Un sol murió.
Fue un momento como ninguno otro en mi vida. Fue un instante de un silencio tan profundo que te rompía el alma. Aunque el aire estaba poblado de recuerdos, sueños y fragmentos sueltos de historia. Todos ellos te golpeaban la cara, te golpeaban la vida con la fuerza de un boxeador de los que salen en la tele. Cuando el sol cayó, cuando se desprendió del cielo como si fuera una luciérnaga en pleno vuelo, todos caímos con él.
Fue estruendo.
Fue un dolor acumulado y sufrido en silencio.
Fue estruendo.
Fue un dolor acumulado y sufrido en silencio.
Corrí hacía ese sol. Hacia ese pedazo de química de colegio, de calor mañanero, de porción de vida. Caí de rodillas abrumada. Estaba inerte en un charco de hielo. "Hielo", me repetí mentalmente.
Acaricié su superficie en un intento de consolarlo, pero me quemó las manos. La muerte te quema, yo en mi pequeñez, en mi tierna infancia no podía entenderlo.
Era una cosita diminuta. Me apoyé con mis brazos hacia atrás y alcé la mirada al cielo, con el movimiento mis trenzas se mecieron. Me llegaba el barullo de los adultos hablando, mientras contemplaba ese segundo mar sobre nuestras cabezas. Había un hueco en él, un círculo de negrura que parecía las arrugas de una mujer anciana.
Lo miraba y pensaba en la pantalla estrellada de un celular. Sí, eso parecía. El cielo era la pantalla destrozada de un celular de última tecnología. Escuché un golpe sordo. Bajé al instante la mirada hacia el sol muerto, asustada. Un adulto lo pateó; lloré y grité. Grité y lloré, sin orden.
Lo miraba y pensaba en la pantalla estrellada de un celular. Sí, eso parecía. El cielo era la pantalla destrozada de un celular de última tecnología. Escuché un golpe sordo. Bajé al instante la mirada hacia el sol muerto, asustada. Un adulto lo pateó; lloré y grité. Grité y lloré, sin orden.
- Es solo un sol muerto. Es basura, alguien que recoja esto de aquí -le escuché decir, con hastío.
Una voz tras otra apoyó la decisión. Así fueron reuniéndose los adultos del momento para definir cómo se desharían del cuerpo. Allí me pregunté si alguien con canas es realmente un "adulto". ¿El "adulto" puede elegir cuando algo o alguien es inservible? ¿La caída del sol era una desmemoria colectiva? Como toda niña, yo nunca tenía respuestas. Solo llevaba a todas partes mis bolsillos repletos de golosinas, objetos al azar en un revoltijo de dudas.
Abracé a esa masa helada aunque me quemase. Lo abracé como si fuese un bebé o un cachorro, desconsolada la envolví con mis brazos.
- ¿Por qué... moriste? ¿Cómo... cómo se apaga... un sol? ¿Por qué este tonto hielo te cubre? -dije entre gimoteos, con la voz irregular y golpeando la espesa capa de hielo.
Alguien se sentó a mi lado.
- Este sol estuvo absorbiendo frío -exclamó una voz a mi lado. Los adultos se mantuvieron a distancia, mientras el joven cogía pedacitos de hielo y los examinaba. Los miraba como si estuviesen vivos, los alzaba con tal cuidado como si pudiese herirlos.
Estaba sentado con las piernas dobladas, pero fue su mirada la que me sorprendió. Los adultos estaban demasiado lejos para mirarlo bien, por eso, a ellos les sorprendió otra cosa. Les extrañó más bien la pregunta que le hice al muchacho casi sin notarlo.
- ¿Este es tu sol?
Los adultos se pusieron morados por reírse tanto.
- Algo así... No precisamente. Verás, allá, en ese segundo mar hay millones de soles. Todos son diferentes. Me gusta cada uno de ellos, pero el sol que ves aquí; tiene un significado especial para mí.
Supe que me decía la verdad. En su mirada había una ternura que asemejaba a la que mi mamá tenía conmigo o mi hermanito. Se mezclaban sentimientos que entendía muy bien, aunque a esa edad no supiese sus nombres.
Era una combinación de ternura, tristeza, nostalgia, amor. Mientras que su voz tenía un último ingrediente, pero tardé más en reconocerlo: era esperanza. Le halé el brazo con la mayor fuerza que mi pequeño cuerpo me permitía.
- Tú eres mayor, no dejes que se lleven al sol. Ellos -señalé a los adultos- quieren sacarlo como a la basura.
Él acarició mi cabeza. El miedo me sacudió desde los pies hasta la raíz de los cabellos cuando los adultos empezaron a agarran picos y palas para "romperlo" y "quitarlo de en medio". El joven los observaba tranquilo, sin mover ni un músculo. Me puse en pie y traté de que hiciera lo mismo, lo halé y halé. No obstante, él no cambió la expresión ni por un segundo.
Los adultos vociferaban y soltaban palabrotas a espaldas mías. Me volví sin soltarlo, por supuesto, era mi único aliado. El único que me ayudaría a proteger lo que quedaba del sol.
Se aglomeraron los hombres más musculosos e hicieron algo sumamente raro. Trabajaron juntos para intentar levantar una pala, pero no pudieron. Se unió hasta el último hombre joven o anciano para levantar cualquier pala o pico, ninguno pudo.
- ¡¡Qué cosa más rara!! ¿Viste eso? -le pregunté.
Asintió con un gesto. Volví a sentarme entre el sol y el muchacho. Cuando en las noches tenía frío, mi mamá me abrazaba para transmitirme su calor. Quizás yo pudiese hacer lo mismo con el pequeño sol. En fin, pensé, este debe ser un bebé sol porque es más pequeño que mi habitación.
- Oye, ¿qué frío bebía el bebé sol?
- Se bebía las tristezas y las lágrimas de las personas...
- ¡¡Pero qué sol más raro!! ¿Era tan bebé que no sabía que los soles tienen que iluminar y más nada?
Él sonrió.
- Pues no le gustaba la tristeza de la gente, por eso, se la bebía. Cuando el vaso se queda vacío, ¿qué pasa, Alhelí?
- Se puede servir cualquier cosa, claro -respondí segura.
- Exacto. Incluso la felicidad.
Se levantó y palmeó el sol. Solté una exclamación y me aparté de inmediato.
- ¡¡El sol... el sol... él..!! -dije señalándolo con el dedo índice mientras abría los ojos cuanto podía.
- Despierta, no puedes dormir para siempre.
Todavía mi mente infantil no procesaba que el sol había vibrado. No, ese término es incorrecto. Lo que realmente pasó fue que el sol latió. Mi piel recordaba esa sensación como si se hubiese transferido a ella. Intentaba asimilar ese bombardeo de cosas, cuando escuché una voz apagada.
- No tengo fuerzas. Ya no puedo más. Ya no sirvo, ni siquiera soporto el calor, menos las llamas que rodean mi cuerpo. ¿Por qué insistes? Solo déjame.
Tapé mi boca con ambas manos.
El joven volvió a darle suaves palmadas al sol.
- El cielo está agrietado, se está rompiendo porque estás acá.
- Solo soy un sol. Un sol que no brilla, estoy congelado hasta la médula. Muero de frío... ya no sé iluminar...
Fueron cayendo trozos de hielo que se esparcieron hasta cubrirnos los pies a los adultos y a mí.
- Tú... ¿estás hablando con el sol?
Respondió sin dejar de mirar a su sol especial.
- Sí, eso hago. Este sol o bebé sol, no es mío. Pero soy el guardián de este sol, aunque el cielo esté repleto de ellos. Este es irreemplazable para mí.
- Necesitas otro sol, yo ya no sirvo. No quiero que pierdas tu tiempo conmigo, seguramente hay soles más brillantes. Eres un buen guardián, cualquiera quisiera que lo cuidases.
- Oye, ¿por qué se cayó del cielo tu sol protegido?
