sábado, 31 de diciembre de 2016

Escasean los segundos

Acá estamos, en la recta final de un año. En nuestra mente se aglomera el collage de los meses y el tren de los recuerdos. Nos movemos en una película de cuatro dimensiones que nos aturde a ratos. Acá estamos en la cuenta regresiva de cada 31 de diciembre. Me era impensable despedir el año, sin coincidir con ustedes en esta habitación virtual. La tecnología se hizo parte de nuestra cotidianidad y nos acompañamos aún en la distancia. Aunque no miremos nuestros rostros o no nos crucemos en alguna calle de nuestra ciudad.
Los lazos que compartimos y estrechamos duran tanto como lo permitimos. Mientras leen estas líneas, mi mente es una cascada de pensamientos. El blog se nutre de cuánto me rodea y, especialmente, de quienes me rodean. Hoy muchos harán listas con sus propósitos o metas para el 2017. En cambio, yo solo quiero agradecer.
Mi lista es corta, porque lo bueno también puede ser breve.
Agradezco por la vida y las personas en ella.
Convivir es un reto descomunal que puede consumir todas nuestras fuerzas, y nos hace vacilar día tras día. Sin embargo, tampoco tengo inclinación a ser ermitaña, ¡y menos mal!  Si lo fuera, cuántas bendiciones bajo apariencias de personas me hubiese perdido. Creo que lo comenté en una publicación anterior, pero me considero pronoica. Es decir, siempre siento que todo confabula a mi favor. ¿Cómo podría ser de otra manera? Si he recibido un afecto descomunal de personas que recién me conocían. Uno atraviesa eternas luchas en silencio, ¡y qué maravilla es que rendirte sea irriosorio, porque quieres estar para tantos!
Estar vinculados con los demás, es una bendición en todo el orden de la palabra. Porque así nos sostenemos mutuamente. Somos compañeros en un mismo trayecto, aunque nuestras perspectivas sean diferentes. Hoy, quiero agradecer a quienes me enseñaron que siempre se alzará el sol. Qué besará nuestras frentes como un gesto de honda devoción. Qué aún en nuestra debilidad, se esconde una profunda fortaleza. Gracias por tanto amor, tanto afecto, por los abrazos, las charlas, los comentarios, por cada palabra que voy tallando en mi alma.
Me es incomprensible la vida sin gratitud, sin abrirse el tiempo para los demás. Para estar. ¡Oh, la importancia sublime del estar, de la presencia! Se despide el año, ¿y cuántas soledades marchitamos? ¿Cuánta fortaleza dinos? ¿Cuánto amor repartimos? En fin, ¿qué tan humanos fuimos en esta época que cierra sus pétalos hoy?
Como no podía ser de otra manera, les traje un poema que escribí y reservé para la fecha.

Escasean los segundos

Escucho tus lágrimas,
cabizbajo preparas tus maletas,
en la cama descansa
tu pasaporte al olvido.

Hace nada,
eras un niño.
Ahora ves tus canas y arrugas
sin reconocerte.
Entregaste lo mejor que tenías,
te diste sin medida,
sin reservas;
y muchos recuerdan
solo el dolor,
los tragos amargos.

Caes a pedazos,
mientras tu visa
de turista expira.

Antes que den las 12am
y nunca retornes,
te abrazo.
Quedémonos un momento así,
el cielo se torna gris,
también fuiste crudo conmigo
incluso, pensé que reponerme
sería imposible.

Acá estoy,
te agradezco tu temperamento,
bipolar y franco, tus despojos
y manías.

Escasean los segundos
que son tu aire,
parte a su encuentro
¡y agradécele de mi parte!

Me envió contigo,
bendiciones vestidas de personas,
respuestas a tantas preguntas
y una lluvia de afectos
que jamás amainó.


Todo futuro es tiempo incierto. Entonces, hagamos cierto lo que hay en nosotros, Ustedes me enseñaron y me mantuvieron en contacto con la razón primordial para escribir. Esa que golpea en mis adentros y es incontenible como un mar. Más allá de lo que pueda recibir, se trata de lo que doy. De lo que aporto y construyo, de cómo pueden abrigarse en mis letras. Como las utilizan para enfrentar su día a día, con una sonrisa y fortaleza renovada. Escribo por esas expresiones de un alma acurrucada, acunada en medio de la tempestad de las realidades que nos estremecen. No soy escritora, pero cuánto les trasmito, cuánto acogen es lo más sublime que pudiese pedir. Por ello, deseo e imploro qué Dios los colme de bendiciones. ¡Qué les dé y multiplique al infinito cuánto me han aportado con su mera existencia! No subestimen jamás el impacto que sus vidas y obras tienen en los demás. Aunque el tiempo sea semejante a un parpadeo, hagamos que valga la pena. ¡Qué sea memorable cada segundo! ¡Feliz 2017 que descubras y revivas la maravilla que eres, querido lector!

domingo, 18 de diciembre de 2016

A oídos disconformes, retrato mudo

Estamos en la época donde analizamos cómo vivimos el año, la vida pasa como un flash. Hacemos balances y nos preparamos para compartir en familia. Mirar al pasado y evocar esas navidades, puede resultar nostálgico o perturbador, depende de nosotros. Siempre de nosotros, tantas veces tenemos la última palabra y tan pocas estamos conscientes de ello.
Son fechas que se relacionan con regalos, música, anécdotas y costumbres propias de cada hogar. Amo el pensamiento que reza: "es mejor dar que recibir". Por ende, estuve cavilando qué regalarles a mis lectores. Sin embargo, cualquier presente material se romperá, está atrapado en lo finito y perecedero, Hoy les traigo mi nuevo cuento, pero no cualquiera. Uno acorde con nuestra cotidianidad, algo humano, sensible y que contiene la médula de mi material de ahora en adelante. Sino es personal, no sirve. Si quien escribe, no se involucra, allí no existe valor. Siguiendo con mi colección de frases, cito para ustedes un pensamiento excepcional: "La parte más importante de cualquier proyecto es la pasión, la fuente de energía, el optimismo y el esfuerzo que hace que nos superemos a nosotros mismos, un día a la vez".
Antes de leer, sugiero que se desconecten de cualquier fuente de distracción. Busquen un asiento cómodo, quizás una bebida y, solo entonces, lean. Porque sin una disposición real, hasta el gesto más grande de amor es distorsionado, y la belleza se torna en pesadilla. Vincent van Gogh decía que "el arte es para consolar a aquellos que están rotos por la vida". Precisamente este, es el fin último y neurálgico del siguiente texto.
Ojalá se permitan ser consolados en la distancia.


