lunes, 23 de octubre de 2017

La caída del sol

Un sol murió.
Fue un momento como ninguno otro en mi vida. Fue un instante de un silencio tan profundo que te rompía el alma. Aunque el aire estaba poblado de recuerdos, sueños y fragmentos sueltos de historia.  Todos ellos te golpeaban la cara, te golpeaban la vida con la fuerza de un boxeador de los que salen en la tele. Cuando el sol cayó, cuando se desprendió del cielo como si fuera una luciérnaga en pleno vuelo, todos caímos con él.
Fue estruendo.
Fue un dolor acumulado y sufrido en silencio.
Corrí hacía ese sol. Hacia ese pedazo de química de colegio, de calor mañanero, de porción de vida. Caí de rodillas abrumada. Estaba inerte en un charco de hielo. "Hielo", me repetí mentalmente.
Acaricié su superficie en un intento de consolarlo, pero me quemó las manos. La muerte te quema, yo en mi pequeñez, en mi tierna infancia no podía entenderlo.
Era una cosita diminuta. Me apoyé con mis brazos hacia atrás y alcé la mirada al cielo, con el movimiento mis trenzas se mecieron. Me llegaba el barullo de los adultos hablando, mientras contemplaba ese segundo mar sobre nuestras cabezas. Había un hueco en él, un círculo de negrura que parecía las arrugas de una mujer anciana.
Lo miraba y pensaba en la pantalla estrellada de un celular. Sí, eso parecía. El cielo era la pantalla destrozada de un celular de última tecnología. Escuché un golpe sordo. Bajé al instante la mirada hacia el sol muerto, asustada. Un adulto lo pateó; lloré y grité. Grité y lloré, sin orden.
- Es solo un sol muerto. Es basura, alguien que recoja esto de aquí -le escuché decir, con hastío.
Una voz tras otra apoyó la decisión. Así fueron reuniéndose los adultos del momento para definir cómo se desharían del cuerpo. Allí me pregunté si alguien con canas es realmente un "adulto". ¿El "adulto" puede elegir cuando algo o alguien es inservible? ¿La caída del sol era una desmemoria colectiva? Como toda niña, yo nunca tenía respuestas. Solo llevaba a todas partes mis bolsillos repletos de golosinas, objetos al azar en un revoltijo de dudas.
Abracé a esa masa helada aunque me quemase. Lo abracé como si fuese un bebé o un cachorro, desconsolada la envolví con mis brazos.
- ¿Por qué... moriste? ¿Cómo... cómo se apaga... un sol? ¿Por qué este tonto hielo te cubre? -dije entre gimoteos, con la voz irregular y golpeando la espesa capa de hielo.
Alguien se sentó a mi lado.
- Este sol estuvo absorbiendo frío -exclamó una voz a mi lado. Los adultos se mantuvieron a distancia, mientras el joven cogía pedacitos de hielo y los examinaba. Los miraba como si estuviesen vivos, los alzaba con tal cuidado como si pudiese herirlos.
Estaba sentado con las piernas dobladas, pero fue su mirada la que me sorprendió. Los adultos estaban demasiado lejos para mirarlo bien, por eso, a ellos les sorprendió otra cosa. Les extrañó más bien la pregunta que le hice al muchacho casi sin notarlo.
- ¿Este es tu sol?
Los adultos se pusieron morados por reírse tanto.
- Algo así... No precisamente. Verás, allá, en ese segundo mar hay millones de soles. Todos son diferentes. Me gusta cada uno de ellos, pero el sol que ves aquí; tiene un significado especial para mí.
Supe que me decía la verdad. En su mirada había una ternura que asemejaba a la que mi mamá tenía conmigo o mi hermanito. Se mezclaban sentimientos que entendía muy bien, aunque a esa edad no supiese sus nombres.
Era una combinación de ternura, tristeza, nostalgia, amor. Mientras que su voz tenía un último ingrediente, pero tardé más en reconocerlo: era esperanza. Le halé el brazo con la mayor fuerza que mi pequeño cuerpo me permitía.
- Tú eres mayor, no dejes que se lleven al sol. Ellos -señalé a los adultos- quieren sacarlo como a la basura.
Él acarició mi cabeza. El miedo me sacudió desde los pies hasta la raíz de los cabellos cuando los adultos empezaron a agarran picos y palas para "romperlo" y "quitarlo de en medio". El joven los observaba tranquilo, sin mover ni un músculo. Me puse en pie y traté de que hiciera lo mismo, lo halé y halé. No obstante, él no cambió la expresión ni por un segundo.
Los adultos vociferaban y soltaban palabrotas a espaldas mías. Me volví sin soltarlo, por supuesto, era mi único aliado. El único que me ayudaría a proteger lo que quedaba del sol.
Se aglomeraron los hombres más musculosos e hicieron algo sumamente raro. Trabajaron juntos para intentar levantar una pala, pero no pudieron. Se unió hasta el último hombre joven o anciano para levantar cualquier pala o pico, ninguno pudo.
- ¡¡Qué cosa más rara!! ¿Viste eso? -le pregunté.
Asintió con un gesto. Volví a sentarme entre el sol y el muchacho. Cuando en las noches tenía frío, mi mamá me abrazaba para transmitirme su calor. Quizás yo pudiese hacer lo mismo con el pequeño sol. En fin, pensé, este debe ser un bebé sol porque es más pequeño que mi habitación.
- Oye, ¿qué frío bebía el bebé sol?
- Se bebía las tristezas y las lágrimas de las personas...
- ¡¡Pero qué sol más raro!! ¿Era tan bebé que no sabía que los soles tienen que iluminar y más nada?
Él sonrió.
- Pues no le gustaba la tristeza de la gente, por eso, se la bebía. Cuando el vaso se queda vacío, ¿qué pasa, Alhelí?
- Se puede servir cualquier cosa, claro -respondí segura.
- Exacto. Incluso la felicidad.
Se levantó y palmeó el sol. Solté una exclamación y me aparté de inmediato.
- ¡¡El sol... el sol... él..!! -dije señalándolo con el dedo índice mientras abría los ojos cuanto podía.
- Despierta, no puedes dormir para siempre.
Todavía mi mente infantil no procesaba que el sol había vibrado. No, ese término es incorrecto. Lo que realmente pasó fue que el sol latió. Mi piel recordaba esa sensación como si se hubiese transferido a ella. Intentaba asimilar ese bombardeo de cosas, cuando escuché una voz apagada.
- No tengo fuerzas. Ya no puedo más. Ya no sirvo, ni siquiera soporto el calor, menos las llamas que rodean mi cuerpo. ¿Por qué insistes? Solo déjame.
Tapé mi boca con ambas manos.
El joven volvió a darle suaves palmadas al sol.
- El cielo está agrietado, se está rompiendo porque estás acá.
- Solo soy un sol. Un sol que no brilla, estoy congelado hasta la médula. Muero de frío... ya no sé iluminar...
Fueron cayendo trozos de hielo que se esparcieron hasta cubrirnos los pies a los adultos y a mí.
- Tú... ¿estás hablando con el sol?
Respondió sin dejar de mirar a su sol especial.
- Sí, eso hago. Este sol o bebé sol, no es mío. Pero soy el guardián de este sol, aunque el cielo esté repleto de ellos. Este es irreemplazable para mí.
- Necesitas otro sol, yo ya no sirvo. No quiero que pierdas tu tiempo conmigo, seguramente hay soles más brillantes. Eres un buen guardián, cualquiera quisiera que lo cuidases.
- Oye, ¿por qué se cayó del cielo tu sol protegido?
En esta ocasión, sí se giró hacia mí.
- Mi sol ama a los humanos, pero por ratos se pierde el amor a sí.
- ¿Eso... eso puede pasar?
El hielo se engrosó en el acto. Se me escapó un grito de miedo. Los adultos retrocedían, escuchaba frases sueltas de lo que decían. Fue muy difícil entender que ellos no escuchaban la voz del sol, pero tenían "pavor" de ese hielo repentino que se extendía y se reproducía, ¡cómo la alfalfa!
- Ha bebido muchas tristezas, las más densas le han calado en el alma. Por eso, intentan congelarla desde adentro -explicó él.
Negué con la cabeza no lograba entenderlo.
- Es semejante a cuando sientes que el cerebro se te congela por tomar algo frío muy rápido o cuando sientes las venas frías después de que te inyectan.
Asentí como hacía en el colegio, luego de que la maestra me repetía la lección del día. Hice un amago de caminar nuevamente hacia el sol, pero me resbalé hasta estrellarme contra la espalda del guardián del bebé sol.
Toque al sol en el punto exacto donde él lo hizo. Le di unas palmadas, pero el guardián levantó mi mano con gentileza.
- Ten cuidado...
Cerré los ojos con fuerza. Tapé mis oídos, mientras ocultaba el rostro en el abdomen del guardián. Allí estaba de nuevo, parecía una película en 3-D. No, era mucho más nítido. Eran recuerdos, recuerdos del bebé sol. La gente gritaba desde el fondo de sus almas por comida, escuchaba el llanto de un bebé abandonado entre bolsas negras de basura, el miedo me estremeció cuando sentí una moto detrás mío. Gente muriendo en las calles, hospitales sin medicinas, familias divididas, terremotos devastando acá y allá, tormentas y huracanes desarraigando esperanzas.
- Abre los ojos, Alhelí.
Sentí que respiraba de nuevo, pero me sentí helada como si estuviese tallada en vidrio.
- ¡¿Qué es esto?! ¡¡Dime!! ¡¿Qué fue lo que vi?! -estaba gritando mientras lloraba. Pero llorar se sentía diferente, sentía que al llorar me agotaba. Sentía que me agotaba como el contenido de un recipiente.
Más palabrotas. Todas llenas de miedo, de un pánico tan auténtico, tan tangible que no podía ser fingido. Un crujido cortó mi llanto, seguido de un millón de pequeños crujidos. Unos cálidos brazos me envolvieron por detrás, mientras seguía mirando al guardián.
Unos delgados y radiantes dedos tocaron la yemas de los míos. Mi corazón que latía presuroso, fue recobrando la calma segundo a segundo.
- Tu cuerpecito es muy pequeño para esa carga, mi querida Alhelí.
Los brazos me soltaron con la misma suavidad que me habían abrazado.
- Ni lo pienses...
- No quiero estar despierta, quiero partir. Déjame hacerlo
Seguí la mirada del guardián, hablaba con una mujer esbelta con una piel que titilaba. Estaban discutiendo. El lugar donde estuvo el sol quedó repleto de pedazos de roca, los adultos estaban pálidos e inmóviles. Solo pude observar.
- Entonces, ¿solo quieres morir? -le preguntó él.
Ella asintió. Aquel nivel de comunicación lo entendería a profundidad muchos años después. Así hablan dos personas que se conocen como si el otro fuese agua cristalina. El mayor diálogo me lo perdía, todos lo hacíamos. Porque era tan implícito, tan íntimo, como el lenguaje secreto que dos gemelos diseñan para sí.
- ¿Y qué crees que encontrarás al morir?
Fui incapaz de olvidar esas palabras. Fue extraño. El guardián nunca le dijo llanamente: "no mueras". Al menos, yo hubiese esperado que lo hiciera. Cuando revivo aquel suceso, ese detalle me parece cargado de significado.
- Dejaré de sentir que me he helado por dentro. Dejaré de ser un sol inútil e inservible -observó a los adultos que temblaban sin poder contenerse-, dejaré de ser una basura que está entorpeciendo el camino y debe despedazarse para que botarla sea más sencillo -solo pude sentir ternura en su voz.
Volvió a dirigirse al guardián.
- Finalmente, dejarías de perder el tiempo conmigo. De derrochar tu existencia en alguien como yo, que está frenando el ritmo de otros. Un sol que en lugar de iluminar, bebe lágrimas y tristezas. Soy una anomalía que no debió existir.
Pensé que él suspiraría. Cuando los adultos pudieron hablar del tema, confesaron "pensamos que le dejaría". Sin embargo, estábamos equivocados en redondo.
- Si tu vida es una anomalía, ¿no crees que la mía también lo sería? Si mueres, yo me quedaré haciendo guardia eterna donde fallezcas. Acá no hay opciones, no es como si fuese a buscarme a un sol sustituto. Tampoco es como si existiese un sol "mejor".
- No entiendo cómo puedes hacerlo...
Mientra el sol hablaba con la derrota en la voz, iban cayendo de su piel trozos de piedra y descubriendo una tez que emanaba luz. El hielo se derritió en cuestión de segundos. Me toqué la frente para revisar si estaba sudando, pero estaba tan fresca como si acabase de ducharme. La mujer sol, soltó es un suspiro la tensión de su cuerpo. Ese suspiro nos envolvió, nos infundió un amor sobrecogedor que nos dejo como meros espectadores. Algo más allá de nuestra comprensión estaba sucediendo.
Esa mujer sol cargada y rodeada de muerte me dedicó una sonrisa que me derritió el alma. "Quiero sonreír así aunque sea una vez en mi vida", me dije. Esas atrocidades que podían matar un alma, eran las lágrimas y realidades que ella se bebía a voluntad. Usé mis manos para protegerme los ojos, ahora me era casi imposible ver.
Lo último que observé fue a la mujer sol tomando la muñeca del guardián. Ninguno vio qué sucedió después, todos sabíamos que si miras al sol por mucho tiempo quedarás ciego. A partir de ese momento, cuando lloro y me parece que me ahogo, siento que unos brazos me envuelven y arrullan. No importa la edad que tenga, el evento sucede una y otra vez. Entonces, alguien me susurra con una voz de miel: "he venido a beberme tus tristezas, mi querida Alhelí". Mientras una segunda voz me asegura que "ya pasará. Los soles tienen una larga memoria, hay uno que recuerda incluso a una niñita que quiso abrazarla".
Él tuvo esperanza suficiente para ambos, cuando ella recogía las tristezas de los corazones para sellarlos en el suyo. Hoy habrá eclipse solar. Mientras reviso la agenda con el trabajo del día, me pregunto si mi amiga sol se ocultará tras la Luna para llorar sin que sus lágrimas alcancen a la humanidad.
Me la imagino allí, navegando eternamente en el segundo mar luchando con sus penas y dejándose ganar por la esperanza del guardián del sol. Suspiro. Suspiro sin poder evitar el miedo. El miedo de que un día ella sea demasiado débil, demasiado voluble para dejarle ganar.
Entonces, recuerdo que su guardián permanece en eterna guardia. Si la debilidad amenaza con ganarle el pulso, él tendrá suficiente fuerza por ambos. Por eso, antes que esos brazos me suelten y que la voz se vuelva distante le susurro "gracias. Para mí no hay otro sol como tú, querida amiga".


