Ella estaba absorta como acostumbra. Me encantaba que estuviese así, vaciaba todos sus sentidos con aquella naturalidad de quien respira o del pez que nada. Se afanaba de tal manera como si el sol se fuese a apagar en cuestión de segundos; llevándose todo rastro de vida con él.
Así era. Mientras que yo gozaba acaparando sus pensamientos, siendo lo más parecido al eje que pudiese tener o conociese. Incluso yo le temía a los cambios, les rehuía. Ambos lo hacíamos queríamos estancarnos, quedarnos tal cual estábamos sin interrupciones.
Interrupciones.
Así podrían calificarse el tronar de los disparos que volaban sobre su cabeza. Ella parpadeo, algo entró en su campo de visión alejándola de mí: aborrecí ese instante.
Ella, Garmir, levantó la mirada de mí: su cuaderno. Dos muchachos la habían alcanzado. Lo cierto es que Garmir estaba sentada sobre el capó de un viejo carro, sumergida totalmente en su faena mientras las detonaciones se sucedían.

Entró en varios locales. El miedo cegaba a las personas, en la ciudad se respiraba hostilidad, miedo, dolor. Era una ciudad negra. Si Garmir fuese amiga de los mapas los teñiría todos de azabache; la violencia es una polilla que devora a la humanidad. Ella lo sabía.
Nadie detenía su mirada en ella. Excepto el par de muchachos que la seguían. Arrancó una y otra de mis hojas, hacía origami y los dejaba esparcidos como una estela de papel a su paso.
Volvió a la intemperie cuando caí al suelo.
- ¡¡Cuidado!! ¡¿Estás loca?!
Me quité la mano que había cubierto mi cabeza. Sacándola del rango de los disparos.
- ¡Lo estoy! ¿Tienes algún problema con eso? - respondí irascible.
- ¡Casi te vuelan la cabeza!
- Y a ti, ¿a cuenta de qué te importa eso? -pregunté.
El muchacho se quedó plantado delante de mí. Abría la boca pero no conseguía hablar de la rabia. Su compañero alternaba su mirada entre ambos. Luego, miró al suelo y recogió un objeto: mi cuaderno. Sentí que un corrientazo me recorrió el cuerpo, cuando quise agarrar el cuaderno algo me detuvo. Había demasiada tranquilidad en su semblante.
Resoplé.
- Sí, estoy loca. Me autodiagnostiqué locura severa hace años. Ahora, en lugar de preocuparse por alguien fuera de sus cabales, tengan sentido común y vayan a refugiarse o terminarán en la morgue.
El primer muchacho arqueó la ceja. El otro pasó las páginas del cuaderno a la velocidad precisa para no leer su contenido.
Excepto que no había contenido que leer.
Me tendió el cuaderno en silencio. Al momento de tomarlo, me sostuvo un instante por la muñeca. Era peculiarmente perceptivo, noté cómo sus ojos se detenían en las manchas de tinta negra en mi mano izquierda.
- No sé nada de psicología, pero sí que eres una persona peculiar. Busquemos un refugio, cuando cesen los tiros cada cual podrá irse a donde prefiera.
Asentí.
Trataba de controlarme. Aunque siempre tomaba la decisión demasiado tarde.
El perceptivo nos llevó a un almacén abandonado al que entramos por la puerta trasera. Parecíamos animales escondiéndose del arremeter de algún fenómeno natural. Me molestaba lo oscuro del escondite, era tan escasa la luz que no podría escribir. Tuve que mirarlos y centrarme en qué rayos hacían para matar el tiempo.
El muchacho con quien discutí se llamaba Luvny. Calculaba cuántas personas o armas podrían haber afuera, aunque confesaba que sus estimaciones podían ser inexactas. Quería que saliésemos mientras recargaban cartuchos o si el sonido de los disparo se escuchaban lejanos.
Por su parte, Arcí parecía el más calmado de los tres. Estaba pensativo. Los observé minuciosamente por espacio de un minuto o dos. "Sí, serviría", me dije. Me levanté del piso polvoriento tras examinarme por un momento.
- Salgan hacia la izquierda. Corran el próximo kilómetro, por favor, no sean tan idiotas como para hacerlo en línea recta o una bala les atravesará la cabeza.
Estiré mis músculos mientras ellos se incorporaban.
- ¿Tú qué harás? -inquirió Luvny.
- Necesito estar sola y regresar a mi faena. Ahora, ¿quieren salir o no?
Intercambiaron una mirada.
- ¿Qué tan grave es tu locura? -preguntó Arcí con semblante serio.
"Este chico es muy extraño", pensé. Incluso Avry estaría de acuerdo con ello.
- Incurable. Estoy en estado crítico y no me interesa curarme, ¿te satisface esa respuesta?
Tuvo la osadía -y la singularidad- para pensárselo.
- Está bien. Esperamos tu señal.
Llevé el ritmo con los pies, como si fuese una canción. Un, dos, tres, cuatro, pausa.
- ¡Ahora!
Luvny abrió la puerta trasera. Salí corriendo hacia la derecha, ya no volvería la vista. Recorrí el tramo donde las detonaciones se escuchaban más fuertes, hubo gritos de un lado y otro. Hubo maldiciones, exclamaciones y escuché muchos pasos que salían a la carrera. Me detuve con absoluta calma. El río de los acontecimientos seguía su cauce... o eso creía.

- Sí, la polilla está devorando y dejando su rastro aquí también.
Me senté en la calle. Saqué mi cuaderno y busqué la página en que me había quedado. Regresé a mi faena.
- Así que se trataba de eso... -escuché la voz justo en mi oído. Nítida, inconfundible... e inoportuna.
Esto no debía ocurrir.
- Nos mandaste en una dirección mientras venías a encontrarte con las balas -Luvny parecía un huracán por arremeter.
- ¿Qué con eso? -dije por toda respuesta.
- Nada en absoluto. Solo es curioso -terció Arcí que había hablado a mi oído-. Es solo que no percibí miedo en ti. Estabas molesta, pero no te preocupaba tu vida. Aún así, tenías planes. Por eso, descarté que tuvieses inclinaciones o afanes suicidas.

- No le temías a la muerte porque tú no puedes morir. ¿Cierto?
Le reviré los ojos.
- Reconozco que la idea de Arcí es descabellada, pero tu actitud fue como una aparición para los delincuentes. Literalmente, los espantaste.
Aborrecí aquello. Primero, Avry. Ahora este par molesto siguiéndome las huellas.
- ¿Se creen sabuesos detectives o qué pasa con ustedes? ¿A cuenta de qué les incumbe si vengo o no a donde está el conflicto?
Arcí avanzó hasta estar cara a cara conmigo. Sus ojos verdes brillaban con la luz de un poste cercano que, curiosamente, aún estaba intacto. Le calculé cerca de 1,85 cm, en otras palabras, me llevaba 15 centímetros. Se inclinó para quedar a mi altura y mientras señalaba mi cuaderno exclamó:
- La primera impresión no siempre es la correcta. De hecho, casi me engaña ese cuaderno tuyo. Por un momento me creí que estaba en blanco. Pero no, apenas alejas o detienes el bolígrafo absorbe toda la tinta haciendo creer que está nuevo. Cuando en realidad...
El rostro de Luvny se llenó de astucia y picardía. Fue una mezcla que terminó en satisfacción cuando agarrando mi pulgar derecho lo presionó contra una de las hojas. La tinta apareció lentamente revelando mi letra cursiva, apretada e incluso poco legible.
Hice una mueca. Me habían descubierto.
Fin de la crónica #1
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