A oídos disconformes, retrato mudo

"¿Escucharías lo que hablan a tus espaldas?"
Fue una pregunta casual sin mayores intenciones filosóficas que me hicieron tiempo atrás. Tarareé, comprendiendo las repercusiones de una conversación cualquiera, con un tono adecuado. Traté de transformar ese pensamiento en una imagen, a pesar de reiterados intentos, solo una explosión cumplió mis expectativas.
Si alguien advertía mi presencia, pasaba la mirada como si fuese transparente. "Así de fugaz puede ser nuestra existencia ante otros ojos", escribí. La feria de la comida era bulliciosa, nadie se quedaba demasiado. Era como si la gente tuviese un cronómetro en la espalda, acabado el tiempo se paraban e iban. Unos y otros se turnaban las mesas. Eran pocos los que comían, el resto se limitaba a tomar lo más económico del menú.
Estiré las piernas.
Me sentía vigilada desde hacía rato. El guardia fingió bostezar, entretanto murmuraba a las empleadas de mantenimiento. Garabateé en mi libreta de hojas recicladas. El hombre se quejó a mis espaldas, los pocos clientes de la feria volvieron el rostro hacia él. A excepción de mí. La muchacha le propinó un codazo en las costillas.
- Viene aquí dos veces por semana. No se mete con nadie, solo se sienta y escucha música. ¿Ese es el perfil de un delincuente para ti? -le recriminó.
El incidente llamó la atención de los trabajadores de las diferentes franquicias. Algunos mostraron abiertamente su interés en el asunto. Otros optaron por limpiar espacios impolutos, organizar los platos o los mismos vasos que diez minutos atrás.
Masajeé  mi cuello. Llevaba rato en esa posición.
- ¡Mira, muchacho, busca a otro para justificar tu sueldo! Tanto ladrón suelto y tú perdiendo el tiempo -intervino con voz aguda la madre de la joven, que trabajaba con ella-. Si sigues diciendo disparates, te bañaré como a un gato. ¡Vaya a hacer su ronda!
Escuché las zancadas del aludido alejándose del lugar.
Di el último sorbo a mi té. Acomodé mis audífonos, pulsé el  botón de "play" en el celular y empezó a sonar la radio. Las estaciones sacaron su repertorio de gaitas y aguinaldos conforme a la época. Los clientes dejaron platos, vasos y bandejas sucias sobre las demás mesas.
Guardé mi libreta con los apuntes del día. Me levanté y, al desechar el vaso, noté el rociador medio vacío con la palabra "agua" escrita en marcador negro y letras mayúsculas sobre la papelera. Intercambié una sonrisa con ambas mujeres.
En los últimos seis meses, el conflicto se hizo repetitivo. Sin que el guardia pudiese alegar razones de peso. El aroma a pasticho, arroz chino, faláfel, pizza, lumpia, kibbe, sushi, carne y roles de canela hacían estragos en mi estómago. Quizás, los espejismos se sintiesen igual, pensé. Esperaba el autobús, cuando el humo de un carro malibú escoció mis ojos y me provocó un ataque de tos. Las conversaciones dentro del transporte público eran un periódico abierto. Fijé mi atención a lo lejos, en ningún lugar exacto, mientras el recolector gritaba las próximas paradas. 
Había sido un año difícil. Cada día constituía un reto. Era el mensaje entre líneas que escuchaba por doquier. En una semana, robaron a siete personas de mi entorno cercano. No obstante, me negaba a quedarme con una impresión demacrada y moribunda de la realidad. Si aguzaba la mirada, iba descubriendo una empatía más arraigada que antes.
- ...hoy.
Alguien se aclaró la garganta.
- ¿Cuál quieres hoy, Lesly? -preguntó tensa.
La miré sin entender. Frunció el entrecejo.
- No sé cómo no pierdes la cabeza, muchacha. Es la quinta vez que te pregunto cuál libro te presto hoy. O andas con los audífonos todo el santo día o tienes la cabeza por la luna.
Tenía días con un pensamiento entre ceja y ceja. Estaba indecisa sobre descartarlo o agotar mis escasos recursos en ello. "Un capricho", así lo tildaba Samuel. Aseguraba que lo mío era aversión, e inclusive fobia, a la rutina.
Escuché un tamborilear de dedos sobre el mesón. Fue un aterrizaje forzoso para mis cavilaciones.
- ¿Cuál trajo él esta vez? -inquirí.
Ella exhaló con falso fastidio. Me mostró dos ejemplares perfectamente cuidados. Hojeé ambos. Estaban subrayados a lápiz y tenían los márgenes abarrotados de anotaciones. Palpaba el desgaste en las hojas con apariencia de acordeón por el uso. Como era característico de los libros que compartían ese origen, tenían una doble dedicatoria: repartida en la primera y última página. Intercambié mi cédula de identidad por el café mediano que la señora Laura me tendió. Podía ver el vaho del vaso; el aroma establecía un vínculo entre la bebida y yo.
Bastaba una bebida caliente entre mis manos para olvidar la tensión. Decidí leerlo en la concha acústica. Serían diez minutos conteniendo las ansias de vaciar el recipiente.
- La gente suele tener escritores favoritos, Lesly -exclamó cuando me alejé del mesón.
- Es porque todavía no descubren el encanto de tener lectores favoritos, señora Laura -respondí con complicidad alzando el café en su dirección.
Replicó mi gesto.
Dejé el ejemplar a un lado. Había leído el mismo párrafo una docena de veces. Mi desconcentración me irritaba en ocasiones, aquella por ejemplo. Apacigüé mi mente. Aún si fuese un capricho, los pensamientos de esa índole me consumían sin tregua. "Insatisfecha", me etiquetaban en un precario intento de insulto. Hice la paz con mi insatisfacción, luego la hice mi bandera.
Traía algo entre manos o me volvía insomne. Abrí la libreta de hojas manoseadas y tinta corrida. Estaban dobladas, tachadas, con números, citas y pensamientos al azar. Acaricié el relieve del título: registro urbano. Una afición que generaba contradicción entre los pocos que la conocían.
Aprendí que la contradicción es el indicador de una vida sin morfina, con los riesgos y consecuencias que implica.
Tenía cuatro meses visitando el parque y su cafetín, los bulevares y diversos espacios de la ciudad a causa de mi registro urbano. Durante dicho lapso, la señora Laura me regalaba un café pequeño quincenal. Entonces le pagaba la diferencia y bebía uno mediano, leyendo a un lector y divagando por placer.
- Eres mi clienta más... singular -soltó con convicción tras reiteradas visitas al local. Solía argumentar que un café no empobrecía a nadie.
Los patos graznaban por los alrededores, mientras se rasgaba el status quo de mi mente. Esa noche, fui insomne. Me pesaban los párpados. Sin embargo, el disconformismo me taladraba el pecho. Era molesto y doloroso. Se iba el año, resolví despedirlo desde el fondo de lo cotidiano y, en simultáneo, por lo alto.
Desglosé mi registro urbano.
Garabateé en la libreta. Me exasperaba la diferencia entra la velocidad de mis ideas y la lentitud de mi mano. Sudaba bajo la luz tenue y el murmullo del viento mientras respiraba adrenalina. El Internet estaba intermitente. Entre más prisa tenía, más fallaba; detenía el video de Youtube constantemente. Por ende, mi estrés se disparó.
Me palpitaba la cabeza y escocían los ojos.
Un ruido seco me despertó: el celular resbaló de mis manos y cayó al suelo. Después de tres noches sin dormir y pedir múltiples favores, acabé mi cámara estenopeica. Levanté el móvil con su cámara frontal rota. Tal vez podría evadir al hampa con una cámara hecha de materiales reciclados.
- ¡Esta mujer! -fue lo único que contestó Samuel cuando le conté los pormenores de mi plan. Era la respuesta usual a mis niveles de empecinamiento.
- La creatividad es a bajo costo. Surge cuando las cuentas no dan -repetí como muletilla-. Si la gente ignora su valor, sencillamente no le interesa. Justo con eso cuento -texteé.
"Mis intereses son diversos y mi ignorancia abundante. Este proyecto no se basa en conocimientos, sino en un sentir. Cito a Monet cuando dijo: "Todo el mundo discute mi arte y pretende comprender. Como si fuera necesario. Cuando simplemente es amor"", escribí. Encerrando entre líneas mi terquedad, con la cámara en un morral desteñido y remendado, salí a seguir mi ruta fotográfica. Anduve por las tres ciudades aledañas. Pronto comprobé mi hipótesis.
Las personas son más sinceras entrada la madrugada y cuando piensan que se les desoye.
Inicié con los murales icónicos de cada urbe. Acto seguido, pasé a retratar los parques con sus columpios y toboganes a contraluz. Cada noche pensaba en la muestra, entre fotos reveladas, ansiaba descubrir imágenes de otra índole. Deseaba que fuesen inyecciones. Tenía la piel bronceada y la boca seca.
La tercera parada era más humana. Gente anónima que trabajaba en las calles, desde pregoneros hasta zapateros apostados en una acera. Sin olvidar a los buhoneros y perrocalenteros. La violencia me empujaba con frecuencia, mientras alguien vomitaba su ira sin destinatario. Me zumbaban los oídos al anochecer de tantos "¡¡estorbas!!, ¡¡estás en el medio!!, ¡¡apártate!!" que me gritaban. Regresaba a causa exhausta.
Contra todo pronóstico capturaba emociones y sentidos. Aunque implicase horas de paciencia. La siguiente estación la constituían las esculturas expuestas en plazas, redomas y avenidas sin que reparasen en ellas. Eran como la vejez encerrada en un geriátrico, una historia que creemos ajena.
Faltaban las capturas que cerrarían el desarrollo del proyecto. Vacié la jarra de agua sin saciar mi sed. Tenía hasta las ideas insoladas. Pese a que mi ropa distaba de ser "de marca", me movilizaba con el dinero casi exacto y una mandarina como única merienda, las previsiones fueron insuficientes. Saqué de mis cálculos el factor psicológico: cambié en el proceso.
El final previsto era incapaz de satisfacer mis expectativas. En varios aspectos, se me agotaba el tiempo.
- Pasámelo -respondió Samuel después de que me desahogué. Relajé los músculos. Entendía el trasfondo de sus reacciones.
- Eres un... -comencé a decir.
- ¿Un qué? -preguntó al momento.
A dos semanas de Navidad, escuchaba gaitas con frecuencia. Un camión recorría el sector donde vivía, cantando aguinaldos que los vecinos coreaban con semblante entre nostálgico y alegre. La atmósfera influyó en que tararease, incluso sin los audífonos puestos. Evadí la respuesta de Samuel, la broma cobraría más significado con el tiempo. Hice un collage de ideas y conceptos para armar el cierre del proyecto. Fue mi lector favorito, con sus notas al margen, quien me brindo la esencia acorde con mi visión.
Llamé a mis amigos uno tras otro.