   

jueves, 24 de agosto de 2017

El cuaderno de la cronista fantasma: Crónica #2

"Estoy en un foso, Avry. He acabado aquí con dos devoradores de secretos. Este par irrumpió en mi faena como zamuros hambrientos."
"Todavía no estoy segura si quiero que me respondas", agregó tras pensarlo un instante. Con su letra apretada y cursiva, Garmir garabateó en mí presurosa. Por la inclinación de sus letras y la presión con que sostenía el bolígrafo era fácil deducir qué pensaba.
"Dos veces rompí la barrera de lo posible. ¿O era de lo permitido?". Eso pensaba. Mientras ella escribía en mí, yo la leía. Aunque ahora tuviese otros lectores que nos distanciaban de manera cada vez más frecuente -e irritante-. En definitiva, yo los aborrecía con todos mis años.
Garmir me cerró con tal velocidad como si mi contenido fuese su aire y pudiese escaparse.
- ¿Tampoco comes? -preguntó Arcí sentándose a mi lado.
Sentí que me ardían las yemas de los dedos. Me quemaban las palabras contenidas en ellos, la energía que esperaba ser consumida para alumbrar aquellas palabras.
- No tengo hambre -contesté pragmática.
Estábamos en una habitación que olía a humedad. Ese olor se pegaba a nuestros cuerpos igual que el polvo. Descubrí con cierto asombro que Luvny era alérgico a él, al hacer memoria sonreí. Jamás lo hubiese pensado. Fue extraño -y me alteró la primera vez- toparme de frente con sus ojos hinchados y su sucesión interminable de estornudos.
Después de dos semanas quería irse al otro extremo del mundo para evadir el polvo. Sin embargo, este hostal era el lugar más seguro en las cercanías. Afuera los enfrentamientos seguían, el hambre arreciaba, las muertes violentas se tornaron en "normales".
En particular, necesitaba organizar mis ideas. Avry podría darme una visión panorámica de la situación. Quizás incluso podría decirme qué camino tomar. Sin embargo, Avry era un comodín limitado.
Resoplé.
- Necesito aire fresco. Saldré -le solté a Arcí pasando de largo frente a él. Casi choque con Luvny que venía al ático.
El hostal estaba a su máxima capacidad. Pese a que daba la impresión de que nos sepultaría de un momento a otro bajo su infraestructura deteriorada. El piso parecía dar graznidos con cada paso de los huéspedes.
"Aire fresco, precisamente, ¿qué significa eso?", divagué. ¿Alguien sabe en la actualidad cómo se distingue? ¿Siquiera existe? Creo que no. En los últimos tiempos, deduje que así llamamos al espacio. Es un eufemismo de uso colectivo. Una manera diplomática de decir: "no me dejas respirar".
Soplé mi rizo color miel. Ese que siempre caía sobre mi ojo derecho.
Cuando llevamos tanto tiempo solos, nos acostumbramos únicamente a la presencia de nuestras sombras. Dejamos de anhelar la compañía, el tacto, el ruido, el calor de otras almas. Mi historia entró en crisis en dos oportunidades; esta era la segunda. Yo era una ermitaña, Luvny y Arcí habían irrumpido en mi santuario de paz y silencio.
Caminé.
Caminé.
Caminé.
Anduve por los cuatro costados de la localidad. Se llamaba Rané. Sus casas estaban destartaladas, pero no a causa de los proyectiles. Más bien era por falta de recursos. En Rané la gente moría por el deterioro de los edificios o como daños colaterales: falta de comida por robos en otras comunidades, enfermedades infecciosas, faltas de suministros, etc. Para mí, Rané en una localidad dependiente y allí radicaba su problemática. De levantarse por cuenta propia sería un remanso de fertilidad y abundancia.
Era una lástima.
Regresé al hostal "Moretz" cuando el primer hilo de sudor bajaba por mis sienes. Me senté en la barra y pedí un plato rebosante de frijoles, tajadas y carne mechada. Todavía faltaba para la época de hambruna. Sentí dos miradas clavadas en mi nuca, eran los devoradores de secretos.
- Necesitamos hablar -exclamó Luvny.
- ¿Vas a romperme el corazón e irte con otra? -pregunté con desenfado antes de comer un bocado de frijoles.
Estalló en carcajadas.
- Así que tienes sentido del humor -consiguió articular tras mucho esfuerzo.
Arcí también sonreía, pero de forma más disimulada.
- Me gusta tu estrategia -soltó, mientras yo le miraba sin dejar de comer-. Supondré que te gusta armar planes, pues bien, necesitamos de uno.
En siete bocados terminé de comer. Tonteamos mientras subíamos al ático.
- Se dejan llevar por la improvisación -sostuvimos un acto hasta alejarnos de las miradas del resto de huéspedes.
Luvny se encogió de hombros.
- Digamos que tenemos nuestra cuota de experiencia en ciertas cosas, ¿no, Arcí?
El aludido asintió. Ahora con una sonrisa más explayada.
- Hablaremos sin rodeos... para evitarte la incomodidad -agregó con diplomacia.
- Les agradezco el detalle -respondí sentándome sobre la delgada colchoneta. Ellos imitaron mi gesto.
- El panorama es este: están llegando rumores sobre una niña que caminó hacia el tiroteo.
- ¿Niña? -aquello me crispó la paciencia.
Luvny animó a su compañero a continuar. Era evidente que se dividían el trabajo, parecía que dialogar era la especialidad de Arcí.
- Un comentario aquí y otro allá han sembrado "dudas razonables" -intercambiaron una mirada-. A estas horas, ni siquiera los tiradores están claros en qué vieron... -hizo una pausa-, pero nosotros lo sabemos.
Iba captando por dónde venía la conversación. Nos llegaban el ruido de copas al chocar y risas estruendosas, el tintineo parecía flotar en el aire como solapando nuestra charla.
- Si somos pragmáticos tenemos dos explicaciones probables: se trataba de una niña suicida o presenciaron una aparición -sonrió con complicidad.
Soplé de nuevo el rizo.
- ¿Pretenden... venderme? -inquirí clavando mis ojos en ambos.
Hubo un minuto de silencio. Tenso, agudo y penetrante.
Luvny dio fuertes palmadas en el suelo. Arcí permaneció inmutable. Parecía que la cabeza de Luvny fuese a estallarle la cabeza.
- Ni siquiera se nos ocurrió. Además, ¿quién pone precio a una mercancía que no conoce? -me guiñó el ojo. Me estaba devolviendo la pregunta de hace rato-. No. Pensamos algo diferente. Sea cual sea tu nivel de... ¿Cómo llamarlo? -preguntó a Arcí-. Sí, me parece bien. Sea cuál sea tu nivel de inmunidad la estabas usando para ayudarnos a escapar...
- Mi incomodidad se despereza, ve al grano, por favor -lo apuré.
Intercambiaron otra mirada. Arcí le hizo un gesto con la cabeza.
- Seremos tu coartada, si nos ayudas a salir de aquí... Le tengo miedo al polvo -agregó cambiando el aire formal y urgente que había estado usando.
"Avry, ¿en qué me he metido?", pensé. Sí, eso sería lo primero que escribiría cuando estuviese sola.

