miércoles, 9 de agosto de 2017

El legado del jardín

"Si estás leyendo esto... es porque hiciste realidad lo que para todos era un imposible.
Si estás leyendo esto, significa que creíste en mí hasta el final. Significa que te impusiste ante tus dudas, miedos y ante la rabia misma. Significa que me conociste lo suficiente para permanecer fiel a todo cuanto te dije, aunque a ratos no lo comprendieses.
Finalmente, quiere decir que te conozco lo suficiente para estar orgullosa de ti, como nunca lo estuve o estaré de nadie. Porque esperaste, porque confiaste, ahora mereces respuestas. O, mejor dicho, una explicación de las respuestas abstractas que ya encontraste y tienes ante ti."
La miraba llorar. Mirar cómo las lágrimas de esa muchacha impasible, me resultaba perturbador. Era como imaginar una noche perfectamente oscura con el sol en todo su resplandor, simplemente no me cabía en los sentidos.
A ciencia cierta, nosotros no éramos nada. Nos encontramos mientras dábamos tumbos por la vida, yo necesitaba oxígeno. Tomé el primer trabajo a distancia que conseguí -y podía mantener- para luego poner tierra de por medio con una multitud de voces que, de haberlas dejado, me llevarían al mismo precipicio donde yace inerte la cordura.
Tras descansar en varios pueblos con cero de atractivo o carentes de las condiciones mínimas para cumplir mi trabajo, terminé acá. En apariencia era una población normal, quizás un poco insípida, pero lo que yo necesitaba era una desintoxicación radical. Me había hartado de las medias tintas.
Di con ella cuando buscaba alojamiento. Aunque siendo totalmente sincero, pude quedarme en cualquiera de las casas deshabitadas del lugar. Según mis cálculos, producto de la peligrosa mezcla de mi aburrimiento ligado con mi curiosidad, por cada 10 casas 3 estaban desocupadas. Después de mis primeras averiguaciones, supe que no eran muy receptivos con los extraños.
Aunque sea un mero eufemismo.
-Aquí nadie hospeda a forasteros ni turistas, muchacho.
-Entonces, ¿qué sentido tienen las posadas? Tienen mínimo media decena de ellas -repliqué.
-Son para alojar a los mercaderes. A la gente que nos trae comida, enseres o cualquier artículo de necesidad. No para gente como tú -respondió con aire despectivo.
Después de una "amistosa charla" fui sacado como un animal portador de la peor peste, mientras entre gritos el posadero decía:
-¡Quizás, la chica roca te reciba!
Así inició nuestra convivencia; por escuchar los gritos iracundos de un viejo con el rostro colorado de amargura. En ese momento, no pude imaginar que empezaría la etapa más anecdótica de mis 29 años. Su piel era color arena, brillante y luminosa. Su nariz pequeña me hizo pensar que respiraría solo "hilos de aire", tenía múltiples perforaciones en las orejas pero distaban de darle una apariencia vulgar. Su voz ligeramente ronca me recordó a varias cantantes reconocidas. Jugaba constantemente con su cabellera de un castaño claro.
Después de su apariencia, su actitud me dejó totalmente pasmado. Se abstuvo de hacer preguntas molestas. En cambio, me enumeró los beneficios que podía tener en su casa de dos plantas y cinco habitaciones. Entre ellas privacidad total.
La primera semana comía solo en mi habitación del piso superior. Sin embargo, desde la segunda quincena bajé a desayunar con ella. Noté que la mención de su nombre la hacía aún más distante, como si hablase de alguien ajeno o desconocido. Por ello, terminé llamándola Arena. Le pareció curioso, pero no dijo nada más. Solo me dedicó una sonrisa gentil, entre ausente y empolvada.
A los 21 días de nuestra convivencia, entendí que mi joven casera vivía entre peculiaridades. Esos días, yo sufría de un insomnio atroz fue entonces cuando la atrapé en la cumbre de su rareza. Desde el principio su jardín me pareció fuera de serie: no tenía ni una flor, solo césped en pleno verdor, podado y atendido con esmero. Además de eso, sólo tenía rocas.
Piedras enormes que ningún hombre, a excepción quizás de un fisicoculturista o un grupo de ellos, podría levantar. Para mí era un misterio cómo acabaron allí, superaban la veintena incluso restringían el acceso a la vivienda. Descarté la coincidencia o que fuese algo aleatorio. Sin embargo, la actitud de Arena hacia ellas era todavía más extraña opacando las rarezas de las rocas en sí misma. En ese lapso, noté que se levantaba con cierta religiosidad a regarlas a las 5:00am. Por dos días continuos pensé que era una alucinación o un sueño mío.
-Tal vez esta casa se me torna demasiado pacífica y mi cerebro necesita hallarle algo fuera de lugar: loco, enfermo o sinsentido.
Por eso, el día 24 de mi residencia dormí 4 horas aquella tarde. De esa manera estaría completamente descansado, con la mente fresca y despierta. Hice algunas llamadas telefónicas y seguí una rutina mortalmente aburrida, insípida del todo pero convencido hasta la médula de que ese riego matutino era cuestión de una imaginación aturdida entre el trabajo y la monotonía.
El agua caía por inercia mientras Arena murmuraba versos con voz queda.