Cinco días después se inauguraba la muestra fotográfica "Registro urbano, el alma tras un gentilicio", en un pequeño establecimiento del centro de la ciudad. En la entrada, escrita a mano, había una cita de Monet junto a unas palabras del fotógrafo. La pareja que llevaba el local acompañaba a los visitantes, les entregaba folletos y explicaba el orden (o las estaciones) que siguió el fotógrafo. Hasta el momento, se había acercado medio centenar de personas.
Alguien preguntó a mis espaldas por el artista detrás del lente, arqueé la ceja.
- No le gusta ser el centro de atención -respondió la pareja. Sin embargo, para salir del hermetismo, le dieron detalles de la entrevista previa y su apreciación del carácter del mismo.
Un comentario en el extremo opuesto del local detuvo la charla del grupo. Uno de los visitantes se quejaba de la juventud y sus manías.
- Las nuevas generaciones se escuchan solo a sí. Pierden la sensibilidad social y su consciencia individual frente a las redes que, por cierto, tienen muy bien puesto el nombre. ¿Crees que un muchacho va a pensar en hacer algo como esto? ¡Nada qué ver, están pegados de una pantalla y asustados de que se les acabe la batería! -siguió la voz con la retahíla de críticas.
La pareja volvió con disimulo la mirada hacía mí. La escena perturbaba el ambiente del lugar y atentaba contra el propósito de la muestra. Por un instante, pensé en responderle. Era sencillo desbaratar hasta la médula sus comentarios. Sin embargo, comprendí que el barullo era para distraer de su ceguera y, tentativa, inacción. Su cabeza era ruido que taponaba los oídos propios. Me erguí. Tendría que vivir con críticas similares porque acción y exposición son una dupla.
Allí estaba mi mensaje, allí estaba mi sentir. Mi sinfonía silente resonaba en las sonrisas de todas las edades con los murales de fondo. Le hice un gesto a la pareja para tranquilizarla, estaba por irme cuando me percaté de un muchacho. Tenía rato examinando el último tramo de la exhibición.
- Tienes un interés particular en estas fotos, ¿eh? -le hablé sin pensar.
- Creo que cada imagen te lo exige. Por ejemplo, el concepto de acá -señaló una gráfica del árbol de Navidad de un centro comercial y bajo él a niños, jóvenes y ancianos con rasgos de diversas culturas-. Si la detallas, todos llevan lazos; los dos del frente sostienen un reloj y un calendario del año entrante.
Hizo una pausa.
- El artista -arqueé la ceja ante esa palabra- no se limitó a tomar fotos; las creó. Hay quien diría que se puede ver a través de sus ojos. Nos presta su perspectiva.
Asentí.
Desvié la mirada y noté su carnet estudiantil, leía el nombre cuando me habló.
- Mis amigos me llaman Zalo -dijo él. Así iniciamos una larga conversación sobre los efectos que una muestra puede generar en la sociedad. Allá entre el ruido de las cornetas, el humo de los carros, el olor a sudor y cloacas, las noticias, las modas y la obsolescencia programada. Allá donde cualquier pausa es desafiar a la corriente, probar la vida o rebeldía. Citó a dos o tres escritores que, para el asombro de ambos, leí en los últimos meses.
- ¿Lesly? -preguntó Samuel al otro lado del teléfono.
No fue un accidente. Te llamé adrede -era la primera vez que lo hacía. Las llamadas eran iniciativa suya. La extrañeza se le transparentó en la voz-. Te envié un video con la muestra entera.
- ¡Qué raro fotografiar con una caja! -exclamó al comparar la cámara y el resultado.
Me encogí de hombros. Tardé varios segundos en asimilar que el gesto pasó inadvertido; no era una videollamada. Confieso que esperaba esa reacción; sentí que la caja me llamaba. Sentí las manos inquietas como si sufriese de abstinencia. Faltaba algo entre ellas. Recordé la historia tras cada foto. Fue un parteaguas entre el enfermizo derrotismo y aire de tragedia que se respiraba en la ciudad. Ahora tenía el ingenio expuesto y el pensamiento tan blindado como suelto.
- Dime tres fechas -hubo silencio en ambos extremo de la línea-. No lo pienses mucho -le solté. Bajo la caja reposaban dos tarjetas y una hoja con un número garabateado.
- ¿Ah?
- Anda, es fácil -lo motivé.
- 19, 5, 27... -dudó-. ¿Importa el orden? -inquirió un segundo después.
- No, así está bien -contesté encerrando en círculo las tres fechas que sugeriría.
- ¿Qué escribes? Escucho el teclado. Lo romperás de nuevo.
El sonido rítmico del teclado era una delicia. Era comparable a acabarme un tubo de leche condensada que vendía el chino del sector, o comer almendras a medianoche.
- Una vez que rompes la indiferencia, la prefieres así -comenté mientras armaba una nueva agenda. Asimismo, actualizaba mi registro urbano.
Se nos fue la noche uniendo ideas abstractas o saltando de un tema a otro sin pausa. Dividíamos la atención entre la conversación y lo que hacíamos por cuenta propia. Esa dualidad era un detonante que superaba lo convencional. Alcé los dedos del teclado.
- Así somos...
- ¿Qué murmuras? -preguntó Samuel.
"Rompemos moldes que se vuelven cargas y abrimos un resquicio, que dé paso a la innovación. Al cambio de perspectiva", pensé. Miré al techo y masajeé mi cuello.
- Nunca lo sabrás -contesté.
Fingió dormirse.
Olvidamos el tema en dos videos de Youtube y tres memes. Sobraría el tiempo para retomarlo; para vivirlo.