Fin de la crónica #2

martes, 22 de agosto de 2017

El cuaderno de la cronista fantasma

Ella estaba absorta como acostumbra. Me encantaba que estuviese así, vaciaba todos sus sentidos con aquella naturalidad de quien respira o del pez que nada. Se afanaba de tal manera como si el sol se fuese a apagar en cuestión de segundos; llevándose todo rastro de vida con él.
Así era. Mientras que yo gozaba acaparando sus pensamientos, siendo lo más parecido al eje que pudiese tener o conociese. Incluso yo le temía a los cambios, les rehuía. Ambos lo hacíamos queríamos estancarnos, quedarnos tal cual estábamos sin interrupciones.
Interrupciones.
Así podrían calificarse el tronar de los disparos que volaban sobre su cabeza. Ella parpadeo, algo entró en su campo de visión alejándola de mí: aborrecí ese instante.
Ella, Garmir, levantó la mirada de mí: su cuaderno. Dos muchachos la habían alcanzado. Lo cierto es que Garmir estaba sentada sobre el capó de un viejo carro, sumergida totalmente en su faena mientras las detonaciones se sucedían.
Ambos se detuvieron en seco al verla. Su humor dio un giro brusco con un movimiento limpio y preciso bajo del carro y caminó hacia un local cercano. Seguía siendo dueña de sí, dominándose y con ese toque excéntrico que la adornaba más que cualquier maquillaje o arreglo externo. Sin embargo, ella los arrastró con una fuerza magnética tras sus pasos. Sin ni siquiera notarlo.
Entró en varios locales. El miedo cegaba a las personas, en la ciudad se respiraba hostilidad, miedo, dolor. Era una ciudad negra. Si Garmir fuese amiga de los mapas los teñiría todos de azabache; la violencia es una polilla que devora a la humanidad. Ella lo sabía.
Nadie detenía su mirada en ella. Excepto el par de muchachos que la seguían. Arrancó una y otra de mis hojas, hacía origami y los dejaba esparcidos como una estela de papel a su paso.
Volvió a la intemperie cuando caí al suelo.
- ¡¡Cuidado!! ¡¿Estás loca?!
Me quité la mano que había cubierto mi cabeza. Sacándola del rango de los disparos.
- ¡Lo estoy! ¿Tienes algún problema con eso? - respondí irascible.
- ¡Casi te vuelan la cabeza!
- Y a ti, ¿a cuenta de qué te importa eso? -pregunté.
El muchacho se quedó plantado delante de mí. Abría la boca pero no conseguía hablar de la rabia. Su compañero alternaba su mirada entre ambos. Luego, miró al suelo y recogió un objeto: mi cuaderno. Sentí que un corrientazo me recorrió el cuerpo, cuando quise agarrar el cuaderno algo me detuvo. Había demasiada tranquilidad en su semblante.
Resoplé.
- Sí, estoy loca. Me autodiagnostiqué locura severa hace años. Ahora, en lugar de preocuparse por alguien fuera de sus cabales, tengan sentido común y vayan a refugiarse o terminarán en la morgue.
El primer muchacho arqueó la ceja. El otro pasó las páginas del cuaderno a la velocidad precisa para no leer su contenido.
Excepto que no había contenido que leer.
Me tendió el cuaderno en silencio. Al momento de tomarlo, me sostuvo un instante por la muñeca. Era peculiarmente perceptivo, noté cómo sus ojos se detenían en las manchas de tinta negra en mi mano izquierda.
- No sé nada de psicología, pero sí que eres una persona peculiar. Busquemos un refugio, cuando cesen los tiros cada cual podrá irse a donde prefiera.
Asentí.
Trataba de controlarme. Aunque siempre tomaba la decisión demasiado tarde.
El perceptivo nos llevó a un almacén abandonado al que entramos por la puerta trasera. Parecíamos animales escondiéndose del arremeter de algún fenómeno natural. Me molestaba lo oscuro del escondite, era tan escasa la luz que no podría escribir. Tuve que mirarlos y centrarme en qué rayos hacían para matar el tiempo.
El muchacho con quien discutí se llamaba Luvny. Calculaba cuántas personas o armas podrían haber afuera, aunque confesaba que sus estimaciones podían ser inexactas. Quería que saliésemos mientras recargaban cartuchos o si el sonido de los disparo se escuchaban lejanos.
Por su parte, Arcí parecía el más calmado de los tres. Estaba pensativo. Los observé minuciosamente por espacio de un minuto o dos. "Sí, serviría", me dije. Me levanté del piso polvoriento tras examinarme por un momento.
- Salgan hacia la izquierda. Corran el próximo kilómetro, por favor, no sean tan idiotas como para hacerlo en línea recta o una bala les atravesará la cabeza.
Estiré mis músculos mientras ellos se incorporaban.
- ¿Tú qué harás? -inquirió Luvny.
- Necesito estar sola y regresar a mi faena. Ahora, ¿quieren salir o no?
Intercambiaron una mirada.
- ¿Qué tan grave es tu locura? -preguntó Arcí con semblante serio.
"Este chico es muy extraño", pensé. Incluso Avry estaría de acuerdo con ello.
- Incurable. Estoy en estado crítico y no me interesa curarme, ¿te satisface esa respuesta?
Tuvo la osadía -y la singularidad- para pensárselo.
- Está bien. Esperamos tu señal.
Llevé el ritmo con los pies, como si fuese una canción. Un, dos, tres, cuatro, pausa.
- ¡Ahora!
Luvny abrió la puerta trasera. Salí corriendo hacia la derecha, ya no volvería la vista. Recorrí el tramo donde las detonaciones se escuchaban más fuertes, hubo gritos de un lado y otro. Hubo maldiciones, exclamaciones y escuché muchos pasos que salían a la carrera. Me detuve con absoluta calma. El río de los acontecimientos seguía su cauce... o eso creía.
Las ventanas de toda la cuadra estaban rotas. Había proyectiles incrustados en las paredes de las fachadas hasta donde alcanzaba mi mirada. Charcos de sangre en aceras, en el pavimento, en los árboles.
- Sí, la polilla está devorando y dejando su rastro aquí también.
Me senté en la calle. Saqué mi cuaderno y busqué la página en que me había quedado. Regresé a mi faena.
- Así que se trataba de eso... -escuché la voz justo en mi oído. Nítida, inconfundible... e inoportuna.
Esto no debía ocurrir.
- Nos mandaste en una dirección mientras venías a encontrarte con las balas -Luvny parecía un huracán por arremeter.
- ¿Qué con eso? -dije por toda respuesta.
- Nada en absoluto. Solo es curioso -terció Arcí que había hablado a mi oído-. Es solo que no percibí miedo en ti. Estabas molesta, pero no te preocupaba tu vida. Aún así, tenías planes. Por eso, descarté que tuvieses inclinaciones o afanes suicidas.
Cerré el cuaderno. Me levanté y di media vuelta en cuestión de un segundo. Los quería lejos, y los quería lejos ahora.
- No le temías a la muerte porque tú no puedes morir. ¿Cierto?
Le reviré los ojos.
- Reconozco que la idea de Arcí es descabellada, pero tu actitud fue como una aparición para los delincuentes. Literalmente, los espantaste.
Aborrecí aquello. Primero, Avry. Ahora este par molesto siguiéndome las huellas.
- ¿Se creen sabuesos detectives o qué pasa con ustedes? ¿A cuenta de qué les incumbe si vengo o no a donde está el conflicto?
Arcí avanzó hasta estar cara a cara conmigo. Sus ojos verdes brillaban con la luz de un poste cercano que, curiosamente, aún estaba intacto. Le calculé cerca de 1,85 cm, en otras palabras, me llevaba 15 centímetros. Se inclinó para quedar a mi altura y mientras señalaba mi cuaderno exclamó:
- La primera impresión no siempre es la correcta. De hecho, casi me engaña ese cuaderno tuyo. Por un momento me creí que estaba en blanco. Pero no, apenas alejas o detienes el bolígrafo absorbe toda la tinta haciendo creer que está nuevo. Cuando en realidad...
El rostro de Luvny se llenó de astucia y picardía. Fue una mezcla que terminó en satisfacción cuando agarrando mi pulgar derecho lo presionó contra una de las hojas. La tinta apareció lentamente revelando mi letra cursiva, apretada e incluso poco legible.
Hice una mueca. Me habían descubierto.

