaron una aparición -sonrió con complicidad.
Soplé de nuevo el rizo.
- ¿Pretenden... venderme? -inquirí clavando mis ojos en ambos.
Hubo un minuto de silencio. Tenso, agudo y penetrante.
Luvny dio fuertes palmadas en el suelo. Arcí permaneció inmutable. Parecía que la cabeza de Luvny fuese a estallarle la cabeza.
- Ni siquiera se nos ocurrió. Además, ¿quién pone precio a una mercancía que no conoce? -me guiñó el ojo. Me estaba devolviendo la pregunta de hace rato-. No. Pensamos algo diferente. Sea cual sea tu nivel de... ¿Cómo llamarlo? -preguntó a Arcí-. Sí, me parece bien. Sea cuál sea tu nivel de inmunidad la estabas usando para ayudarnos a escapar...
- Mi incomodidad se despereza, ve al grano, por favor -lo apuré.
Intercambiaron otra mirada. Arcí le hizo un gesto con la cabeza.
- Seremos tu coartada, si nos ayudas a salir de aquí... Le tengo miedo al polvo -agregó cambiando el aire formal y urgente que había estado usando.
"Avry, ¿en qué me he metido?", pensé. Sí, eso sería lo primero que escribiría cuando estuviese sola.
Fin de la crónica #2