jueves, 1 de diciembre de 2016

La cacería del aire

Adelante, pasen y pónganse cómodos en este espacio 2.0. Hoy los acompañará una breve historia. Cuidado, está viva: siente y respira. Se explicará por sí sola. Quiere quedarse con ustedes como un pensamiento o un secreto compartido, como algo intrínseco, sin necesidad de intermediarios. Hace poco, me preguntaron qué escribí recientemente. La pregunta llegó a oídos de la anfitriona de turno, y se quejó. Sintió la necesidad de salir, de mostrarse y estirar sus palabras. Se entumecía en el silencio.
Para que pueda tomar la forma debida, toda historia necesita ser compartida. Lo mucho o poco que sepamos, se hace nada, cuando lo callamos.
¡Feliz lectura!

La cacería del aire

Limpió su frente con el torso de su mano. Días atrás la temperatura alcanzó los 40ºC, el aire se hacía denso e irrespirable. Tenía la franela pegada al cuerpo, los labios agietados, la vista nublada y su mente amenazaba con salirse de control. A Sergei le bastaban sus pensamientos para asfixiarlo. Hizo una mueca, el ambiente parecía exprimirlo hasta secarlo como una pasa.
Estaba en el ático, acompañado solo por las arañas que extendían afanosamente sus redes. Por lo demás, el minúsculo cuarto estaba impoluto, era el santuario al que nadie más tenía acceso. Sergei caminó hacia el ventanal frente a él. La madera crujió bajo sus pies desnudos. Apartó el rostro. Sonó el cronómetro del celular en las escaleras: eran las 2:00pm.
El sol atravesó el ventanal a sus espaldas. Colisionó contra los espejos de mano dispuestos a lo largo y ancho del ático. Cruzó una a una las diez lupas. Poco a poco, Sergei tomó una bocanada de aire. Contuvo la respiración, hasta que las explosiones resonaron como un chillido en sus oídos. Cerró los puños, esperaba esa reacción.
Contempló, casi en cámara lenta, cómo caían los restos de los globos desperdigados en la madera. Aquella visión constituía para él un placer personal, secreto y extraño. Se activó el par de mecanismos restantes; se vio un flash y cruzó la habitación el sonido sincronizado de envases cerrándose al vacío. Sergei exhaló, aún con el semblante tenso. Se acercó con cautela a la primera trampa. Era momento de evaluar los resultados de la cacería.
Alzó un envase al azar.
Tenía pigmentos que variaban entre azul rey y azul eléctrico. Asintió, aprobando esa apariencia. Su sonido era nítido, podía notarse su ritmo: era la mezcla de una gotera y un sollozo reprimido. Sergei cerró los ojos, la presa lo electrocutó. Estaba viva y se defendía. Él apretó los dientes. Se había confiado. Tras un tortuoso minuto, sintiendo la electricidad estremeciéndolo desde los huesos, cesó. Un segundo más, y sus dedos habrían cedido. Relajó los músculos. Allí cató a su presa. Era como un trozo de piña, lavada con un toque de sal y el azúcar apenas detectable. Por presas similares se resentía su lengua.
Hizo diminutas perforaciones en la trampa para ponderar el aroma. Aquello sorprendió a Sergei, tenía la fragancia de la grama recién cortada. Sergei se irguió. Dio un vistazo a la docena de envases, cada tanto se formaban figuras abstractas dentro de ellos y los golpeaban. Se estremecían. Por el contrario, Sergei sintió sus hombros ligeros. Sintió que recobraba el control de sus sentidos.
Sergei la observó casi por instinto. Sin consciencia plena. La descubría infraganti, abstraída frente a la vitrina. Detenerse y observar era regla profesional para Sergei. Apreció el ritmo en la respiración de ella. El mundo se le antojaba transparente, como si reclamase ser visto y deducido por sus ojos.
            ¿Quién conoce a quién? –masculló.
Ella volvió la mirada hacia él. En cuestión de segundos, siguió la dirección de su mirada.
 Tú respiras para vivir y vives para respirar. Mientras gente como yo, se cuestiona ¿cuál es su estado más puro, el aire o el contenido de los envases?
Era una inquietud compartida, pero él no lo confesaría. Sabía que la mitad del tiempo, ella hablaba más para sí que buscando ser escuchada. Sergei entró a la tienda. De manera meticulosa fue ubicando las trampas en la vitrina. “Son bombonas de oxígeno para la gente como Rut”, se repetía. Ambos estaban expuestos el uno al otro, de formas opuestas. Su conexión prescindía de explicaciones, era arbitraria y tácita, como si el ciclo de la naturaleza hiciese con ellos, su mínima y más sublime expresión. Aunque ni siquiera el oxígeno tuviese el mismo significado para ambos.

lunes, 28 de noviembre de 2016

Partiendo desde el imaginario y lo sensible

Cambiar de hábitos nos ayuda a tomar nuevas direcciones, a recorrer nuevos caminos desde lo cotidiano. A mediados de año, decidí anotar en mi agenda los eventos importantes que iban produciéndose. Al hojearla dentro de algunos años, recordaré cuántas veces salí de mi zona de confort. Reviviré cómo pisoteé mis miedos y reservas, por construir desde cero el futuro que quiero. Tal vez peque de sincera, pero tengo que decirlo; ha sido una época cruda. Tan cruda como ideal para que la literatura se yerga con ese contacto sublime, que la hace miel de momentos turbios. Me enamoré una y mil veces del revoltijo de letras e ideas que agitan mis horas. Me enamoré de sus efectos colaterales, la desconexión de problemas que causó en familia y amigos, las alegrías, el sosiego y las anécdotas constantes.

Hoy, 29 de noviembre, se celebra el Día del Escritor venezolano. Recientemente, un amigo me preguntaba: "¿Se es escritor por qué otros lo digan de ti o por qué tú lo digas?" Tremenda reflexión, ¿no? Les compartiré cuál fue mi respuesta y espero que dejen en los comentarios su opinión. Para mí, "escritor es quien da su aporta a la sociedad en letras". Sin importar egos, cantidad de libros publicados, eventos, ventas ni nada más. Se trata de construir una mejor sociedad desde las páginas, de sembrar ideas que nos mantengan en contacto unos con otros. Un escritor, quizás no diga nada nuevo, Sino que presente la realidad de una manera diferente, hasta que caigamos en cuenta de cuánto hemos olvidado. De cuánto de nosotros se pierde a diario.
Entiendo al escritor como un cronista del alma humana. Un ser irreverente que va tendiendo puentes entre realidades en ruinas, donde nos encerramos en nuestro dolor o nuestra verdad. Sin contacto, sin puente, sin una voz que se alce desde el mismo vacío que lleve por dentro o represente, para mí no existe escritor. Acá no hay erudición de mi parte, seré eternamente una aprendiz. Sin avergonzarme de ello. Aprendo de cuanto me rodea, de mi ignorancia, del silencio y el estruendo. Aprendo de quien discrepa, del que se niega, del que se retrae. Aprendo con y sin ganas, sin reparar en edades.
Construyendo desde el imaginario hasta lo palpable
¿Se puede conceptualizar la belleza del atardecer?
Yo prefiero salir y verlo, Perderme en sus colores, en la armonía que me transmite y cómo detiene el tiempo en mis pupilas. Tengo un pensamiento y un alma inquieta, sin movimiento, sin letras de por medio, perdería parte de quien soy.
Muchos artistas, muchas mentes brillantes mueren sin conocer la magnitud de sus obras. Si se pierden sus obras materiales, permanecerá intacto el impacto que causaron. Les dejo el resultado de mis constantes divagaciones: Quizás el último en enterarse de que es escritor, sea él mismo.

jueves, 27 de octubre de 2016

Entre espasmos y ausencias

Me siento identificada con esa frase que reza "no toda ausencia es olvido", hoy les invito a vivirla conmigo. En esta tarde de jueves, les traigo mi poema más nuevo, las letras aún se acostumbran al papel como el niño a ser sostenido en brazos. La vida es una sucesión interminable de eventos, algunos nos marcan de manera singular queda en nosotros qué hacemos con ello. En lo personal, elegí que todo me impulse a crecer y sirva para dirigir mis pasos hacia donde quiero estar. A veces, tienen más peso las pequeñas decisiones que tomamos día a día y, en especial, una: ¿qué hacemos con nuestro tiempo?
Me permito compartirlo con ustedes, que mis letras alteren su rutina, su monotonía. Cada lector será el agua en que mis letras, lo contenido en ellas, genere hondas. Ellas bailan como luciérnagas en la noche, nos invitan a detenernos un instante y sentir el aire en nuestros pulmones: a vivir, sin la inercia de por medio.

Espasmos

Las notas suben
por mi torrente sanguíneo,
me erizan la piel
mientras se visten de poesía;
es un sentir compartido
que se nutre de mí
para acobijarse en ti.

Se muda de nombre,
como si adoptara apodos
pero fuese siempre el mismo:
arte, que abarca sueños,
esperanzas y miedos.
Es un encuentro sin anestesia
a nuestra historia,
en palabras sin pronunciar,
encerradas en la memoria.

Viene y va
tomando mil formas,
provocando espasmos
en nuestra realidad.



Encuentra más contenido en mi Instagram: @VirginiaCulpa. Nos leemos pronto.

jueves, 29 de septiembre de 2016

Pensamientos sin descafeinar

Hoy desperté con una grata noticia, se celebra el Día Internacional del Café. Dando sorbos a mi taza llena, dedico este post a todos los amantes del café. Porque sin duda, es una aliado importante en nuestro día a día, nos reúne en torno a la mesa dando pie a las conversaciones más variadas y nutridas. Es la excusa ideal para un reencuentro con amigos, infinitas ideas nacen tras su consumo y convivimos con ellas, sin saberlo. Mucho se ha hablado de sus beneficios y desventajas. Sin embargo, su papel en nuestra cultura y cotidianeidad permanece intacto. ¿Cuántos de nuestros recuerdos están marcados con su aroma o sus diversas presentaciones?

En mi caso, es un aliado irrefutable de mi proceso creativo. Despierta al ingenio de su letargo y lo hace danzar entre hojas y tinta. En consecuencia, al leer la reseña que hicieron de mi trabajo poético en Liberarte, revista de Arte y Libertad, sentí que comprendieron el sentido de mis letras. Los invito a apoyar el talento emergente y las iniciativas que promueven la cultura a lo largo y ancho de nuestro país, porque cuando crecen los espacios de cultura y arte; crecemos todos. Hace poco salió la 5ta edición de la revista y su contenido es altamente recomendable.
La mente inquieta es la rendija de la creatividad

La cafeína se lleva incluso en el pensamiento, en los hábitos, en la mente despierta y la proactividad como regla. El arte es la cafeína de la sociedad, que nos hace mirar la parte sensible que muchas veces olvidamos entre el ajetreo, la rutina y el contacto con la tecnología. El arte puede concebirse como algo abstracto y ajeno, pero como reflejo en mis poemas; realmente, viene del fondo de nosotros. Sazona nuestra realidad, quitándole lo insípido. Hay que tratarlo como un enamorado, no nos acercamos porque le entendemos. Lo entendemos, porque nos acercamos.
Pierdan las reservas con el arte. Aunque muerda, aunque arañe la frivolidad y carcoma los miedos; porque somos obras en movimiento y las ciudades son museos interactivos. Deseo para ustedes, una jornada con aroma a café y mucha poesía.

Taza vacía

Fondo blanco,
tres ideas
dura el café;
le extraje el poema,
la compañía y los recuerdos que emigran.

Entre sorbos,
demuelo la rutina,
la cafeína deja rutas
de canela y vainilla
con aromas
entre páginas amarillas.


Nos leemos por acá y por Instagram: @VirginiaCulpa. Será un gustazo conversar con ustedes e intercambiar ideas.

jueves, 8 de septiembre de 2016

El negativo de la sociedad

Vivimos a la merced de situaciones o emociones que saltan nuestras reservas. Son circunstancias que nos desequilibran y superan. En ocasiones, las hallamos como personas, instantes o palabras. Precisamente, me sucedió con esta frase de Carlos Cruz Diez: "El arte no es egoísta, el arte es para compartirlo".
Traigo acotación el pensamiento, porque concibo al artista como el negativo de la sociedad y el tiempo en que vive. En lo personal, considero que conlleva un valor in crescendo. Su manera de sentir y entender su derredor germinará en el futuro. Porque para entender los cambios que suceden en la humanidad, no basta con los libros de historia. Remitirnos a la visión del artista, es entrar en contacto con la médula del sentir, Estar al ras con las emociones de un sinnúmero de personas, desconocidas, de a pie; como nosotros.
El arte detiene incluso a los ojos inexpertos. Deja en vilo a la rutina, corta de raíz a la indiferencia. Observar puede ser un auténtico talento. Qué es el arte, en palabras simples, es hallar belleza y exponerla. Dejar que otros la contemplen, sacarla al sol, a quién quiera verla.
El entender le sigue al observar. Entonces, se reduce a una cuestión de voluntad.
Acá les dejo, lo que germina en mí.

Bonsáis

Pasarán entre almas
estos versos alados,
que se fugan,
que emigran
de una realidad a otra.

Echarán raíces
en tu historia,
en tus desvelos
y cicatrices.

Serán perlas
del pensamiento, bonsáis
de recuerdos, crecerán
al ritmo de tus días.

Bonsáis:
arte genuino,
vivo, que permanecerá
durante décadas.

Ni tuyo,
ni mío;
sino de cuanta alma
los acoja por casa.

Descubre más en mi Instagram: @VirginiaCulpa 
Dedicado al amante de bonsáis, que me enseñó su belleza particular.

miércoles, 31 de agosto de 2016

Una condición temporal

Reinicio.
El año era especialmente lluvioso, quizás, era un presagio de cómo se nublarían mis sentidos. Me ahogaba en el vacío.
En cuestión de un mes, perdí mis ahorros. Mi pareja se largó con otro, mi único amigo emigró y se venció mi contrato laboral. Fue entonces cuando la situación se hizo crítica. Una tarde tras llamarle a cuanto conocido tenía, se desató la tormenta eléctrica. Para cuando se detuvo; estaba atrapado en un tiempo que no era el mío. Las pantallas de la ciudad, anunciaban año bisiesto: el mundo se preparaba para las olimpiadas.