Fin de la crónica #1  

miércoles, 9 de agosto de 2017

El legado del jardín

"Si estás leyendo esto... es porque hiciste realidad lo que para todos era un imposible.
Si estás leyendo esto, significa que creíste en mí hasta el final. Significa que te impusiste ante tus dudas, miedos y ante la rabia misma. Significa que me conociste lo suficiente para permanecer fiel a todo cuanto te dije, aunque a ratos no lo comprendieses.
Finalmente, quiere decir que te conozco lo suficiente para estar orgullosa de ti, como nunca lo estuve o estaré de nadie. Porque esperaste, porque confiaste, ahora mereces respuestas. O, mejor dicho, una explicación de las respuestas abstractas que ya encontraste y tienes ante ti."
La miraba llorar. Mirar cómo las lágrimas de esa muchacha impasible, me resultaba perturbador. Era como imaginar una noche perfectamente oscura con el sol en todo su resplandor, simplemente no me cabía en los sentidos.
A ciencia cierta, nosotros no éramos nada. Nos encontramos mientras dábamos tumbos por la vida, yo necesitaba oxígeno. Tomé el primer trabajo a distancia que conseguí -y podía mantener- para luego poner tierra de por medio con una multitud de voces que, de haberlas dejado, me llevarían al mismo precipicio donde yace inerte la cordura.
Tras descansar en varios pueblos con cero de atractivo o carentes de las condiciones mínimas para cumplir mi trabajo, terminé acá. En apariencia era una población normal, quizás un poco insípida, pero lo que yo necesitaba era una desintoxicación radical. Me había hartado de las medias tintas.
Di con ella cuando buscaba alojamiento. Aunque siendo totalmente sincero, pude quedarme en cualquiera de las casas deshabitadas del lugar. Según mis cálculos, producto de la peligrosa mezcla de mi aburrimiento ligado con mi curiosidad, por cada 10 casas 3 estaban desocupadas. Después de mis primeras averiguaciones, supe que no eran muy receptivos con los extraños.
Aunque sea un mero eufemismo.
-Aquí nadie hospeda a forasteros ni turistas, muchacho.
-Entonces, ¿qué sentido tienen las posadas? Tienen mínimo media decena de ellas -repliqué.
-Son para alojar a los mercaderes. A la gente que nos trae comida, enseres o cualquier artículo de necesidad. No para gente como tú -respondió con aire despectivo.
Después de una "amistosa charla" fui sacado como un animal portador de la peor peste, mientras entre gritos el posadero decía:
-¡Quizás, la chica roca te reciba!
Así inició nuestra convivencia; por escuchar los gritos iracundos de un viejo con el rostro colorado de amargura. En ese momento, no pude imaginar que empezaría la etapa más anecdótica de mis 29 años. Su piel era color arena, brillante y luminosa. Su nariz pequeña me hizo pensar que respiraría solo "hilos de aire", tenía múltiples perforaciones en las orejas pero distaban de darle una apariencia vulgar. Su voz ligeramente ronca me recordó a varias cantantes reconocidas. Jugaba constantemente con su cabellera de un castaño claro.
Después de su apariencia, su actitud me dejó totalmente pasmado. Se abstuvo de hacer preguntas molestas. En cambio, me enumeró los beneficios que podía tener en su casa de dos plantas y cinco habitaciones. Entre ellas privacidad total.
La primera semana comía solo en mi habitación del piso superior. Sin embargo, desde la segunda quincena bajé a desayunar con ella. Noté que la mención de su nombre la hacía aún más distante, como si hablase de alguien ajeno o desconocido. Por ello, terminé llamándola Arena. Le pareció curioso, pero no dijo nada más. Solo me dedicó una sonrisa gentil, entre ausente y empolvada.
A los 21 días de nuestra convivencia, entendí que mi joven casera vivía entre peculiaridades. Esos días, yo sufría de un insomnio atroz fue entonces cuando la atrapé en la cumbre de su rareza. Desde el principio su jardín me pareció fuera de serie: no tenía ni una flor, solo césped en pleno verdor, podado y atendido con esmero. Además de eso, sólo tenía rocas.
Piedras enormes que ningún hombre, a excepción quizás de un fisicoculturista o un grupo de ellos, podría levantar. Para mí era un misterio cómo acabaron allí, superaban la veintena incluso restringían el acceso a la vivienda. Descarté la coincidencia o que fuese algo aleatorio. Sin embargo, la actitud de Arena hacia ellas era todavía más extraña opacando las rarezas de las rocas en sí misma. En ese lapso, noté que se levantaba con cierta religiosidad a regarlas a las 5:00am. Por dos días continuos pensé que era una alucinación o un sueño mío.
-Tal vez esta casa se me torna demasiado pacífica y mi cerebro necesita hallarle algo fuera de lugar: loco, enfermo o sinsentido.
Por eso, el día 24 de mi residencia dormí 4 horas aquella tarde. De esa manera estaría completamente descansado, con la mente fresca y despierta. Hice algunas llamadas telefónicas y seguí una rutina mortalmente aburrida, insípida del todo pero convencido hasta la médula de que ese riego matutino era cuestión de una imaginación aturdida entre el trabajo y la monotonía.
El agua caía por inercia mientras Arena murmuraba versos con voz queda.

Riego tu recuerdo,
riego la belleza perenne de tu amor,
riego la melodía en tu voz,
riego tus días,
tus sueños,
los insomnios que poblabas.

Riego la tierra fértil
que me vio nacer,
que me permitió echar raíces,
que con sus vitaminas
y el agua de su alma
me vio alzarme,
alejarme del suelo...

