viernes, 10 de marzo de 2017

La voz de la marea

Mi existencia aunque antigua, es desconocida. En silencio, poco a poco me hice la idea. Paso desapercibida entre la luz que ella emana, tan cálida, sutil y seductora: así la describen sus incontables admiradores.
Ella es mi madre. Siento que me disuelvo entre su resplandor, pero no la aborrezco. La conozco como nadie, Luna le llaman las criaturas del planeta zafiro, mientras ellas le observan desde las lejanías.Yo, estoy tan cerca, que ni siquiera imaginan que soy el arcoiris blanco que la adorna. Hoy, salgo a deambular. Vengo a susurrarles sobre ella, con un puñado de intenciones propias en los bolsillos.
Suspiré.
- Tendré que buscarme un nuevo pasaje -me estremecí por el frío.
Intenté darme la vuelta, pero pisé en falso. Se movió la roca en que estaba apoyada y caí al fondo del lago. Manoteé, me moví presa del pánico; me hundía más y más. Estaba bloqueada, conmocionaba.
Se agotó el aire en mis pulmones, una sombre se cernió sobre mí. Me causó gracia la ironía, esas criaturas verían una luz antes de morir. En cambio, yo solo encontraba sombras.
- Nadie sentirá selenofilia esta noche... -pensé, con resignación. Era la posdata de mi vida.
- ¡No tomes la salida fácil! -exclamó una voz estridente. En simultáneo, una fuerza descomunal me alzaba y dislocaba mi hombro en el proceso.
Tosí.
Tosí vaciando mis pulmones de agua. Me escocían los ojos, solté un alarido. Estaba en el hombro de un espécimen del planeta zafiro, este lanzaba improperios. Lo deduje por su tono y ademanes, porque mi aturdimiento me dificultaba asimilar sus palabras. Me así a su cuello, mientras me llevaba a la orilla. Eché un vistazo atrás, el reflejo seguía oculto por el cielo nublado.
- ¡Suicidarse no soluciona nada! ¡No hay acto tan egoísta como ese! -me sermoneó al pisar tierra firme.
Ulularon los búhos.
Él estaba de pie frente a mí, con la respiración alterada, la corbata mojada, la camisa pegada al cuerpo y toda la ropa goteando. Noté su taquicardia al bajar de su espalda. Por un instante, imaginé que se derretía. "Ah, no. Esas son las brujas", me corregí mentalmente.
- Para tu información, soy una excelente nadadora -exclamé con aire solemne-. Puedo competir con la velocidad y destreza de un delfín y...
Resopló.
- Tanta agua dañó tu cerebro... -dejó la frase en el aire.
Hice pucheros. Jamás admitiría que tenía un mínimo defecto: era lenta reaccionando en casos de emergencia. Carecía de la adrenalina que auxiliaba a sus congéneres.
- Entonces, ¿no intentabas matarte?
Observé el lago. Eran tan profundo que bajo sus aguas ocultaba varias construcciones en ruinas.
- Bah, qué tontería. No siento ninguna atracción por la muerte... he visto demasiadas -agregué con un hilo de voz.
Estornudé.
Supe que me estaba involucrando.
- Lástima que otros no puedan decir lo mismo -lo miré de reojo.
Se demoró en reaccionar. Estaba ocupado revisando sus zapatos elegantes, y desvistiéndose de cintura para arriba. Tenía marcados los músculos de brazos y abdomen por el ejercicio, incluso su espalda alta o cuello parecían contorneados. Lo observé sin disimulo.
- No te hagas ideas equivocadas, te llevo por lo bajo diez año...
Prorrumpí en carcajadas, tan sonoras que espantaron a los búhos de los alrededores. Escuchamos los árboles zarandearse por su huida. Miré su cara de incredulidad, me provocó un nuevo ataque de risas. Incluso me dolía el vientre de tanto reírme. Me lagrimeaban los ojos.
-¡Basta! -me recriminó lanzádome su camisa mojada a la cara-.Tienes cuerpo de niña, así que respeta a tus mayores; niña pucheros.
- No me tires tus proble... -dejé la frase inconclusa.
Me instó a terminar con la mirada. Allí estaba mi parálisis ante los conflictos; el día estaba clareando. Estaba exiliada en la superficie hasta el próximo anochecer.