17/03
Querida Marina:
Alfonso padeció una condición inexplicable; en que aseguraba "ver el pasado". Desconozco el inicio exacto, ni siquiera él mismo lo sabe. En principio, creyó que se trataba de sueños vívidos en exceso, con los días, fue descartando esa teoría. Sin embargo, la condición hizo un tajo en su cerebro hasta expandirse a su vida. Era como si la tierra se abriese bajo sus pies. Su mundo cambio de dirección, arrastrándolo a una guerra; era él contra su psique.

A otra altura de la línea del tiempo, Gastón esquivaba la realidad. Sentado en una plaza del centro, se inventaba otra vida. La suya era un mal chiste. Rió sin ganas. Se identificaba con el gato que los niños pateaban a unos metros de él.
"Ser humano, no siempre es mejor", dijo para sí. Mientras el gato paso frente a él, huyendo.
Una ventisca enrarecida arrastró hojas sueltas del periódico. Gastón las rompió sin mediar, iracundo. Tardó poco en arrepentirse, las noticias correspondían a tres años en el futuro. El mundo se reprogramó, dejando a Gastón fuera de lugar. Era un tipo peculiar de extranjero; era ajeno a ese tiempo.

25/04
Querida Marina:
Entiendo tus dudas sobre el tema, pero soy únicamente un mediador. Alfonso fue terminante, obtuso, solo nosotros conocemos su condición. Te confieso que lo probé incontable veces. Al inicio, sospeché que era un fiasco. Sin embargo, conocía detalles jamás registrados. Hice una investigación profunda con personas que coincidieron en los lugares y horas que él señaló. No importa con cuántos hablase, las versiones siempre coincidían. Calzaban perfectamente. Creo que el detonante de su condición, fue su obsesión por aquella empresa con aires de secta. Por esa época, trabajaba 14 horas al día. Desviaba las conversaciones hacia las ventas, los productos, sus beneficios; era una estrategia para ganar adeptos. Su círculo se redecía, sin remedio; sin que pareciera consciente de lo que sucedía.

Nuestra sociedad está plagada de registros y números. Nos creamos la ilusión de que somos civilizados, pero nos tratamos como parte de una manada. Nos contamos por cabeza, como ganado, nos nombramos para hacernos gente...
- Gastón... ¿qué significa un nombre en Marte? Si el criogenizar deja de ser ficción, ¿al despertar los criogenizados se sentirán como yo? ¿Qué soy aquí? -me preguntaba aislado. Sin entender qué sucedía.

Gastón y Alfonso fueron recluyéndose de la realidad; su entorno cambió, convirtiéndose en un toro. Uno que arremetió contra ambos, la realidad se hizo abstracta. ¿Sacarían las circunstancias su instinto de supervivencia? Se acababan las respuestas.

 08/05
Querida Marina:
Por aquellos días, tuve que mudarme con Alfonso. Fue nuestra pobre solución a sus desapariciones constantes. No supe reaccionar, hasta el mínimo espacio estaba invadido por los productos que vendía. Tomaba dosis absurdas de café y, para colmo, su condición empeoraba.
Tocamos el límite de encerrarlo en su cuarto; aunque él accedió, me sentí un criminal. Fue inútil.
Éramos niños peleando contra lo desconocido. ¡Ah, lo desconocido! Por siglos nos atormenta. Allí comenzó nuestra lucha por entender el fenómeno en sí, quizás, hilamos toda clase de teorías al respecto.

No existían cerrojos que contuviesen a Alfonso, tampoco libertad para Gastón. Como si los cambios iniciales fuesen insuficientes, el tiempo tenía un ritmo diferente para ambos. La condición que compartían se manifestaba de manera distinta en cada uno. Estaban al borde de una colisión; con su inherente destrucción.

Tras diez meses, vivía en un albergue: estaba reiniciando. Sin punto de partida, evadía la camisa de fuerza con mi silencio. Trabajaba a doble turno, pronto podría alquilar un lugar. En medio de la locura, quedaban retazos de sentido común.
Habría sido así, la vida volvería a su cauce, a ser aburrida y predecible. Solo tenía que ignorar a esa chica. La chica en la plaza, con el periódico que anunciaba la quiebra de la vieja compañía. Una edición de tinta fresca y tres años atrás. Sentí que alguien me odiaba.

13/06
Querida Marina:
Fuiste una desconocida hasta tres meses atrás. Entonces, Alfonso me habló de ti, eras un secreto bajo llave. Esperando el olvido, alegó Alfonso, aunque no le creí. Me contó de aquel día en la plaza, del otro muchacho y la laguna del tiempo. Así la llamaste, ¿verdad? Al momento de decirles que perdieron la perspectiva. El otro muchacho, creo recordar que su nombre era Gastón, estaba al borde del suicidio.
En cuanto a Alfonso, su obsesión por el trabajo invadió algo más que su casa. Trabajaba y dormía, así dividía sus horas. Comía trabajando, trabajaba comiendo.
Me queda la duda de cómo diste con ambos.
Ahora esa etapa parece lejana. Es el efecto de la crisis superada, pero detecto en ambos el miedo de recaer.
En fin, solo me resta agradecerte el trago amargo y sus motivos.

Soy el toro, fui el toro. Incité su colisión, como dicen algunos: el tiempo es sabio. Cura heridas, pero también las provoca. Estremecí sus perspectivas y, desde entonces, cada vez que hay tormenta: recibo una carta más.