Me había acercado para escucharla. Bajo esa luna amarilla y gigantesca, entre ese mar de palabras estaba dejando fluir sus emociones.
-Es como la niebla mañanera -exclamó sin volverse hacia mí.
Sentí que se me erizaba la piel. Supo que estaba allí observándola. Como un mosquito atraído por la luz, su halo de misterio me era irresistible. De pronto me embargó la súbita certeza de que Arena era un ser excepcional. Ciertamente, al amanecer la casa estaba rodeada por la niebla que para algunos podría resultar deprimente pero, para mí, constituía todo un espectáculo. Sin embargo, al igual que otros sucesos naturales este duraba muy poco.
Más adelante la acompañaba en aquel ritual suyo. Tomaba mi café sentado en las escaleras que daban a la casa mientras le escuchaba recitar. Me enteré que tenía un número reducido de acciones en locales familiares de poblaciones vecinas e inclusive en una ciudad a algunos kilómetros. Los negocios eran prósperos en sus ambientes y le permitían mantenerse sin recurrir a los excesos.
-Además del alquiler estacional de las habitaciones -comentó con un aire de confesión.
Las palabras de Arena cobraron un nuevo significado cuando al cumplirse el mes desde mi llegada desperté al escuchar vidrios rompiéndose alrededor. Me incorporé en la cama sudando frío pensando que había sobrevivido a una pesadilla.
Me costaba creer que las pesadillas pueden salir de los dominios de Morfeo y catapultarse hacia nosotros. Alargar sus garras como si deseasen despellejarnos vivos, sin que la luz o el amanecer les queme las entrañas mismas del miedo. Era una lección que tendría que aprender.
Bajé a la cocina donde compartíamos nuestras comidas y nos alternábamos preparándola. Bajé entre pisotones y una subida de adrenalina que me consumía. Ella se irguió al verme, había estado recogiendo cristales de las ventanas y los fragmentos de cerámica de nuestras tazas con las manos desnudas.
Su mirada fue sobria y directa. Alzó la silla que yo solía usar y la puso al lado del marco de la puerta.
-Siéntate, Carlos -me dijo con calma-. Los cristales no te alcanzaron, por lo visto...
Un nuevo escalofrío serpenteó en la piel. Sus gestos escondían un mensaje obvio y atroz. Me costó un minuto recuperar el habla.
-Estás acostumbrada a esto, ¿no es así?
Ella asintió.
La miré largamente animándola a hablar.
-Ninguno de mis inquilinos superan el mes en esta casa. El cronograma es así: en la mañana destrozan cada vidrio que tiene la casa. A media mañana sueltan los perros más agresivos en el jardín, si se abre alguna puerta o estás afuera puedes terminar gravemente herido. Al mediodía rodean la casa con basura, huevos o alimentos podridos que hace nauseabundo el respirar. A las 3:00pm, cesan mientras nos ahogamos en la inmundicia o tratamos de limpiarla. A las 6pm falla "misteriosamente" el agua y la luz, siempre por circunstancias que "escapan de sus manos". A partir de las 8pm y por 12 horas la calle parece un manicomio con ruidos mezclados que soy incapaz de distinguir por sí mismos.
Palidecí.
Cuando terminó de limpiar, no dejo que la ayudase en ningún momento, ella me guió hacia el sótano. Estaba ambientado como si funcionase como un apartamento. Divisé en una esquina un contenedor grande repleto de ventanales con las mismas características de los que se habían hecho trizas. Me había dejado allí entregándome la llave y con la puerta -que se cerraba solo por dentro- acuñada.
-Tienes un lugar completamente equipado aquí con cocina, un puf y un sofá cama -le dije a modo de cumplido. Estaba sinceramente sorprendido.
-Podrás irte alrededor de las 10am. Esta es la única forma de mantenernos ilesos de momento -dijo abriendo unas cajas y posteriormente una pequeña nevera, mientras extraía los ingredientes de nuestro desayuno.
Arena durmió en el sofá cama después de la comida y hasta que la llegada de los perros. Parecían tan atronadores los ladrillos que se incorporó en el acto, como si jamás hubiese dormido. Aunque trató de disimularlo envolviéndose en una mullida sábana, advertí que había cierto nerviosismo en ella. Sentí que estaba en negación absoluta, tan arraiga que ni siquiera ella lo percibía.
-Cuéntame, ¿cómo sigue aquel poema de cuando riegas?
Ella me dedicó una de sus sonrisas tenues que de manera inexplicable me hacía pensar en la espuma del mar. Sí, quizás todo en ella era irresistible para mí: ese es el peligro de los enigmas. Aún estaba aturdido frente a lo que vivíamos. Comprobé por cuenta propia que nadie en el pueblo la trataba. Salía escasamente de casa y cuando lo hacía era tratada como si fuera una peste andante. Cualquier contacto con los vecinos parecía que era semejante a echarle sal a una herida abierta.
  
 Riego la tierra fértil
que me vio nacer,
que me permitió echar raíces,
que con sus vitaminas
y el agua de su alma
me vio alzarme,
alejarme del suelo...

Me fui elevando sobre ella,
fui acariciando las nubes hechas de espuma,
fui dejando el peso atroz
en el pasado:
hasta que se volviese el olvido.

Allí en ese ambiente de exilio, de guerra y miedo su voz aportó un calor agradable. Ambos sentimos un matiz de paz ante una arremetida de violencia. Me explicó que la primera vez que aplicaron ese asedio su madre sufrió un infarto muriendo en el acto. Ella no puedo socorrerla, no puedo sacarla porque le había desecho los nervios.
Arena hablaba de manera pausada como si se refiere a los resultados de un partido de fútbol. Al indagar más, aprovechándome de la ausencia de lágrimas, me enteré que su mamá advirtió durante meses que el tanque de agua central de la ciudad tenía filtraciones.
-Fue muy insistente. Tanto que hasta a mí me resultó molesto -hizo una pausa-...pero tuvo razón. Una avería en las tuberías nos dejó sin agua por dos semanas, semanas en que el poblado no tuvo nada de agua. La gente podía matar por una taza de agua. Por eso, nos escondimos aquí. Ella tomó todas las previsiones, al momento lo consideré paranoia, pero nunca estuvo más cuerda.
Siguió detallándome cómo murieron varios niños, pero cuando intentaron socorrerlos la gente se arremolinó alrededor de ellas y el agua se desperdició. Estaban presas de un frenesí colectivo.
-Fueron días donde la violencia era lo único que se respiraba arriba. Mamá temió por mí y decidió que nos escondiésemos aquí. Días antes del primer asedio, trajeron las rocas en camiones de construcción.
Me miró con seriedad, estaba por confesarme qué había detrás del riego religioso e inusual de rocas.
-Ellos dijeron que esas rocas son del tamaño de su rabia hacia nosotras. Tenía apenas 12 años cuando las trajeron, la casa estaba rodeada por los vecinos que gritaban enfurecidos que "cuando se partan esas piedras de forma natural" ellos nos perdonarían. Hasta entonces solo somos parásitos. Fue peor que cualquier pesadilla, solo superada por la muerte de mi madre.
No dijimos nada por un rato. Un olor fétido se colaba en la habitación, sin que pudiese detectar cómo entraba. Arena se levantó y puso una maceta con plantas aromáticas entre ambos, era cuanto podía hacer aún persistían en la lejanía los ladridos de los perros.
-Mientras estaba en shock, mamá había entrado a la casa y salido con una regadera. La observé sin comprender. No obstante, desde su muerte las riego aunque nada pueda florecer. Han pasado 15 años, ¿sabes?
Recordé la tinta indeleble con que escribieron en las rocas "mueran", "váyanse", "parásitos", "zorras" en letras apretadas que hacían incomprensibles los demás insultos. Era tinta roja como si con ello, reclamasen su sangre. Recordé a Arena regándolas, el escepticismo y la curiosidad que me embargó desde el inicio. Casi "miré" el agua resbalando de ellas, como si fuesen impermeables. ¿Será el odio impermeable?
Todavía no tengo claro si dormimos o perdimos la consciencia, mi pensamiento estaba sobresaturado para asimilar nada más. Sin embargo, me acuerdo palabra por palabra lo que me diría más tarde Arena: "me levanté sintiendo que algo se desgarró en mí".
Un sonido estridente llegó hasta nosotros, cuando intercambiamos una mirada ambos habíamos "saltado" ella del sofá cama y yo del suelo. No sabíamos a qué atenernos, pensamos que se habían radicalizado hasta el punto de demoler la casa misma con nosotros en ella. Impulsados y manejados por la adrenalina dejados nuestro refugio y salimos al exterior.
Nos costó abrir la puerta que daba al jardín porque estaba taponada con bolsas y bolsas de basura. La mañana no había clareado, así que entre una cosa y otra no podíamos ver hacia fuera. Empujé la puerta varias veces, al décimo intento la basura cedió. Supe en ese instante lo fuerte que era mi instinto de supervivencia.
Lo que encontramos fue insólito. Los vecinos compartían nuestro miedo y preocupación, apagaron los equipos de sonido para buscar qué produjo aquel estruendo. La oscuridad lo dificultaba todo, escondiéndolo con su manto de negrura, cuando el sol se alzó caí sentado y sin habla.
Todos estábamos tiesos, mudos, absortos como estatuas.
Las piedras todas y cada una de ellas estaban partidas por la mitad.
Arena caminó hacia la más grande que le llegaba hasta la espalda alta y acarició las grietas, las palabras no le salían. Hacía el intento de hablar, lo sé, lo noté. Pero nada salía de su boca. Tras un esfuerzo monumental, pude acercarme a ella.
Arqueé la ceja.
-Arena, hay algo debajo de la roca... -extraje una bolsa plástica de esas que se utilizan para guardar alimentos y están cerradas al vacío. Se la tendí. Sin recuperarse del asombro, lo abrió y extrajo un sobre.
"Si estás leyendo esto... es porque hiciste realidad lo que para todos era un imposible.
Si estás leyendo esto, significa que creíste en mí hasta el final. Significa que te impusiste ante tus dudas, miedos y ante la rabia misma. Significa que me conociste lo suficiente para permanecer fiel a todo cuanto te dije, aunque a ratos no lo comprendieses.
Finalmente, quiere decir que te conozco lo suficiente para estar orgullosa de ti, como nunca lo estuve o estaré de nadie. Porque esperaste, porque confiaste, ahora mereces respuestas. O, mejor dicho, una explicación de las respuestas abstractas que ya encontraste y tienes ante ti."
Lloró. Lo hizo de tal manera que le quité la carta con suavidad, mientras lloraba con el cuerpo entero como solo puede hacerlo quien se negó el derecho a sentir. Quien se guardó todo su dolor y lo sepulto en lo más hondo de su memoria. Leí para ella la carta.
"Cuando las piedras se partan tu amor se habrá impuesto al odio. El hilo de la furia se habrá cortado y secado de raíz. Mi querida hija, no somos dueños ni poseedores de los corazones ajenos. Sinceramente, nunca lo seremos. Sin embargo, déjame decirte que solo existe una manera de acabar con tanto caos: ofreciendo algo mejor.
Quizás durante este tiempo el verdadero reto no era que se partiesen las piedras. Mi reto como madre era enseñarte a nunca abrigar rocas en tu alma. Mi amadísima hija, cada vez que regabas las rocas regabas tu vida, tu futuro, tus sueños, lo que harías de ti. Ahora que las piedras han cedido, haz aprendido a perdonar. Haz aprendido que es un proceso lento y puede parecer tortuoso. Donde esté te amaré, hazme llegar tu amor a través de quienes tengas cerca. Mis oraciones han sido escuchadas, ahora tu vida puede germinar... Ahora el miedo queda atrás.
Posdata: Las semillas que acompañan esta carta son la promesa de tu futuro a construir, no podías acceder a ellas ni a ti misma, mientras odiases. Solo sembrándolas descubrirás qué flores esconden. El documento que está en el sobre son las escrituras del pueblo, mi familia paterna lo fundó. Al mudarse se llevaron las escrituras, por eso, cuando uno de nosotros volvió pasadas cinco generaciones, nadie lo recordaba. En este momento, tienes la sabiduría suficiente para tomar las decisiones correctas. Recuerda a través de ellos recibiré tu amor...Sé feliz."
Conforme avanzaba en la lectura, alcé la voz hasta que cada vecino escuchó el contenido de la carta. 

sábado, 29 de julio de 2017

A través de la burbuja

Érase una vez... No, no es así como iniciará esta brecha a la memoria. No como algo usado y desgastado, sino como algo pequeño e ignorado. Una historia que comparte lo sobreviviente con una flor que crece entre las rendijas que dejó el asfalto.
-Tenme paciencia, te pido. Porque soy una fuente herrumbrosa y cubierta de moho, porque mi manantial de recuerdos me resquebraja la piel.
-Déjate de rodeos. Quiero saber cómo un ser tan diminuto -¡qué digo diminuto, ínfimo!- Llegó acá.
Estremezco mi cabeza, intentando darle cuerda a los eventos.
-Si me niego, ¿no tendré una nueva burbuja?
- Exacto... y te ahogarás.
Un escalofrío me eriza hasta el cuero cabelludo. Asiento.
-Mi fuerte no es el ordenar las ideas, te lo advierto. Pero empecemos porque no soy un "ser", sino una emoción pérdida... desechada -añadí con pesar, volviéndome un ovillo-. Nací en los confines de una niña, ¡vaya que se vuelven laberintos humanos cuando crecen! Era tan vivaracha en sus primeros años, tan enérgica como si fuese inmortal.
Observo a mi rescatista de ocasión, un pez betta macho que encontró una intrusa atrapada en su nido de burbujas. Ahora nada enérgicamente entre el resto de burbujas y giro, giro, giro hasta marearme. Las remueve para que continue con mi relato.
- Está bien, está bien. Ya entendí -le interrumpo, hace ademán con las aletas de calmarse-. Solo puedo explicarte hablándote de ella, pobre mi pequeña -dije con un dejo de melancolía.
El sol se alzaba sobre nuestras cabezas. Tenía escasas horas para resumirle toda una vida a mi amigo nadador, antes que el calor rompiese mi refugio.
Atropellé sílabas, palabras y oraciones en un acto de desespero. Mi humana creció rodeada de incontables personas, tenía una personalidad magnética, franca y a ratos implacable. Ajena al llanto, el derrotismo o la violencia quemaba con carreras extenuantes todo lo que le oprimía el pecho, fuese cual fuese la preocupación. Estos rasgos las hicieron cercana a las personas más dispares que se relacionaban con ella.
Su rechazo visceral a las comparaciones hacia que nunca recurriese a ellas en su vida privada. Lo que se tornaba en miel para sus amigos. Sin embargo, pronto eso se volvería en su contra. Las demás emociones y yo comenzamos a alarmarnos.
Primero, yo quise restarle importancia al asunto. No obstante, mis "compañeras de cuarto" como las llamaba, no eran tan optimistas. Insistían en que una niebla estaba cubriendo el juicio de nuestra humana, a sus 15 se mostraba esquiva con su propia vida.
-Desinterés, lo nombré en ocasiones. Aunque mi favorito era altruismo -explico.
-¿Qué decían las otras?
-Estaban en crisis, cada día eran como bombillos que nunca se apagan. Pensaban que se extinguirían, pero más allá de eso, sentían que teníamos una situación más seria entre manos. Me negué a escucharlas, aunque yo misma acumulase polvo y tuviese el cuerpo entumecido.
Mi amigo betta me rodea con ojos ávidos y perspicaces.
-¿Por eso eres casi transparente? Casi miro a través de ti.
Asiento en silencio.
-Yo desentonaba con mis compañeras, sus pieles eran azúcar morena. Entre más definidos eran los rasgos de ellas, los míos tomaban la apariencia de una garabato o un simple bosquejo. Era presa de una hambruna singular, una hambruna que me pertenecía solo a mí...
Cierro los ojos. Pensar me cuesta. Recordar me duele, yo vivía de las migajas que me dejaban las emociones hermanas que pertenecían a otros humanos. Solo por ello no desaparecí. Mis compañeras trataban que nuestra humana reparase en mí, se acordase de que existía, que estaba en el fondo de ella. No obstante, todos los intentos eran vanos.
Mi vida era como los resquicios de una fogata bajo una tempestad inclemente. Era cuestión de tiempo para que quedasen apenas las cenizas. Miraba en las otras sus diminutos cuerpos atléticos, sus pieles rosadas y sus energías inagotables -aunque ellas dijesen lo contrario-.
Entonces, llegó ese instante tan temido. Por algún motivo el instinto de cada una se fundió haciéndose compartido. No pude levantarme, el blancuzco de mi tez pasó a gris. Me sentía adherida a mi cama en el cuarto empolvado y carcomido por el abandono.
Mis compañeras lloraron día y noche en el umbral de mi puerta o a los pies de mi cama. De vez en cuando, nuestra humana lagrimeaba "sin motivo". La verdad es que notaba a duras pena el caos que llevaba dentro, cada día se avocaba más en quienes la rodeaban. Pero cada noche, cuando se quedaba sola le parecía oír susurros, eran mis gritos de auxilio.
A pesar de mis esfuerzos, lo único que logré fue que abusase de las bebidas energéticas y el ejercicio: que buscase todos los medios para evadir al sueño.
-¿Qué sucedió después? -pregunta mi amigo betta, Cecil, desplegando sus aletas con interés.
El calor incrementa poco a poco, noto que estoy respirando con dificultad. Él lo ignora, está acostumbrado a las temperaturas altas y le gustan.
-Una madrugada pude levantarme. Mi humana estaba despierta y la razón nada tenía que ver con mis súplicas. Aunque fueron respondidas... estaba apelando a mí, sin saberlo. Los meses que siguieron mi piel se hizo canela mientras que ella estaba distraída y ausente. Enfermó por los excesos y estaba inusualmente callada.
Ninguna de nosotras estaba clara a qué atenerse. Entonces, una tarde sin nada de extraordinaria, alcé mi dedo y señalé a un extranjero que se había mudado al mismo barrio de nuestra humana. Tras constantes reflexiones, noté que él siempre estaba presente cuando yo me sentía más fuerte. Él provocó el insomnio y ese cúmulo de rarezas en nuestra humana.
-Por segunda vez fui ingenuamente optimista.
De manera inconsciente, se me escapa un suspiro.
El extranjero se iría en dos semanas, mientras dentro de nuestra humana yo padecía fuertes convulsiones. Mi estado se hizo crítico. Lloraba, me dolía el pecho, me fallaba el habla y mi cuerpo crujía desde adentro. Guardaba dentro de mí demasiado, era una represa a un paso de romperse.
Nuestra humana no estaba mucho mejor. Sufría cambios de humor, entristecía con facilidad y se mostraba cada día más solitaria. Deshizo el grueso de sus hábitos más arraigados. Él la buscó y ella lo evadió. A mis compañeras y a mí nos constaba que le era imposible pensar.
El tiempo fue inmisericorde y las dos semanas se cumplieron. Él tomaría el primer vuelo a otro continente. Ella se rehusó a despedirlo, aunque antes se volvieron realmente íntimos. El resto de amigos se aglomeraría en el aeropuerto.
Como si de electricidad se tratase, yo sentía corriente en el cuerpo que me hacía convulsionar. Ella se arrepintió a último momento. Tomó el primer taxi que encontró para alcanzarlo. Llegó poco antes que él abordase el avión...
-¿Qué le dijo? Porque tuvo que decirle algo...
Abrazo mis piernas mientras clavo la mirada en Cecil.
-Me estás mintiendo -exclama casi herido.
Las palabras no me salen, pero él interpreta mi silencio. Mi humana no logró hablar. Allí estaba el extranjero a unos metros de otro destino y ella anclada al suelo, presa de un silencio que no comprendía.
-Mi humana es la persona más triste que jamás conocí. En el instante que el avión despegó lo entendí, ella me selló dentro de sí...
Hicimos un minuto de silencio. Nos dolía pensar. Finalmente, Cecil habló:
-¿Por qué dices que te selló?
-Porque, amigo mío, ella me veía en otros. Pero era incapaz de sentirme en su pecho. Ignorarme, aunque ella no lo supiera, era como vivir sin piel. Era quedar expuesta de la manera más cruda y profunda posible. Cuando regresaba del aeropuerto, se detuvo sobre un río a gritarle al vacío... allí me perdió. Salí por su voz y, perdóname la comparación, ambas quedamos como peces fuera del agua.
Escuchamos un sonoro "plop". La burbuja explota, me dejo consumir por la idea del vacío que vendría. Es como si compartiese el futuro de mi amada humana, mi entrañable humana.
Entonces, percibo mi propia consciencia. Siento que todavía estoy completa. Abro los ojos atónita, Cecil me rescató ahora de manera intencional.
-Me mentiste. Tú no eres una emoción -brama con tono de reproche.
Le dedico una sonrisa triste. Lo descifró.
-Para ella lo fui. Mi humana me minimizó, ahora sin mí, ha perdido al amor... Estará como un reloj sin tiempo.
Cierro los ojos.
Añado en un susurro apagado entre las olas:
-Al menos hasta que retorne a ella.



viernes, 28 de julio de 2017

Vestida de agua

Así como es imposible huirle a nuestra piel existen miles de pequeños e ínfimos detalles que le dan forma a quienes somos. Somos una escultura viviente que va moldeándose con el cincel de las decisiones y con el barro de nuestras emociones. Somos una obra bella o ruin, sublime o miserable, todo dependiendo de lo que elijamos albergar en nuestros corazones, en nuestra historia.
Todos tenemos sangre recorriendo nuestras venas, que el corazón bombea para que nuestro segundero siga en marcha. Pero, aparte de ese líquido carmesí, tenemos otras cosas. En algunos casos la poesía también nos recorre por dentro, pide ser bombeada, respirada y exhalada.
Las letras se acoplan a la piel como lunares. Lunares que claman atención, que claman escucha.
Es difícil ignorar al rayo que parte el cielo, al trueno que perfora tus oídos. Casi imposible se vuelve permanecer inmutable ante los arrebatos de las ideas que te reclaman, como el cuerpo pide comida, agua o descanso.
¡Al final, alzo las manos y cedo!
Sin sangre estamos inertes, sin palabras salidas de los océanos del pensamiento y el alma la escultura estaría eternamente inconclusa.

Vestida de agua

Saco mi vestido de agua,
de rocío mañanero,
de lluvia bendita,
de lágrimas de alegría
y me lo ciño a la vida.

Vestido que trasparente almas; nunca pieles.
Vestido que cubre hasta el pensamiento
mientras revela la belleza
de sueños que desvelan,
de alegrías compartidas,
de almas y pasos incansables.

Me visto de agua
porque me visto de esenciales:
de recuerdos eternos,
momentos memorables,
detalles que desembocan en corazones.

Me ciño al tiempo
cuanto no tiene precio,
cuando sazona la vida:
familia,
amigos,
sueños
y una fe que te hace desentonar
con las fatalidades.

Me visto de agua
porque es esperanza
pura y sublime.




Gracias a todos por estar, por ser. Gracias por sus palabras de amor, amistad, por su compartir constante. En especial, gracias por su tiempo porque sin tiempo no hay vida. Sin tiempo no hay conversaciones fuera del molde, no hay amistades que se fundamentan en la sinceridad, en la falta de complejos o los complejos aceptados y superados.
Gracias por las lecturas. Por los minutos de silencio, por el tiempo que corre despacio para que cada letra cobre pleno auge como el sol que tiñe las nubes y nos brinda un espectáculo infinito y desbordante. Gracias porque el cariño no abarca solo un día, porque no busca una excusa, porque a veces solo lo dan porque les nace desde lo más profundo.
Hay panoramas tan grises, tan macabros que puede parecer que no hay mañana. Pero tras cada letra que escribo, tras cada espacio o carácter hay una persona. Desde las ciudades se torna difícil detallar las constelaciones ese rocío de luz que empapa los cielos. Sin embargo, las personas que Dios ha puesto en mi vida son una constelación a toda prueba.
Un amigo muy querido dijo que cada año me preguntaría mi edad, para probar cuándo dejaría de responderle. Cuándo prefiriría ocultarla. No obstante, atesoro cada segundo que me trajo a este momento porque está repleto de personas que, si se uniesen como lo hacen en mi alma y mi memoria, alumbrarían más que el sol.
Gracias a la existencia de cada uno de ustedes, sé que la humanidad tiene futuro. Porque ustedes son ese futuro. Mi esperanza es fundada, porque he llegado a conocerles tanto como me lo han permitido y viceversa. Gracias por adornar mis días con sus sonrisas, sus bromas, sus personalidades tan distintas como las estaciones, sus consejos.
Hoy exclamo con cada una de mis células "¡Bendito sea Dios porque existen!", en el amor de ustedes lo hallo a Él: a tiempo y a destiempo.
Ustedes son todo lo hermoso que se le puede pedir a la vida. Me han conmovido hasta la médula con sus afectos.