En esta ocasión, sí se giró hacia mí.
- Mi sol ama a los humanos, pero por ratos se pierde el amor a sí.
- ¿Eso... eso puede pasar?
El hielo se engrosó en el acto. Se me escapó un grito de miedo. Los adultos retrocedían, escuchaba frases sueltas de lo que decían. Fue muy difícil entender que ellos no escuchaban la voz del sol, pero tenían "pavor" de ese hielo repentino que se extendía y se reproducía, ¡cómo la alfalfa!
- Ha bebido muchas tristezas, las más densas le han calado en el alma. Por eso, intentan congelarla desde adentro -explicó él.
Negué con la cabeza no lograba entenderlo.
- Es semejante a cuando sientes que el cerebro se te congela por tomar algo frío muy rápido o cuando sientes las venas frías después de que te inyectan.
Asentí como hacía en el colegio, luego de que la maestra me repetía la lección del día. Hice un amago de caminar nuevamente hacia el sol, pero me resbalé hasta estrellarme contra la espalda del guardián del bebé sol.
Toque al sol en el punto exacto donde él lo hizo. Le di unas palmadas, pero el guardián levantó mi mano con gentileza.
- Ten cuidado...
Cerré los ojos con fuerza. Tapé mis oídos, mientras ocultaba el rostro en el abdomen del guardián. Allí estaba de nuevo, parecía una película en 3-D. No, era mucho más nítido. Eran recuerdos, recuerdos del bebé sol. La gente gritaba desde el fondo de sus almas por comida, escuchaba el llanto de un bebé abandonado entre bolsas negras de basura, el miedo me estremeció cuando sentí una moto detrás mío. Gente muriendo en las calles, hospitales sin medicinas, familias divididas, terremotos devastando acá y allá, tormentas y huracanes desarraigando esperanzas.
- Abre los ojos, Alhelí.
Sentí que respiraba de nuevo, pero me sentí helada como si estuviese tallada en vidrio.
- ¡¿Qué es esto?! ¡¡Dime!! ¡¿Qué fue lo que vi?! -estaba gritando mientras lloraba. Pero llorar se sentía diferente, sentía que al llorar me agotaba. Sentía que me agotaba como el contenido de un recipiente.
Más palabrotas. Todas llenas de miedo, de un pánico tan auténtico, tan tangible que no podía ser fingido. Un crujido cortó mi llanto, seguido de un millón de pequeños crujidos. Unos cálidos brazos me envolvieron por detrás, mientras seguía mirando al guardián.
Unos delgados y radiantes dedos tocaron la yemas de los míos. Mi corazón que latía presuroso, fue recobrando la calma segundo a segundo.
- Tu cuerpecito es muy pequeño para esa carga, mi querida Alhelí.
Los brazos me soltaron con la misma suavidad que me habían abrazado.
- Ni lo pienses...
- No quiero estar despierta, quiero partir. Déjame hacerlo
Seguí la mirada del guardián, hablaba con una mujer esbelta con una piel que titilaba. Estaban discutiendo. El lugar donde estuvo el sol quedó repleto de pedazos de roca, los adultos estaban pálidos e inmóviles. Solo pude observar.
- Entonces, ¿solo quieres morir? -le preguntó él.
Ella asintió. Aquel nivel de comunicación lo entendería a profundidad muchos años después. Así hablan dos personas que se conocen como si el otro fuese agua cristalina. El mayor diálogo me lo perdía, todos lo hacíamos. Porque era tan implícito, tan íntimo, como el lenguaje secreto que dos gemelos diseñan para sí.
- ¿Y qué crees que encontrarás al morir?
Fui incapaz de olvidar esas palabras. Fue extraño. El guardián nunca le dijo llanamente: "no mueras". Al menos, yo hubiese esperado que lo hiciera. Cuando revivo aquel suceso, ese detalle me parece cargado de significado.
- Dejaré de sentir que me he helado por dentro. Dejaré de ser un sol inútil e inservible -observó a los adultos que temblaban sin poder contenerse-, dejaré de ser una basura que está entorpeciendo el camino y debe despedazarse para que botarla sea más sencillo -solo pude sentir ternura en su voz.
Volvió a dirigirse al guardián.
- Finalmente, dejarías de perder el tiempo conmigo. De derrochar tu existencia en alguien como yo, que está frenando el ritmo de otros. Un sol que en lugar de iluminar, bebe lágrimas y tristezas. Soy una anomalía que no debió existir.
Pensé que él suspiraría. Cuando los adultos pudieron hablar del tema, confesaron "pensamos que le dejaría". Sin embargo, estábamos equivocados en redondo.
- Si tu vida es una anomalía, ¿no crees que la mía también lo sería? Si mueres, yo me quedaré haciendo guardia eterna donde fallezcas. Acá no hay opciones, no es como si fuese a buscarme a un sol sustituto. Tampoco es como si existiese un sol "mejor".
- No entiendo cómo puedes hacerlo...
Mientra el sol hablaba con la derrota en la voz, iban cayendo de su piel trozos de piedra y descubriendo una tez que emanaba luz. El hielo se derritió en cuestión de segundos. Me toqué la frente para revisar si estaba sudando, pero estaba tan fresca como si acabase de ducharme. La mujer sol, soltó es un suspiro la tensión de su cuerpo. Ese suspiro nos envolvió, nos infundió un amor sobrecogedor que nos dejo como meros espectadores. Algo más allá de nuestra comprensión estaba sucediendo.
Esa mujer sol cargada y rodeada de muerte me dedicó una sonrisa que me derritió el alma. "Quiero sonreír así aunque sea una vez en mi vida", me dije. Esas atrocidades que podían matar un alma, eran las lágrimas y realidades que ella se bebía a voluntad. Usé mis manos para protegerme los ojos, ahora me era casi imposible ver.
Lo último que observé fue a la mujer sol tomando la muñeca del guardián. Ninguno vio qué sucedió después, todos sabíamos que si miras al sol por mucho tiempo quedarás ciego. A partir de ese momento, cuando lloro y me parece que me ahogo, siento que unos brazos me envuelven y arrullan. No importa la edad que tenga, el evento sucede una y otra vez. Entonces, alguien me susurra con una voz de miel: "he venido a beberme tus tristezas, mi querida Alhelí". Mientras una segunda voz me asegura que "ya pasará. Los soles tienen una larga memoria, hay uno que recuerda incluso a una niñita que quiso abrazarla".
Él tuvo esperanza suficiente para ambos, cuando ella recogía las tristezas de los corazones para sellarlos en el suyo. Hoy habrá eclipse solar. Mientras reviso la agenda con el trabajo del día, me pregunto si mi amiga sol se ocultará tras la Luna para llorar sin que sus lágrimas alcancen a la humanidad.
Me la imagino allí, navegando eternamente en el segundo mar luchando con sus penas y dejándose ganar por la esperanza del guardián del sol. Suspiro. Suspiro sin poder evitar el miedo. El miedo de que un día ella sea demasiado débil, demasiado voluble para dejarle ganar.
Entonces, recuerdo que su guardián permanece en eterna guardia. Si la debilidad amenaza con ganarle el pulso, él tendrá suficiente fuerza por ambos. Por eso, antes que esos brazos me suelten y que la voz se vuelva distante le susurro "gracias. Para mí no hay otro sol como tú, querida amiga".
- ¿Por qué... moriste? ¿Cómo... cómo se apaga... un sol? ¿Por qué este tonto hielo te cubre? -dije entre gimoteos, con la voz irregular y golpeando la espesa capa de hielo.
Alguien se sentó a mi lado.
- Este sol estuvo absorbiendo frío -exclamó una voz a mi lado. Los adultos se mantuvieron a distancia, mientras el joven cogía pedacitos de hielo y los examinaba. Los miraba como si estuviesen vivos, los alzaba con tal cuidado como si pudiese herirlos.
Estaba sentado con las piernas dobladas, pero fue su mirada la que me sorprendió. Los adultos estaban demasiado lejos para mirarlo bien, por eso, a ellos les sorprendió otra cosa. Les extrañó más bien la pregunta que le hice al muchacho casi sin notarlo.
- ¿Este es tu sol?
Los adultos se pusieron morados por reírse tanto.
- Algo así... No precisamente. Verás, allá, en ese segundo mar hay millones de soles. Todos son diferentes. Me gusta cada uno de ellos, pero el sol que ves aquí; tiene un significado especial para mí.
Supe que me decía la verdad. En su mirada había una ternura que asemejaba a la que mi mamá tenía conmigo o mi hermanito. Se mezclaban sentimientos que entendía muy bien, aunque a esa edad no supiese sus nombres.
Era una combinación de ternura, tristeza, nostalgia, amor. Mientras que su voz tenía un último ingrediente, pero tardé más en reconocerlo: era esperanza. Le halé el brazo con la mayor fuerza que mi pequeño cuerpo me permitía.
- Tú eres mayor, no dejes que se lleven al sol. Ellos -señalé a los adultos- quieren sacarlo como a la basura.
Él acarició mi cabeza. El miedo me sacudió desde los pies hasta la raíz de los cabellos cuando los adultos empezaron a agarran picos y palas para "romperlo" y "quitarlo de en medio". El joven los observaba tranquilo, sin mover ni un músculo. Me puse en pie y traté de que hiciera lo mismo, lo halé y halé. No obstante, él no cambió la expresión ni por un segundo.
Los adultos vociferaban y soltaban palabrotas a espaldas mías. Me volví sin soltarlo, por supuesto, era mi único aliado. El único que me ayudaría a proteger lo que quedaba del sol.
Se aglomeraron los hombres más musculosos e hicieron algo sumamente raro. Trabajaron juntos para intentar levantar una pala, pero no pudieron. Se unió hasta el último hombre joven o anciano para levantar cualquier pala o pico, ninguno pudo.
- ¡¡Qué cosa más rara!! ¿Viste eso? -le pregunté.
Asintió con un gesto. Volví a sentarme entre el sol y el muchacho. Cuando en las noches tenía frío, mi mamá me abrazaba para transmitirme su calor. Quizás yo pudiese hacer lo mismo con el pequeño sol. En fin, pensé, este debe ser un bebé sol porque es más pequeño que mi habitación.
- Oye, ¿qué frío bebía el bebé sol?
- Se bebía las tristezas y las lágrimas de las personas...
- ¡¡Pero qué sol más raro!! ¿Era tan bebé que no sabía que los soles tienen que iluminar y más nada?
Él sonrió.
- Pues no le gustaba la tristeza de la gente, por eso, se la bebía. Cuando el vaso se queda vacío, ¿qué pasa, Alhelí?
- Se puede servir cualquier cosa, claro -respondí segura.
- Exacto. Incluso la felicidad.
Se levantó y palmeó el sol. Solté una exclamación y me aparté de inmediato.
- ¡¡El sol... el sol... él..!! -dije señalándolo con el dedo índice mientras abría los ojos cuanto podía.
- Despierta, no puedes dormir para siempre.
Todavía mi mente infantil no procesaba que el sol había vibrado. No, ese término es incorrecto. Lo que realmente pasó fue que el sol latió. Mi piel recordaba esa sensación como si se hubiese transferido a ella. Intentaba asimilar ese bombardeo de cosas, cuando escuché una voz apagada.
- No tengo fuerzas. Ya no puedo más. Ya no sirvo, ni siquiera soporto el calor, menos las llamas que rodean mi cuerpo. ¿Por qué insistes? Solo déjame.
Tapé mi boca con ambas manos.
El joven volvió a darle suaves palmadas al sol.
- El cielo está agrietado, se está rompiendo porque estás acá.
- Solo soy un sol. Un sol que no brilla, estoy congelado hasta la médula. Muero de frío... ya no sé iluminar...
Fueron cayendo trozos de hielo que se esparcieron hasta cubrirnos los pies a los adultos y a mí.