Jaula de caos

Limpiaba la sangre en mi ojo. Me daba vergüenza mi cuerpo, la historia que contaba me quebraba. Era el quinto día consecutivo escuchando la misma voz, sentía mis tímpanos estallar. Necesitaba silencio. Me levanté del charco de sangre, perseguiría aquel cúmulo de quejas. Las callaría; conseguiría una manera.
Por primera vez, el bullicio del exterior quedaba en meros susurros. Tom, me seguía y lamía mis heridas cada tanto. Hallamos el origen de la voz.
Frente a nosotros, se erguía una casa en ruinas y penumbras. El lugar desentonaba con la ciudad con su perenne aire de fiesta e iluminada hasta en su último callejón. La música no cesaba, sin importar la hora del día ni el momento de la semana.
- Alguien olvidó pintar esta esquina -mi sarcasmo estaba en pleno apogeo.
Entrar fue sencillo, nunca es un reto para las ratas.
Él estaba de cuclillas frente al fuego, hizo una fogata con los retratos. Notaba los recuadros en que varía el color, el polvo era delator. Vi chisporrotear las llamas mientras consumían fotos en blanco y negro, cartas, muebles e incluso ropa.
- Es difícil deshacerse de una vida, ¿eh? -exclamé frente a la montaña de escombros en la sala.
Se alzó su figura, con sus dos metros de altura, y manoteó el aire. Permanecí inmutable, la violencia me era familiar. El miedo abandona a lo conocido.
Sus pupilas se dilataron, perdí la curiosidad. Poco me interesaba si era por asombro, adrenalina u otro motivo. Intentó vociferar e hizo grandes ademanes. Tom le gruñó.
- ¿Tu vida es un asco? ¡Solo eres un engreído, un egocéntrico esperando que todos te entiendan! Quieres que los demás te escuchen, eres un monólogo con cuerpo de humano... Un monólogo disfrazado de gente.
Escuchaba. Era inevitable. Nací así, escuchando el alma de los otros. No sus pensamientos, no sus emociones, sino esa extraña aglomeración que los define y diferencia.
- Él no puede hablar... -dijo un niño atravesando el pasillo-. Tampoco sirve que escriba, mire.
Me entregó un diario con símbolos al azar en cada página. Alcancé a hojearlo antes que el hombre lo arrebatara de mis manos.
- Al principio, creímos que tendría lógica. ¿Sabe? Como un código secreto, incluso le pedimos escribir la misma frase varias veces...
- El resultado varió, ¿verdad? -clavé la mirada en el sujeto. Él asintió.
Fruncí el entrecejo.
Sin perder la consciencia, me desvanecí. La resistencia no hace la inmortalidad, en contraluz, pasaba desapercibido el torniquete que me hice y mi condición. Gael, el pequeño, buscó el botiquín de primeros auxilios mientras le indicaba cómo cambiarme el vendaje sucio. Los niños poseen un extraño y certero instinto. Me quedó claro, con su pregunta.
- Tú... tú, tienes una idea de qué le sucede.
- La tengo -suspiré.
Las voces, como la de aquel hombre, me desequilibraban. Sacaban la rabia contenida en mí, me sentía perseguida por ellas. Sin descanso, sin un resquicio de paz, me volvía un manojo de agresividad. Ahora, cerca de la fogata, extendí mis brazos. Magulladuras, costras, sangre seca, cicatrices mal curadas; era asquerosa.
Al contemplarme, por primera vez, él se agachó. Tendiéndome pan mientras hacía una seña a Gael. Nos quedamos en silencio, el niño  no se atrevió a preguntar, se concentró en servirnos comida a Tom y a mí. No aparté mis ojos de la mirada del hombre, si me equivocaba, dejaría otra bestia suelta. Otra persona acabaría como yo.
- Su nombre es Adam... ¿y el tuyo?
- Atena -hice una pausa-. Nadie puede sacarte de tu condición, solo puedo explicarte qué sucede.
Hizo una mueca de escepticismo.
Suspiré, estaba tentando la poca paciencia que recién recuperé.
- Perdiste la capacidad de hablar; no la voz...
- ¿Qué no es lo mismo?
- No, Gael. En el caso de Adam, y según lo que escucho, él se encerró. Esta fogata no es fortuita, es un resumen de qué hizo con su vida.
Adam se levantó y volvió a manotear el aire con furia.
- ¡¡Deja tu testarudez o seguirás a..!! -Tom me lamió la mano. Respiré profundo-. Intento ayudar, ¿sí?
Gael estaba entre ambos, intentando mediar. Adam apretó los puños y resopló, antes de sentarse en el piso. Los muebles se hacían cenizas.
- No entiendo cómo llegaste a este límite, pero quien lo provocó: te dio la solución.
Arqueó la ceja.
- Escucha. Tan simple como eso.
Rió de mala gana; tensé los músculos. Mi tono fluctuaba a cada minuto.
- ¿Cómo lo ayudará? No entiendo, Atena.
- Escuchar significa que el otro te importa, tienes que separarte de la actitud de Narciso.
Miró de refilón mis cicatrices, mi ojo hinchado y mi complexión lastimera.
Silencio.
Así dormí, sin mediar otra palabra.
Abrazando a Gael, con Tom acurrucado a mis pies. La fogata se apagó, el piso estaba frío y yo demasiado sensible. Sin embargo, era mi noche más agradable en mucho tiempo.
Los primeros rayos de sol atravesaron las ventanas, el día le sentaba bien a las paredes.
Permanecí quieta, a la defensiva. Adam estaba de pie, en la otra esquina.
- Escuchar, ¿dices? No te ves muy bien que digamos, eso de escuchar -desvió la mirada-, suena a tortura.
Gael agarró mi brazo con fuerza, estaba despierto. Sentí sus uñas clavarse en mi piel. Quedé muda; había dolor en la expresión de Adam. Las almas también entienden de estaciones; entrábamos en verano.

domingo, 28 de agosto de 2016

Entrenando el músculo creativo

Estamos sumergidos en un maratón incesante, en una carrera que nos exige estar en forma. Aquí estamos, estirando los músculos de creativos, haciendo precalentamiento con música. Subiendo las revoluciones del pensamiento con lecturas y conversaciones, haciendo un remix mientras volcamos lo viejo en nuevos contextos y exigencias.
Explora la biodiversidad del pensamiento
El insight puede parecer un momento mágico en que las soluciones e ideas surgen sin esfuerzo. Suena sencillo, como el descubrimiento que le sigue al error. Sin embargo, para que haya error tuvo que existir intento previo. Entiendo el insight como una colisión de ideas que ocurre de forma espontánea. Para que sea posible la colisión, tenemos que considerar una variedad de caminos y opciones. Buscar esa fricción y darle bases.
Me identifico con Picasso cuando refería "que la inspiración te encuentre trabajando". Si nuestros músculos y manos permanecen estáticos, esperando que algo suceda, nada pasará. Es importante estudiar los mecanismos de nuestra creatividad, sus detonantes, sus bases y estructuras antes que perseguir soluciones ilusorias.
El hombre inteligente, se rodea de personas más inteligentes que él, Hay que sudar al insight, como el estudiante que se quema las pestañas. Porque es el reflejo de la necesidad de estar en movimiento, de crear, expandirnos y reinventarnos.
Si el insight es la palanca, un músculo creativo entrenado es el punto de apoyo. Ambos son codependientes en la carrera del pensamiento lateral. Incubemos ideas, hagámosla germinar. y, como sucede previo al amanecer, en el momento que cerremos los ojos: sabremos que una idea está por nacer.
¡Les invito a conocer el ritmo de mi insight siguiéndome en Instagram como @VirginiaCulpa!

sábado, 27 de agosto de 2016

Deformación

La creatividad es la hiperactividad del pensamiento. Es la necesidad de hacer, reinventarse y deshacerse para comenzar de nuevo. Acá las reglas se quedan en papel, la única que llevamos con nosotros es mantenernos en movimiento. Quietos, nos oxidamos y se nos extravían los ideales; el empuje de salir de nosotros de tantas formas como sea posible. Antes de presentarles un nuevo material, me gusta hacer una pequeña introducción. Entrar en el clima de confianza y cercanía que marca a Sinapsis. Hoy les traigo mi cuento más reciente, rompamos la rutina con él. ¡Feliz lectura!