Riego tu recuerdo,
riego la belleza perenne de tu amor,
riego la melodía en tu voz,
riego tus días,
tus sueños,
los insomnios que poblabas.

Riego la tierra fértil
que me vio nacer,
que me permitió echar raíces,
que con sus vitaminas
y el agua de su alma
me vio alzarme,
alejarme del suelo...

Me había acercado para escucharla. Bajo esa luna amarilla y gigantesca, entre ese mar de palabras estaba dejando fluir sus emociones.
-Es como la niebla mañanera -exclamó sin volverse hacia mí.
Sentí que se me erizaba la piel. Supo que estaba allí observándola. Como un mosquito atraído por la luz, su halo de misterio me era irresistible. De pronto me embargó la súbita certeza de que Arena era un ser excepcional. Ciertamente, al amanecer la casa estaba rodeada por la niebla que para algunos podría resultar deprimente pero, para mí, constituía todo un espectáculo. Sin embargo, al igual que otros sucesos naturales este duraba muy poco.
Más adelante la acompañaba en aquel ritual suyo. Tomaba mi café sentado en las escaleras que daban a la casa mientras le escuchaba recitar. Me enteré que tenía un número reducido de acciones en locales familiares de poblaciones vecinas e inclusive en una ciudad a algunos kilómetros. Los negocios eran prósperos en sus ambientes y le permitían mantenerse sin recurrir a los excesos.
-Además del alquiler estacional de las habitaciones -comentó con un aire de confesión.
Las palabras de Arena cobraron un nuevo significado cuando al cumplirse el mes desde mi llegada desperté al escuchar vidrios rompiéndose alrededor. Me incorporé en la cama sudando frío pensando que había sobrevivido a una pesadilla.
Me costaba creer que las pesadillas pueden salir de los dominios de Morfeo y catapultarse hacia nosotros. Alargar sus garras como si deseasen despellejarnos vivos, sin que la luz o el amanecer les queme las entrañas mismas del miedo. Era una lección que tendría que aprender.
Bajé a la cocina donde compartíamos nuestras comidas y nos alternábamos preparándola. Bajé entre pisotones y una subida de adrenalina que me consumía. Ella se irguió al verme, había estado recogiendo cristales de las ventanas y los fragmentos de cerámica de nuestras tazas con las manos desnudas.
Su mirada fue sobria y directa. Alzó la silla que yo solía usar y la puso al lado del marco de la puerta.
-Siéntate, Carlos -me dijo con calma-. Los cristales no te alcanzaron, por lo visto...
Un nuevo escalofrío serpenteó en la piel. Sus gestos escondían un mensaje obvio y atroz. Me costó un minuto recuperar el habla.
-Estás acostumbrada a esto, ¿no es así?
Ella asintió.
La miré largamente animándola a hablar.
-Ninguno de mis inquilinos superan el mes en esta casa. El cronograma es así: en la mañana destrozan cada vidrio que tiene la casa. A media mañana sueltan los perros más agresivos en el jardín, si se abre alguna puerta o estás afuera puedes terminar gravemente herido. Al mediodía rodean la casa con basura, huevos o alimentos podridos que hace nauseabundo el respirar. A las 3:00pm, cesan mientras nos ahogamos en la inmundicia o tratamos de limpiarla. A las 6pm falla "misteriosamente" el agua y la luz, siempre por circunstancias que "escapan de sus manos". A partir de las 8pm y por 12 horas la calle parece un manicomio con ruidos mezclados que soy incapaz de distinguir por sí mismos.
Palidecí.
Cuando terminó de limpiar, no dejo que la ayudase en ningún momento, ella me guió hacia el sótano. Estaba ambientado como si funcionase como un apartamento. Divisé en una esquina un contenedor grande repleto de ventanales con las mismas características de los que se habían hecho trizas. Me había dejado allí entregándome la llave y con la puerta -que se cerraba solo por dentro- acuñada.
-Tienes un lugar completamente equipado aquí con cocina, un puf y un sofá cama -le dije a modo de cumplido. Estaba sinceramente sorprendido.
-Podrás irte alrededor de las 10am. Esta es la única forma de mantenernos ilesos de momento -dijo abriendo unas cajas y posteriormente una pequeña nevera, mientras extraía los ingredientes de nuestro desayuno.
Arena durmió en el sofá cama después de la comida y hasta que la llegada de los perros. Parecían tan atronadores los ladrillos que se incorporó en el acto, como si jamás hubiese dormido. Aunque trató de disimularlo envolviéndose en una mullida sábana, advertí que había cierto nerviosismo en ella. Sentí que estaba en negación absoluta, tan arraiga que ni siquiera ella lo percibía.
-Cuéntame, ¿cómo sigue aquel poema de cuando riegas?
Ella me dedicó una de sus sonrisas tenues que de manera inexplicable me hacía pensar en la espuma del mar. Sí, quizás todo en ella era irresistible para mí: ese es el peligro de los enigmas. Aún estaba aturdido frente a lo que vivíamos. Comprobé por cuenta propia que nadie en el pueblo la trataba. Salía escasamente de casa y cuando lo hacía era tratada como si fuera una peste andante. Cualquier contacto con los vecinos parecía que era semejante a echarle sal a una herida abierta.
  
 Riego la tierra fértil
que me vio nacer,
que me permitió echar raíces,
que con sus vitaminas
y el agua de su alma
me vio alzarme,
alejarme del suelo...

Me fui elevando sobre ella,
fui acariciando las nubes hechas de espuma,
fui dejando el peso atroz
en el pasado:
hasta que se volviese el olvido.

Allí en ese ambiente de exilio, de guerra y miedo su voz aportó un calor agradable. Ambos sentimos un matiz de paz ante una arremetida de violencia. Me explicó que la primera vez que aplicaron ese asedio su madre sufrió un infarto muriendo en el acto. Ella no puedo socorrerla, no puedo sacarla porque le había desecho los nervios.
Arena hablaba de manera pausada como si se refiere a los resultados de un partido de fútbol. Al indagar más, aprovechándome de la ausencia de lágrimas, me enteré que su mamá advirtió durante meses que el tanque de agua central de la ciudad tenía filtraciones.
-Fue muy insistente. Tanto que hasta a mí me resultó molesto -hizo una pausa-...pero tuvo razón. Una avería en las tuberías nos dejó sin agua por dos semanas, semanas en que el poblado no tuvo nada de agua. La gente podía matar por una taza de agua. Por eso, nos escondimos aquí. Ella tomó todas las previsiones, al momento lo consideré paranoia, pero nunca estuvo más cuerda.
Siguió detallándome cómo murieron varios niños, pero cuando intentaron socorrerlos la gente se arremolinó alrededor de ellas y el agua se desperdició. Estaban presas de un frenesí colectivo.
-Fueron días donde la violencia era lo único que se respiraba arriba. Mamá temió por mí y decidió que nos escondiésemos aquí. Días antes del primer asedio, trajeron las rocas en camiones de construcción.
Me miró con seriedad, estaba por confesarme qué había detrás del riego religioso e inusual de rocas.
-Ellos dijeron que esas rocas son del tamaño de su rabia hacia nosotras. Tenía apenas 12 años cuando las trajeron, la casa estaba rodeada por los vecinos que gritaban enfurecidos que "cuando se partan esas piedras de forma natural" ellos nos perdonarían. Hasta entonces solo somos parásitos. Fue peor que cualquier pesadilla, solo superada por la muerte de mi madre.
No dijimos nada por un rato. Un olor fétido se colaba en la habitación, sin que pudiese detectar cómo entraba. Arena se levantó y puso una maceta con plantas aromáticas entre ambos, era cuanto podía hacer aún persistían en la lejanía los ladridos de los perros.
-Mientras estaba en shock, mamá había entrado a la casa y salido con una regadera. La observé sin comprender. No obstante, desde su muerte las riego aunque nada pueda florecer. Han pasado 15 años, ¿sabes?
Recordé la tinta indeleble con que escribieron en las rocas "mueran", "váyanse", "parásitos", "zorras" en letras apretadas que hacían incomprensibles los demás insultos. Era tinta roja como si con ello, reclamasen su sangre. Recordé a Arena regándolas, el escepticismo y la curiosidad que me embargó desde el inicio. Casi "miré" el agua resbalando de ellas, como si fuesen impermeables. ¿Será el odio impermeable?
Todavía no tengo claro si dormimos o perdimos la consciencia, mi pensamiento estaba sobresaturado para asimilar nada más. Sin embargo, me acuerdo palabra por palabra lo que me diría más tarde Arena: "me levanté sintiendo que algo se desgarró en mí".
Un sonido estridente llegó hasta nosotros, cuando intercambiamos una mirada ambos habíamos "saltado" ella del sofá cama y yo del suelo. No sabíamos a qué atenernos, pensamos que se habían radicalizado hasta el punto de demoler la casa misma con nosotros en ella. Impulsados y manejados por la adrenalina dejados nuestro refugio y salimos al exterior.