- Tú... ¿estás hablando con el sol?
Respondió sin dejar de mirar a su sol especial.
- Sí, eso hago. Este sol o bebé sol, no es mío. Pero soy el guardián de este sol, aunque el cielo esté repleto de ellos. Este es irreemplazable para mí.
- Necesitas otro sol, yo ya no sirvo. No quiero que pierdas tu tiempo conmigo, seguramente hay soles más brillantes. Eres un buen guardián, cualquiera quisiera que lo cuidases.
- Oye, ¿por qué se cayó del cielo tu sol protegido?
En esta ocasión, sí se giró hacia mí.
- Mi sol ama a los humanos, pero por ratos se pierde el amor a sí.
- ¿Eso... eso puede pasar?
El hielo se engrosó en el acto. Se me escapó un grito de miedo. Los adultos retrocedían, escuchaba frases sueltas de lo que decían. Fue muy difícil entender que ellos no escuchaban la voz del sol, pero tenían "pavor" de ese hielo repentino que se extendía y se reproducía, ¡cómo la alfalfa!
- Ha bebido muchas tristezas, las más densas le han calado en el alma. Por eso, intentan congelarla desde adentro -explicó él.
Negué con la cabeza no lograba entenderlo.
- Es semejante a cuando sientes que el cerebro se te congela por tomar algo frío muy rápido o cuando sientes las venas frías después de que te inyectan.
Asentí como hacía en el colegio, luego de que la maestra me repetía la lección del día. Hice un amago de caminar nuevamente hacia el sol, pero me resbalé hasta estrellarme contra la espalda del guardián del bebé sol.
Toque al sol en el punto exacto donde él lo hizo. Le di unas palmadas, pero el guardián levantó mi mano con gentileza.
- Ten cuidado...
Cerré los ojos con fuerza. Tapé mis oídos, mientras ocultaba el rostro en el abdomen del guardián. Allí estaba de nuevo, parecía una película en 3-D. No, era mucho más nítido. Eran recuerdos, recuerdos del bebé sol. La gente gritaba desde el fondo de sus almas por comida, escuchaba el llanto de un bebé abandonado entre bolsas negras de basura, el miedo me estremeció cuando sentí una moto detrás mío. Gente muriendo en las calles, hospitales sin medicinas, familias divididas, terremotos devastando acá y allá, tormentas y huracanes desarraigando esperanzas.
- Abre los ojos, Alhelí.
Sentí que respiraba de nuevo, pero me sentí helada como si estuviese tallada en vidrio.
- ¡¿Qué es esto?! ¡¡Dime!! ¡¿Qué fue lo que vi?! -estaba gritando mientras lloraba. Pero llorar se sentía diferente, sentía que al llorar me agotaba. Sentía que me agotaba como el contenido de un recipiente.
Más palabrotas. Todas llenas de miedo, de un pánico tan auténtico, tan tangible que no podía ser fingido. Un crujido cortó mi llanto, seguido de un millón de pequeños crujidos. Unos cálidos brazos me envolvieron por detrás, mientras seguía mirando al guardián.
Unos delgados y radiantes dedos tocaron la yemas de los míos. Mi corazón que latía presuroso, fue recobrando la calma segundo a segundo.
- Tu cuerpecito es muy pequeño para esa carga, mi querida Alhelí.
Los brazos me soltaron con la misma suavidad que me habían abrazado.
- Ni lo pienses...
- No quiero estar despierta, quiero partir. Déjame hacerlo
Seguí la mirada del guardián, hablaba con una mujer esbelta con una piel que titilaba. Estaban discutiendo. El lugar donde estuvo el sol quedó repleto de pedazos de roca, los adultos estaban pálidos e inmóviles. Solo pude observar.
- Entonces, ¿solo quieres morir? -le preguntó él.
Ella asintió. Aquel nivel de comunicación lo entendería a profundidad muchos años después. Así hablan dos personas que se conocen como si el otro fuese agua cristalina. El mayor diálogo me lo perdía, todos lo hacíamos. Porque era tan implícito, tan íntimo, como el lenguaje secreto que dos gemelos diseñan para sí.