La interpretación nos decodifica


Deformación

¿La costumbre te encasilla o te mata?, era la pregunta que atormentaba a Sofía cuando cerraba los ojos. Entonces, sacudía la cabeza y los abría, era su anestesia. Engulló otro bocado; la comida era mera necesidad.
            Observó una pareja en la mesa del lado. Se tomaban una foto tras otra, a petición de la chica. Su compañero hizo una mueca ante el décimo flash y se valió de una maniobra para distraerla con el menú. Sofía tocó su estómago y pidió para llevar lo que restaba en el plato.
            “Un teclado”, pensó mientras la camarera sonreía en su dirección y recogía la cuenta.
-      Oprimes una tecla y obtienes un sonido... –masculló, saliendo del local.
Andaba por inercia, como una nota más. Echó un vistazo a la torre del reloj en la plaza. Reconoció algunas siluetas entre las gentes que iban y venían por la calle principal. Zapatos desgastados, audífonos puestos y ruedos raídos, así los reconocía si olvidaba sus rasgos. Estaban entre la muchedumbre, pero no se confundían con ella. Sería suficiente con seguirlos, irían al centro del parque como cada miércoles a media tarde.
Los cuerpos caían como piezas de Tetris en su lugar, poco a poco se formó el semicírculo en el césped. Los recién llegados se acomodaban: algunos sacaban libretas, otros blocks de dibujos, había quien alistaba su cámara y el que afinaba su flauta. Sofía se quedó distanciada de todos ellos. Cada miércoles, en cada reunión y rodeada por las figuras de aquellos desconocidos; creía sentir.
Se masajeó las sienes; el protagonista acababa de entrar. Con andar pausado, distraído, y guitarra a cuestas se ubicó en el centro. Era inexplicable cómo sus ensayos se transformaron en algo más, pero se aferraba a la nueva dinámica. Sonrió al medio centenar de personas que lo rodeaban e hizo una ligera reverencia. Sofía cerró los puños.
-      ¿Cuándo funciona un despertador? –susurró. El muchacho comenzó a tocar, mientras ella seguía el movimiento de sus manos-. ¿Para qué sirven las cuerdas si el sonido es igual? –cuestionó, escéptica.
Bajó la mirada hacia los dibujantes, sus blocks estaban vacíos. Hizo lo propio con los fotógrafos aficionados; las pantallas de las cámaras estaban en blanco. Examinó a cada fracción del grupo, entendió que perdía el tiempo. Se iban desfigurando entre las notas del guitarrista.
Punzada.
Frente perlada.
Un flash la cegó. Allí estaba, la sensación de pérdida. Un recuerdo borroso, un sabor en el paladar, palabras sin significado. Era como armar el sueño de la noche anterior. Cayó de rodillas. La única nota llenaba el aire, mientras Sofía arañaba el suelo.
Se mordió el labio. Quería quedarse allí. Necesitaba...
-      ¿Qué... qué sucede? –escuchó un ritmo.
Estaba invadida en su cuerpo.
Su cuerpo la mordía. Tenía una serie infinita de imágenes en los párpados. Le faltaba el aire, aunque las copas de los árboles se mecían. Se obligó a abrir los ojos, a no parpadear.
-      ¿Estás bien?
-      No sucede nada con ella, no le hables.
Sofía alzó el rostro. Aunque escuchó la voz de dos hombres, solo reconoció una: era el guitarrista. Sintió que su cabeza explotaría, no se explicaba de dónde salió la otra voz. El semicírculo estaba de pie, el muchacho se detuvo en medio de la canción.
-      Siempre vienes por acá, todos te reconocemos. ¿Necesitas ayu... –la frase quedó sin terminar.
El guitarrista endureció el semblante y tensó los músculos. Sofía notó cómo se formaban arrugas a la altura de su cuello, pero el resto de las personas seguía al margen. Varios metros atrás de ellos.
-      ¡¡Lárgate antes que te rompa los dedos!! –soltó la voz de antes.
Sofía se estremeció, como si tuviese electricidad en los huesos. La imagen gris del césped, los rostros, el cielo y cada aspecto de su entorno se plagó de “fallas”. Parado tras el guitarrista estaba un retratista, con su block en mano. Sin reaccionar, Sofía notó cómo se descubrían poco a poco trazos en la hoja que antes estaba vacía.
Lentamente, fue incorporándose. Parpadeo tras parpadeo las “fallas”, esos puntos fuera de la escala de grises, se extendieron. El pasto reverdecía, ahora las ropas de las personas variaban no solo en forma, sino también en matices. Sofía estaba abrumada. El guitarrista discutía a viva voz con alguien frente a sí. Sin embargo, Sofía era la más próxima a él.
-      Tendría que estar aquí... Exactamente, donde estoy... ¿parada?
-      ¡¿Qué no ves lo confundida que está?! –peleó el guitarrista, atenazando el aire a la altura de su cuello.
Un sonido metálico crispó los nervios en el parque. Sofía diferenció una navaja en el aire, mientras que los contornos de su alrededor iban redefiniéndose. De aquellas figuras difusas que la confundían y le provocaban rechazo, se hacían formas con texturas, grosor y profundidad.
Los estímulos crecieron al ritmo que se levantaba la navaja.

-      ¡¡PARA AHORA!! –gritó. Parpadeando de nuevo, Sofía se descubrió a dos metros del guitarrista y, entre ambos, un muchacho corpulento con navaja en mano.
Las imágenes infinitas se detuvieron, comprendió porque perdió el tacto y porque sus sentidos estaban alterados. Desconocía cuánto tiempo tenía en esa situación. Sin pensar, le arrebató la navaja al segundo muchacho, al dueño de la otra voz.
-      Tu miedo se hizo realidad. Reaccioné, escapé de tu iris monocromático.

lunes, 22 de agosto de 2016

Contra la oscuridad

Alejarnos de las pantallas que marcan el ritmo de lo cotidiano, del mundo moderno en que nos movemos, tiene resultados que merece el experimento. Les confieso que he desarrollado la adicción de pensar fuera de la caja. Hace poco, les comentaba a unos amigos sobre mis gustos itinerantes en cuanto a música, colores, temas de interés, etc. Próximamente, notarán esas variaciones en los contenidos del blog o en su presentación.
Cambiar y crecer son aspectos inseparables.
En lo particular, concibo el pensamiento humano como una plastilina. Es necesario que tome diversas formas, que se reinvente. El material original será inmutable, pero el resultado dependerá solo de nosotros. De nuestro afán por el ensayo y error.
A veces, lo más inteligente es decir lo bueno a vox pópuli. Tal es el caso del apoyo y el cariño que he recibido últimamente con motivo de mis escritos. Ser agradecidos, a mi parecer, debería ser una máxima en la vida. Escribir e imaginar son mi manera de ser. Distan mares de ser un hobbie; son mi segunda piel.
Agradezco con la mayor sinceridad que me es posible, a quienes leen mis letras y permiten que inunden su día. Por ellos, hoy Sinapsis trae dos nuevos post.
Ambos con los poros abiertos, sin ánimos de disimular la belleza de la imperfección. Nada más bello que la naturalidad. Este es el primero con un "¡gracias!" explícito e implícito, con mi poema más nuevo (la tinta sigue fresca). El segundo, abarca un tema indispensable cuando hablamos de creatividad. Sin más preámbulos, qué la poesía nos conecte y reinvente.

Contra la oscuridad

El sol
incendió mi fuego
y, aunque ahora oscurece,
me voy consumiendo.

Me armo,
con brazas de mi ser
para lanzarlas
y herir a la oscuridad.

Abriré brechas
contra la noche
que te pulveriza
la sonrisa.

Araño su negrura,
araño sus penas,
su carencia de arte
y su excesiva frialdad.

Acá,
muchos llevan
la noche por dentro;
pero a mí,
el sol me colonizó
los sentidos.

PD: Quiero confesarles, que me canso con facilidad de los monólogos. Quiero leerlos. Quiero tener el feedback que nos hace crecer e ir mutando de perspectivas. Quiero saber qué es la poesía para ustedes, cómo la viven, cómo la sienten. Los invito a visitarme en Instagram e iniciar el diálogo, estamos en el momento 2.0, ¡hagámoslo propio! Mi usuario es @VirginiaCulpa, entre semana subo algunos poemas que complementarán el contenido del blog. Por ahora, les recomiendo Indirectas, Refrescante y Augurios. ¡Rompamos el monólogo!

Foto de mi autoría. La belleza de una ciudad, es el rocío de las almas que la habitan.