Nos costó abrir la puerta que daba al jardín porque estaba taponada con bolsas y bolsas de basura. La mañana no había clareado, así que entre una cosa y otra no podíamos ver hacia fuera. Empujé la puerta varias veces, al décimo intento la basura cedió. Supe en ese instante lo fuerte que era mi instinto de supervivencia.
Lo que encontramos fue insólito. Los vecinos compartían nuestro miedo y preocupación, apagaron los equipos de sonido para buscar qué produjo aquel estruendo. La oscuridad lo dificultaba todo, escondiéndolo con su manto de negrura, cuando el sol se alzó caí sentado y sin habla.
Todos estábamos tiesos, mudos, absortos como estatuas.
Las piedras todas y cada una de ellas estaban partidas por la mitad.
Arena caminó hacia la más grande que le llegaba hasta la espalda alta y acarició las grietas, las palabras no le salían. Hacía el intento de hablar, lo sé, lo noté. Pero nada salía de su boca. Tras un esfuerzo monumental, pude acercarme a ella.
Arqueé la ceja.
-Arena, hay algo debajo de la roca... -extraje una bolsa plástica de esas que se utilizan para guardar alimentos y están cerradas al vacío. Se la tendí. Sin recuperarse del asombro, lo abrió y extrajo un sobre.
"Si estás leyendo esto... es porque hiciste realidad lo que para todos era un imposible.
Si estás leyendo esto, significa que creíste en mí hasta el final. Significa que te impusiste ante tus dudas, miedos y ante la rabia misma. Significa que me conociste lo suficiente para permanecer fiel a todo cuanto te dije, aunque a ratos no lo comprendieses.
Finalmente, quiere decir que te conozco lo suficiente para estar orgullosa de ti, como nunca lo estuve o estaré de nadie. Porque esperaste, porque confiaste, ahora mereces respuestas. O, mejor dicho, una explicación de las respuestas abstractas que ya encontraste y tienes ante ti."
Lloró. Lo hizo de tal manera que le quité la carta con suavidad, mientras lloraba con el cuerpo entero como solo puede hacerlo quien se negó el derecho a sentir. Quien se guardó todo su dolor y lo sepulto en lo más hondo de su memoria. Leí para ella la carta.
"Cuando las piedras se partan tu amor se habrá impuesto al odio. El hilo de la furia se habrá cortado y secado de raíz. Mi querida hija, no somos dueños ni poseedores de los corazones ajenos. Sinceramente, nunca lo seremos. Sin embargo, déjame decirte que solo existe una manera de acabar con tanto caos: ofreciendo algo mejor.
Quizás durante este tiempo el verdadero reto no era que se partiesen las piedras. Mi reto como madre era enseñarte a nunca abrigar rocas en tu alma. Mi amadísima hija, cada vez que regabas las rocas regabas tu vida, tu futuro, tus sueños, lo que harías de ti. Ahora que las piedras han cedido, haz aprendido a perdonar. Haz aprendido que es un proceso lento y puede parecer tortuoso. Donde esté te amaré, hazme llegar tu amor a través de quienes tengas cerca. Mis oraciones han sido escuchadas, ahora tu vida puede germinar... Ahora el miedo queda atrás.
Posdata: Las semillas que acompañan esta carta son la promesa de tu futuro a construir, no podías acceder a ellas ni a ti misma, mientras odiases. Solo sembrándolas descubrirás qué flores esconden. El documento que está en el sobre son las escrituras del pueblo, mi familia paterna lo fundó. Al mudarse se llevaron las escrituras, por eso, cuando uno de nosotros volvió pasadas cinco generaciones, nadie lo recordaba. En este momento, tienes la sabiduría suficiente para tomar las decisiones correctas. Recuerda a través de ellos recibiré tu amor...Sé feliz."
Conforme avanzaba en la lectura, alcé la voz hasta que cada vecino escuchó el contenido de la carta. 

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