- ¿Y qué crees que encontrarás al morir?
Fui incapaz de olvidar esas palabras. Fue extraño. El guardián nunca le dijo llanamente: "no mueras". Al menos, yo hubiese esperado que lo hiciera. Cuando revivo aquel suceso, ese detalle me parece cargado de significado.
- Dejaré de sentir que me he helado por dentro. Dejaré de ser un sol inútil e inservible -observó a los adultos que temblaban sin poder contenerse-, dejaré de ser una basura que está entorpeciendo el camino y debe despedazarse para que botarla sea más sencillo -solo pude sentir ternura en su voz.
Volvió a dirigirse al guardián.
- Finalmente, dejarías de perder el tiempo conmigo. De derrochar tu existencia en alguien como yo, que está frenando el ritmo de otros. Un sol que en lugar de iluminar, bebe lágrimas y tristezas. Soy una anomalía que no debió existir.
Pensé que él suspiraría. Cuando los adultos pudieron hablar del tema, confesaron "pensamos que le dejaría". Sin embargo, estábamos equivocados en redondo.
- Si tu vida es una anomalía, ¿no crees que la mía también lo sería? Si mueres, yo me quedaré haciendo guardia eterna donde fallezcas. Acá no hay opciones, no es como si fuese a buscarme a un sol sustituto. Tampoco es como si existiese un sol "mejor".
- No entiendo cómo puedes hacerlo...
Mientra el sol hablaba con la derrota en la voz, iban cayendo de su piel trozos de piedra y descubriendo una tez que emanaba luz. El hielo se derritió en cuestión de segundos. Me toqué la frente para revisar si estaba sudando, pero estaba tan fresca como si acabase de ducharme. La mujer sol, soltó es un suspiro la tensión de su cuerpo. Ese suspiro nos envolvió, nos infundió un amor sobrecogedor que nos dejo como meros espectadores. Algo más allá de nuestra comprensión estaba sucediendo.
Esa mujer sol cargada y rodeada de muerte me dedicó una sonrisa que me derritió el alma. "Quiero sonreír así aunque sea una vez en mi vida", me dije. Esas atrocidades que podían matar un alma, eran las lágrimas y realidades que ella se bebía a voluntad. Usé mis manos para protegerme los ojos, ahora me era casi imposible ver.
Lo último que observé fue a la mujer sol tomando la muñeca del guardián. Ninguno vio qué sucedió después, todos sabíamos que si miras al sol por mucho tiempo quedarás ciego. A partir de ese momento, cuando lloro y me parece que me ahogo, siento que unos brazos me envuelven y arrullan. No importa la edad que tenga, el evento sucede una y otra vez. Entonces, alguien me susurra con una voz de miel: "he venido a beberme tus tristezas, mi querida Alhelí". Mientras una segunda voz me asegura que "ya pasará. Los soles tienen una larga memoria, hay uno que recuerda incluso a una niñita que quiso abrazarla".
Él tuvo esperanza suficiente para ambos, cuando ella recogía las tristezas de los corazones para sellarlos en el suyo. Hoy habrá eclipse solar. Mientras reviso la agenda con el trabajo del día, me pregunto si mi amiga sol se ocultará tras la Luna para llorar sin que sus lágrimas alcancen a la humanidad.
Me la imagino allí, navegando eternamente en el segundo mar luchando con sus penas y dejándose ganar por la esperanza del guardián del sol. Suspiro. Suspiro sin poder evitar el miedo. El miedo de que un día ella sea demasiado débil, demasiado voluble para dejarle ganar.
Entonces, recuerdo que su guardián permanece en eterna guardia. Si la debilidad amenaza con ganarle el pulso, él tendrá suficiente fuerza por ambos. Por eso, antes que esos brazos me suelten y que la voz se vuelva distante le susurro "gracias. Para mí no hay otro sol como tú, querida amiga".
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