jueves, 23 de mayo de 2013

Ni cómplice ni simple observadora

Hay muchas maneras de expresarse, incontables formas de hacerse oír y de compartir tus pensamientos con los demás. Sin embargo, es preocupantes cómo se hizo costumbre protestar para exigir un derecho. Podría citar un sinfín de ejemplos, pero quiero concentrarme en uno: el sueldo justo para el profesor universitario.
Considero que entre mayor sea la educación e instrucción de los ciudadanos, más pacífico será el país. El dinero invertido en la enseñanza se refleja en un abanico de beneficios. Es un tamaño irrespeto a los profesionales que dedican su tiempo y esfuerzo en formar a las próximas generaciones. Admito que sin su incansable labor, las casas de estudio estarían vacías, perderían su valor; su razón de ser.
¿Cómo motivamos a los profesores universitarios? ¿Cómo les pagamos por esa labor que hace avanzar a nuestra sociedad? Con desmotivación. Casi forzándolos a dejar las aulas vacías. A dejar a millones con sed de conocimiento.
Hay que llamar las cosas por su nombre, porque la gravedad de la transgresión lo amerita. ¿Cómo pueden pagarles un sueldo tan mísero? Uno insuficiente para cubrir sus necesidades, insuficiente para motivarlos, para seguir con su vocación. Un sueldo así, es un insulto. ¿Qué Venezuela construiremos si permitimos ese trato a estos profesionales? Sí, me importa. Sí, me afecta. Porque tenemos derecho a la educación y el problema atenta contra este derecho y contra la dignidad de la persona.
Porque quiero que las aulas de cada universidad del país tengan tal afluencia, que no se pueda postergar la edificación de nuevas. Porque creo en el poder de la educación, estoy segura que es la vía para que los venezolanos avancemos. Esta es mi protesta, pacífica, pero real. Con la verdad de bandera, basada en hechos. Porque no dudo, ni por un segundo, que la palabra es la herramienta de quienes tenemos la razón.

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