sábado, 27 de mayo de 2017

El perfume de la vida

El sol me abrigaba. Era como una manta que me envolvía y dejaba a duras penas traspasar trazos de frío. Me gustaba estar al aire libre, sentía la vida moverse de aquí para allá. Sentí cómo se sentaron a mi lado, tomaron mi cabeza con delicadeza y atrayéndome; besaron mi frente.
No me resistí. Conocía esas manos; su ternura.
-¿Qué aroma tiene tu día? -inquirió.
-Huele... a humedad -respondí con franqueza. De súbito recordé la anécdota de cuando me habló sobre las etiquetas. Los demás me etiquetaban de "tímida", cuando lo escuché había revisado en mi cuello y espalda en busca del cartel. Ella se desternilló de risa, dijo que parecía un perro tratando de alcanzar su cola. Ese día ganó muchos seguidores con su trabajo; aunque confesó que fue a costillas mías. El estar conmigo le daba muchas ideas. Era su mina secreta de ingenio, según me decía.
Suspiró.
-No agregues más humedad al ambiente -le reproché haciendo pucheros. Tomó mi mano e hizo que me levantara del banco, luego me hizo dar un giro.
-¿Y ahora? -preguntó divertida.
-Huele a fresas -respondí en el acto.
Mi tía Ruth y yo teníamos un código de aromas, cada uno significaba una emoción o sentimiento. Evidentemente, no era época de fresas y ningún puesto del parque las vendía. Según el reporte del clima, haría un tiempo caluroso y despejado. Entrábamos en el tercer mes de sequías, conseguí escuchar antes que mamá apagase el televisor. Detestaba que pusiese canales o programaciones como aquellas. Solía decir que me dificulta hacer amigos, porque no hablaba acorde a mi edad. Además, el televisor estaba vetado para mí, por supuesto.
-¿Tuviste muchos likes hoy?
-1473 y contando... ¿qué programa pusiste hoy?
-No recuerdo el nombre. Hablaban de un niño cantante... y el habló de ignorar a los "espicha sueños". También de un festival de películas extranjero y de una organización internacional que la trajo al país un niño de doce años.
Caminábamos a un solo ritmo. A tía Ruth no le preocupaban mis gustos para programas, los conocía de memoria. Solíamos comentarlos cada vez que nos reuníamos. Para las ocasiones en que me aburría en casa, contaba con una colección completa de discos compactos. Mamá insistía en mantenerme alejada de las computadoras, papá y ella eran un muro al respecto: temían que me hiciese adicta al Internet y esto "empeorase" mis problemas de comunicación. Tía Ruth solo encogió los hombros sobre el tema y me regaló, en cambio, un CD tras otro. Le gustaba mostrarme ritmos y letras diferentes, aunque luego aturdiese a todos preguntando por una u otra palabra.
Olía a humedad. Mamá estaba entretenida otra vez con el teléfono. Tía Ruth era su hermana menor, sabía que yo relacionaba la humedad con el abandono y el deterioro. Nunca había ido a un psicólogo. Aunque mis maestros y demás adultos insistían que necesitaba más contacto con niños de mi edad, coincidían en que estaba teniendo una niñez feliz y peculiar.
Jugué con la yema de sus dedos.
Me sentía segura. Sentía que mi vida estaba "habitada", era la extraña sensación que me producía los encuentros con tía Ruth. Seguía oliendo a tinta, acuarelas, tenía aliento a café y marcas en sus dedos de tanto apretar los pinceles.
-Debe ser... aroma a vida... -susurré.
-¿Dijiste algo, Amelia? -preguntó con aire distraído. Solía estar presente a medias, como si su mente viajase muy lejos y dejase su cuerpo allí plantado, eso decía mamá. Luego se corregía, tía Ruth dejaba o aplazaba sus compromisos para compartir conmigo: siempre.
Negué con un gesto.
Iniciamos nuestro juego predilecto con la ferocidad de una tempestad imprevista. A ninguna le gustaba perder, aunque yo tenía un marcador de 327 victorias a escasas 186 suyas.
-Tinte -solté.
Ella observó por las inmediaciones del parque hasta encontrar a la muchacha rubia de cejas negras.
-Siguiente -pidió con tono triunfante.
-Salchichas -continué.
Solía hacerle esas "malas pasadas" mientras jugábamos. Ella pasaba un buen rato buscando un carro de perros calientes o alguien comiendo una salchicha. Yo sonreía con picardía mientras nos alejábamos del muchacho que paseaba a un par de diminutos y alargados perros. Por ratos nos deteníamos, entonces ella aspiraba profundo para detectar el olor que le pasaba inadvertido. Alguien se aproximó con un fuerte taconeo por las caminerías hasta nosotras, reconocí los pasos sin necesidad de volverme.
Soltó su cabellera ondulante y mis pulmones se llenaron de esa fragancia familiar. Yo había escogido ese champú para ella igual que la crema corporal que compartíamos. Solo con el perfume la ayudaba, pero la última palabra era suya.
-¿Terminaste por hoy, Ruth? ¿Tus fans no te asediarán ahora?
-Conocen solo mis trazos, no mi cara, Scarlet.
-Adivino, te viniste incomunicada de nuevo, ¿no, hermanita?
Reconocí el tono. Era la rivalidad entre hermanas, otra vez. Papá me hablaba sobre el tema cada vez que acababa envuelta. Me decía que los papeles de ambas: mamá y tía Ruth, se habían mezclado como antiguas cartas por una confusión en el correo. Lo que mi mamá ansió por una vida, lo obtuvo tía Ruth. Una carrera profesional, holgura económica, viajes, congresos, eventos, en escasas palabras, ser una referencia en su área y que su éxito suba como espuma.
Por otra parte, decía papá, tía Ruth quería una familia. Un trabajo estable, pero sin mayores ambiciones. Una familia era el tema que le ponía los ojos como "un dos de oro", solo eso le daría valor a su trabajo. Ahora, mamá tenía un jefe tiránico, luchaba por un ascenso -algo de divertido tendría para que "pelease" por uno. Solía imaginarla como un sumo o una guerrera como Xena para obtener ese ascenso.
Papá reía al escucharme, luego me amonestaba por las referencias.
Nadie tenía lo que quería; ahí estaba yo. Entre el invierno que asociaba a la Navidad y la primavera con su explosión de fragancias. Entre mamá, mejor conocida como Scarlet, y tía Ruth mejor conocida como @ThScent en las redes sociales.
Mamá conducía el carro en silencio, las noticias se prohibían mientras yo estuviese abordo. En cambio, era la DJ oficial de cada trayecto, cosa que me hacía sumamente feliz. Cerré los ojos en el asiento trasero mientras escuchaba la melodía. Era una tonta, no había diferencia. Abiertos o no, solo había oscuridad para mí. Me sentaba en medio, solo me acercaba a las ventanas para sentir la brisa a ratos o para aspirar la fragancia de la ciudad.
Era una oscuridad amueblada la mía. Quizás mi vista se perdió como los cartas de tía Ruth y mamá, quizás la tenía otro. Quizás, somos como un envase con cierta medida. Mis medidas las habían llenado con el resto de los sentidos y, cuando fueron a verter la visión, se derramó como la leche de un tazón de cereal.
A mi manera particular, estaba agradecida. Tanto mis papás como tía Ruth jamás hablaban de mis ojos como un defecto, ni siquiera a solas. Lo sabía porque desarrollé gran sigilo en el caminar, daba sustos mortales a mamá o papá cada tanto por acercarme a hurtadillas. Los escuchaba conversar mientras me hacían dormida. Allí, en mi oscuridad prolongada, en mi noche soleada, tanteaba su amor.
Mamá, con su naturaleza orgullosa, se deshizo de su capa de súper mujer y pidió la ayuda de su hermana. Dijo que el trato con los niños no era su fuerte, pero si algo compartían -además de la misma sangre- era su amor por mí. Así que me convertí en una clase de "tregua humana". El gesto de su hermana Scarlet estremeció a tía Ruth que dio un vuelco a su vida profesional para apoyarla. Realmente, mamá era buena como tal. Necesitaba a su hermana para no desmoronarse ante el reflejo de mis ojos, lo deduje pasado un tiempo. Me amaba, pero quería algo para mí que ninguno ascenso podía conseguir.
En mis rondas sigilosas, escuché llorar a tía Ruth. Llegó una noche sin previo aviso y alterada. Estaba diferente, papá lo notó apenas abrir la puerta. Le había heredado lo perceptiva.
-Se quedará a dormir... pero en una habitación aparte -me contó papá. Quedé helada y confundida. Cuando pasaba la noche o el fin de semana en casa dormíamos juntas.
Tía Ruth me veía y lloraba. Se le hacían agua los ojos y el rostro adquiría una forma extraña, casi forzada. Había memorizado cada detalle de su cara. Me percaté cuando le acaricié en un gesto afectuoso. Para mí, tía Ruth tenía aroma a vida. Reconocía el olor a frutas tropicales de su champú, el perfume de nombre impronunciable que se ponía por gotas detrás de las orejas y en las muñecas. Conocía la fragancia a rosas de su antibacterial. Su aliento a café, el suavizante de las mantas con que me cubría o las prendas que me dejaba modelar aunque las arrastrase por el piso. Me llevaba 22 años, cada vez que hablábamos, sentía que tenía una charla con mi futuro. Con la persona que sería cuando creciera. Quería ver. Ansiaba devolverle una mirada, detallar sus dibujos y pinturas que tanto la apasionaban. Pensaba todo esto, los pensamientos me golpeaban como la lluvia golpea a la tierra... mientras ella lloraba. Lloré con ella, me sentí sola tras estos ojos sin luz. Mi halo de luz se esfumó.
Dos semanas después, un accidente escandalizó a la ciudad. Una mujer joven quedó aprisionada en un coche. El carro quedó deshecho, su conductora murió cuando la ambulancia llegaba con ella a las puertas del hospital. Por aquel entonces, preguntaba sin cesar por mi tía. Era la única amiga que tenía y me extrañaba que no fuese a visitarme a la clínica donde estaba por una fuerte indigestión. Me torturaba la dieta líquida con que me mantenían, tampoco se podía jugar en una habitación encerrada.
Algo iba mal. Me hice la dormida entrada la tarde, quería que mis papás hablasen como si no estuviese.
-Dicen que se quedó dormida al volante. Sabíamos que no estaba comiendo bien, ya casi no dormía y se alejó del trabajo como de nosotros -escuché a duras penas decir a papá.
-Éramos el único consuelo que le quedaba... -mamá lloraba. Tenía las lágrimas atoradas en la garganta, por eso, hacía largas pausas-. Roberto la abandonó hace mucho, pensé que estar con Amelia la ayudaría... le devolvería un poco de vitalidad...
Mamá lloraba como si fuese una nube o un arroyo, como si a media que le salían las lágrimas se desvaneciese.
-También pensé que se recuperaría, querida. Pero enterarse de que era estéril, después de acabar con una relación de diez años, fue igual que un infarto para ella.
Dormí soñando con mi halo de luz. Recordé nuestras conversaciones. Hace tiempo, no sabía exactamente cuánto, me dijo que las estrellas nos engañaban.
-Muchas estrellas ya no existen, vemos una luz que ya no tiene origen.
Luego me dijo que el origen es como la semilla de las personas así me lo explicaba todo. Soñé con una lluvia infinita de estrellas. Algunos adultos decían que era una niña despierta, pero yo me consideraba una niña dormida. Creía que la vida era como los sueños, que esa parte era auténtica. Desperté mientras alguien me abrazaba... y me mojaban. Era una lágrima, lo supe cuando una cayó en mis labios.
-Tu tía... Amelia, tu tía hizo un viaje muy largo... pero quiso darte un recuerdo antes de irse... -mamá hablaba con esfuerzo, se quedaba sin aire al terminar cada frase.
-¿Cuándo volverá? -pregunté con miedo-. ¿Es un nuevo CD, mamá? Dámelo, quiero que sepa que lo escuché. Quiero memorizarme las canciones para que cantemos juntas cuando regrese...-estaba suplicando. Me llevó un minuto notar la desesperación en mi voz.
-No, mi niña. Tu tía te regaló algo que no tiene precio -se rompió la voz de papá. Supe que lloraba.
Ambos sostuvieron con fuerza mis manos.
-Ella llevaba una nota en la cartera. Dijo que no los necesitaría más... que disculpes lo usados que están...
Los tres llorábamos. Sentía los corazones acelerados de ambos, pero no entendía qué querían decirme.
-Tu tía, mi Amelia, se inscribió como donante de córnea seis meses después de que naciste. Ella... te heredó sus ojos.
Las estrellas nos engañan. Han muerto, ya no están. Se han disuelto en lo infinito del universo. Nos dieron cuanto tenían, un atisbo de lo que nos espera allá fuera, un atisbo de belleza. Hoy huele a grama recién cortada, su olor impregna mi piel mientras el sol se levanta en el horizonte.
En las tardes de mi niñez escuché incontables canciones de despedidas. Esa época, ahora lejana, me enseñó que las cartas se pierden en el correo, que nuestras perspectivas mutan y se transforman, que lo "nuestro" es lo que damos y no cuánto recibimos. Me enseñó que las vidas son velas, que se encienden entre sí, que pasan su luz de unas a otras. Justamente, eso fue lo que recibí una mañana dentro de un quirófano.