Solté su ropa en el césped y me fui; hecha una furia. Aparté los mechones negros azulados del rostro, aún sentía la brisa nocturna. Mis pies se resintieron, al salir de la alfombra de césped y entrar al camino pavimentado. Evadí con maestría los trozos de vidrio que se esparcían aquí y allá. "Venganza" lo llamarían en la superficie, en esa masa gravitatoria y traicionera. Sí, era mi venganza conservar un poco de dignidad en mi exilio.
- ¿Siquiera tienes idea de adónde vas? -me espetó.
No escuchaba el choque de sus zapatos en el asfalto. Supuse que también estaría descalzo.
Le ignoré y apuré el paso. Si se hubiese mantenido al margen, habría atravesado el siguiente atajo e incluso regresado a casa. Cerré los ojos y corrí como posesa, solo quería alejarme. Mientras el espécimen me llamaba por un sinfín de apodos,. Cada uno más ridículo -y gracioso- que el anterior.
Aquello me irritaba más y más. Requería de todas mis fuerzas permanecer molesta y reprimir la risa. Mi rostro se había deformado en una mueca, El ceño fruncido, los dientes apretados y una risa ahogada.
- ¡Hey, anciana aniñada!
- ¡Para de seguirme!, ¿quieres? -le dije girando el dorso hacia él. "Por favor, no respondas. Es una pregunta retórica", supliqué mentalmente.
Lo último que vi fue una macha verde manzana, volando hacia mí. Caí sentada por el impacto. Asqueada porque estaba humeada y olía extraño. No lograba conectar las ideas en mi cabeza. Atontada, lo escuchaba ahogarse entre risas, dando palmadas en su regazo.
- Eres... defor... deforme -conseguí articular. El espécimen se había triplicado. Estrujé mis ojos. Encontré una pelota de tenis, babeada seguramente por un perro, a mi lado.
- El arma del delito -farfullé.
Exprimió su camisa blanca sobre mi cabeza. Extendí la mano, lo halaría por la corbata hasta el piso; pero me descubrió en el acto. Enarcó una ceja con la interrogante en el rostro. Desvié la mirada y fingí que jugaba con mi cabello, Haciéndome bucles. Quizás era porque estaba empapada hasta la médula, pero me sentía susceptible al frío. Me siseó. Cuando tuvo mi atención, señaló un tramo más adelante del camino. 
Se escuchó el silbido del viento y el canturrear de las primeras aves. La visibilidad aumentaba minuto a minuto. Parpadeé. Solo faltó que pasase una nube del desierto. Me levanté y le pasé por el lado, de regreso.
- Ya lo sabía -exclamé con arrogancia fingida. Entretanto, me quité la chaqueta negra con tachuelas sobre el vestido de cuelo plateado. La amarré sobre mis hombros y exprimí mi melena con desenfado.
Faltaba una parte del trayecto a mis espaldas. La señalización de un naranja fluorescente estaba derribada.
- Un "gracias" no desangra a nadie; sobrevivirás, te lo aseguro.
Soltó sarcástico, con aires de superioridad, mientras oía su andar despreocupado a escasos centímetros de mí. Me acostumbré al sonido de sus pies en el asfalto.
- Gracias -dejó escapar un silbido- ...a ti estoy perdida hasta nuevo aviso -completé para decepción suya.
Evitaba mirarlo de frente. Nada tenía que ver, con que siguiese exhibiéndose sin camisa. En definitiva, a ninguno le molestaba el tema. Era su altura la que me crispaba, me sacaba -con facilidad- 15 centímetros de ventaja. Me sentía como un pingüino delante de una jirafa en un zoológico.
- Sí, un zoológico. Eso lo simplifica todo -mascullé asintiendo.
Silbó.
- Sí que le falta oxígeno a esa cabeza tuya -con su gigantesca mano, cogió mi testa y la estremeció; como si hiciera un batido dentro de ella.
Simulé el sonido de una licuadora. Cuando finalmente se detuvo, estábamos cerca del lago. Un cisne cruzó delante de nosotros. Me dejé hipnotizar por el blanco impoluto de sus plumas. Daba la impresión de que reflejaba reflejaba la luz.
- Todavía está visible.
Alcé el rostro. Otro era el interés de él. En efecto, la Luna, estaba en el firmamento limpio y claro. Me preparé para sus arrebatos. Existía una única explicación para ese fenómeno; me buscaba. Mi madre rompía su acuerdo con el Sol, para dar conmigo. Era inútil iniciar pesquisas del lado contrario del orbe, si perdí la noción del tiempo allí.

 
  Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario