viernes, 24 de mayo de 2013

Risoterapia espontánea

No sé a ustedes, pero en lo personal, me parece muy interesante el ejercicio del cambio de roles. El participar en uno te permite ver la otra cara de la moneda, rompes algunos paradigmas y ¡sorpresa! te encuentras con que tu mentalidad no lograba comprender cómo se desarrollan los hechos en toda su dimensión. En una empresa, te posibilitarían valorar el trabajo del prójimo, dejar el egocentrismo y abandonar (aunque sea de momento) aquella hostil vanidad, que termina por convertirte en una isla social. Nunca he tenido la oportunidad de involucrarme en uno; sin embargo, si se me presenta, no la desaprovecharé.
Recuerdo que una profesora, semestres atrás, nos exhortaba a intentar cosas diferentes en cuanto al ejercicio de la carrera. Actualmente, otra nos motiva a que cambiemos (a elección) algunas conductas en nuestra vida. Todo esto desemboca en que apliqué, sin plena consciencia de ello, ambos consejos y comprendí la importancia que implican.
Para nadie es un secreto que un salón siempre se divide en pequeños grupos distintos entre sí, podemos pasar años estudiando con individuos sin darnos el tiempo de conocerlos. No, no leíste mal. Escribí con total intención "darnos". Porque no son pocos quienes esperan que los demás den el primer paso. "Es que ellos no me conocen", "son prepotentes", "son hipócritas", "me juzgan", "me critican"; son sólo pretextos. Admítelo. ¿Cuántos culpan al resto por las divisiones cuando no mueven ni un dedo por fomentar la unión? ¿Por qué esperas que se te acerquen? ¿Por qué no hacerlo tú? No pretendo convertir este post en una clase de autoayuda, no puede estar más distante de mi auténtica intención. Esto es solo uno de los innumerables resultados de mi experiencia de ayer, que quiero compartir con quienes se tomen el tiempo para leerla.
Por azar de la vida, tan sencillo como comprensible, elegí sentarme en un puesto diferente para mi clase. Cualquier estudiante, o persona que recuerde sus tiempos como uno, sabe que dependiendo de dónde te sientes entrarás "en la zona" de algún grupo. Es como una ley tan evidente y clara que todos entendemos. De hecho, la mayoría entra como autómata al lugar de costumbre.
 Mi singular decisión provocó que quedase cerca de compañeros con los que comparto muy poco. Un comentario fue el inicio de la amena conversación que sostuve con varios de ellos, sin que me diese cuenta, estábamos riendo a carcajadas. Tengo que ser sincera: no suelo ser de risa fácil, pero cuando algo me causa gracia prorrumpo en sonoras carcajadas. Ese fue el caso.
Me sentí como en un risoterapia espontánea.
No fue un cambio de roles, pero me permitió aprender de mis compañeros. Esos que no quisiese volver a llamar así, porque prefiero referirme a ellos como amigos.
En aquel instante, invité a una chica del salón a acercarse, pero me temo que no comprendió los pormenores implícitos en mi propuesta. Pensando en detalle, reflexionando, me pregunto ¿cuántas risas esperaron por salir durante casi cinco años? ¿cuántas anécdotas compartiría con ellos? La verdad es que, sin saberlo, podemos estar construyendo paredes que nos alejen de los demás. Podemos estar ignorando a esa gran persona que se sienta unos puestos atrás, que vive al frente, que trabaja en otro departamento, que acaba de entrar a la empresa. Porque nos quedamos en las apariencias. Curiosamente, hace pocos días, le comentaba a un amigo que quería escribir sobre ellos, pero lastimosamente no sabía sobre qué. Desconozco si es consecuencia de mi optimismo o mi manera de ser. Sin embargo, la vida parece apreciar tu disposición a darte oportunidades, así que te brinda la misteriosa opción de cambiar de puesto.
En mi caso, fue un pupitre distinto. En tu caso, lector mío, puede ser un saludo cordial, un cumplido a ése que no le sueles dirigir palabra, un comentario al empleado de otro departamento. Claro, si te animas a descubrir que puedes estar equivocado. No sé qué opinarás, pero para mí, vale la pena equivocarse. Amo el error que me acerca a los demás, que me enseña, que me permite construir un recuerdo tan sencillo como especial.
Aprendí que siempre es mejor reírse de eso que te incómoda, que amenaza con amargarte el día; algo que solo un venezolano puede enseñar. Hace falta que el venezolano dé clases magistrales, como la que recibí de mis futuros colegas, de cómo sobrellevar los momentos difíciles. En estos tiempos que vivimos, para el mundo es esencial decidirse por una carcajada en lugar de un arma cargada.
Me veo en la necesidad de declararle la guerra al egocentrismo, a la rabia, a la intolerancia, que buscan quitarle el color a la vida. Yo, como buena  venezolana, prefiero reírme de las vicisitudes del día a día.

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